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Hubo otra película que vi en Mar del Plata de la que no tuve tiempo de hablar
: Of Time and the City de Terence Davies. "Del tiempo y la ciudad". Si bien se trata, indudablemente, de un documental, no recuerdo haber visto otra película tan decididamente
poética. Se trata, de hecho, de un poema dirigido a su ciudad natal, Liverpool. Desde el primer momento, la voz en off del director empieza citando unos versos, muy conocidos en Inglaterra, que hasta a mí me eran familiares:
Into my heart an air that kills
From yon far country blows:
What are those blue remembered hills,
What spires, what farms are those?
That is the land of lost content,
I see it shining plain,
The happy highways where I went
And cannot come again.
Traduzco (traiciono):
Entra en mi corazón un aire que mata
De aquel país lejano sopla:
¿Qué son esas colinas azules recordadas,
Qué cúpulas, que granjas son aquellas?
Es la tierra del consuelo perdido,
La veo brillar nítida,
Los caminos felices por los que anduve
Y ya no puedo volver a andar.Pero el resto de la narración sigue en el mismo registro, como si efectivamente se tratara de un poema:
We love the place we hate, then hate the place we love.
We leave the place we love, then spend a lifetime trying to regain it.
Se trata, evidentemente, de otra busca del tiempo perdido. Lo singular es que Davies encuentra su tiempo perdido en los viejos noticieros y materiales de archivo con que arma, casi exclusivamente, su película. Y encuentra poesía en recuerdos a primera vista anodinos, como siempre sucede: por ejemplo, en los nombres de los equipos de fútbol que se oían por la radio al anunciarse los resultados, los sábados por la tarde, y que su madre verificaba con las apuestas que había hecho en la planilla del prode, "esperando hacerse millonaria".
Preston North End two, Blackpool three.
Everton two, West Ham United nil.
Leicester City nil, Leeds United two.
Me recordó a Nabokov, que en
Lolita hacía un tipo de poesía semejante con la lista de nombres y apellidos de los compañeros de clase de Lolita. Yo también escuché esos resultados por la radio, aunque algunos años más tarde, cuando viví en Inglaterra. Tengo en el oído esas voces de la BBC, anunciando resultados de un modo deliberadamente desapasionado, o mejor dicho, poniendo toda la pasión en la enunciación sobria y equilibrada de aquellos nombres que eran como talismanes. Llegando hasta los equipos de la B y la C y la D y las ligas locales, nombres de equipos en algún caso olvidados:
Accrington Stanley, Sheffield Wednesday…
Hamilton Academicals, Queen Of The South.
Y a Davies le basta con repetir, pero con otra entonación:
Queen of the South
para que brote la poesía y la emoción, como si hubiera dado con el password de la puerta que abre a un reino perdido.
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Los desvelos del Davies adolescente que descubre su homosexualidad vuelven con imágenes de la iglesia y su desencanto con la religion y la bronca por cómo torturó su cuerpo y su mente. Pero hay demasiada pasión en ese odio desmedido, demasiada felicidad en el recuerdo de la infelicidad, que por lo menos no se olvida. Y después aparece el descubrimiento del cine, como otra religion, feliz e indolora, aunque se trata de una religion hecha de añoranzas y deseos imposibles… ¿indolora?
Davies tampoco desdeña recurrir a la eficacia sencilla de una vieja canción popular que suena sobre las preciosas imágenes en blanco y negro que ha encontrado del Liverpool cotidiano de los años 30. Cuando vuelve a apelar al mismo recurso, pero con imágenes de la reconstrucción o modernización de Liverpool en los años 60, una serie de imágenes y sentimientos resuena como trasfondo de otra y la nostalgia se vuelve ironía.
Davies soprende haciendo una especie de
lipsynch al revés de los Beatles, hijos dilectos de Liverpool que Davies parece odiar demasiado, como si representaran el fin de algo más grande, y no simplemente del tipo de canción popular amable de los crooners que Davies añora. Es un mundo, el de su infancia, el único que será para siempre suyo, el que se acaba. Como si los Beatles fueran los Sex Pistols, o algo peor. Es que tal vez lo fueran. Enojado, Davies grita:
Yeah, yeah, yeah, yeah.
mientras los Beatles cantan en silencio, por una vez.
En otro archivo blanco y negro, probablemente de los años 50, unas nenas juegan en el colegio, cantando canciones infantiles:
Goodbye Betty, while you're away
Send me a letter to tell me that you’re better
Un momento de alegría y energía infantil. Pero de fondo se oye un himno religioso que casi llega a tapar las voces de las nenas y de pronto el material de archivo se transforma. Aquellas imágenes y sonidos adquieren un tinte profundamente elegíaco que nos dice: “todo esto que estás viendo está condenado a desaparecer y sólo volver como recuerdo”.
Y tras la evocación de momentos felices, la daga en la espalda:
The golden moments pass and leave no trace.
Traducción:
Los momentos dorados pasan y no dejan rastro.
Y en un momento, la voz en off parece detener el relato en seco y nos pregunta, o tal vez
se pregunta:
Do you remember?
Do you?
Y, como si supiera que no hemos tomado demasiado en serio sus palabras, porque no hemos comprendido todo su alcance, las repite, con un dejo de angustia:
Do you remember?
Do you?
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