
Joyce hablaba de dejar que el azar colaborase. Una vez estaba dictándole a Beckett, que en ese momento era su secretario, y alguien llamó a la puerta. Él dijo: "Entre" y Beckett lo anotó. Joyce le dijo que lo dejara en el texto.

Mercado de futuros de Mercedes Alvarez. El documental de Mercedes Alvarez, que hace unos años ganó el primer premio del festival con su ópera prima El cielo gira, comienza y termina con dos secuencias magníficas. En la primera, vemos como un equipo de mudanza (o algo por el estilo) desguasa un viejo departamento señorial de Barcelona, desarmando muebles, descolgando cuadros de paisajes pompiers, embalando sin miramientos antiguas estatuillas de Cristo. Resulta particularmente conmovedor el desarmado de la biblioteca de la casa, poblada de viejas ediciones de biografías y clásicos de la literatura universal que alguien alguna vez leyó con evidente pasión y que en este momento sólo valen su peso en kilos. Una secuencia preciosamente fotografiada pero sin manierismos, metáfora sencilla pero profunda -y detallada- del fin de una era. Inevitable preguntarse, igual, de quién sería la biblioteca. La última secuencia muestra, del agún modo, el destino de aquellos objetos (entre ellos los mismos libros, que alguien simbólicamente pisa mientras acomoda otra cosa). En un mercado de pulgas de Barcelona, un anciano "cambalachero", que vende todo tipo de trastos viejos (casi literalmente de la Biblia al calefón), encara a sus compradores con un discurso desopilante que oscila entre el clásico almacenero gallego y... Beckett. Un cliente busca un perchero pero el viejo vendedor dice que está en el depósito y que le da pereza buscarlo. "¿Para qué quiero venderlo? Si lo vendo todo, no me queda nada para vender". Un cuadro de costumbres que desaparecen (el viejo declara 88 años) que es, otra vez, una metáfora elegante acerca de qué hacer con el pasado. Esas dos secuencias justifican la propuesta cinematográfica de Alvarez. En el medio se despliega un ambicioso ensayo sobre memoria y olvido, tradición y modernidad, pasado y futuro, que incluye una despiadada descripción del mundo moderno de los negocios: una absurda feria de real estate, en la que se venden proyectos inmobiliarios inverosímiles en Dubai o Budapest, o una patética convención de entrepeneurs, donde se despliega con impunidad el lenguaje del business, con todo su optimismo cínico new age. La radiografía del presente que ofrece Mercado de futuros no es nunca menos que interesante -y bastante cómica, lo cual se agradece- aunque tampoco llega a retomar, salvo en la secuencia final del mercado de pulgas, el vuelo poético de aquellas primeras escenas inolvidables del departamento desguazado. No sé, tal vez la visión desencantada de Mercedes Alvarez sobre el presente -y el futuro- sea simplemente demasiado convincente.
The Arbor de Clio Barnard. Una variante extraña del documental, una novedad para el cine, aunque responde a una cierta tradición inglesa, del teatro y de la televisión: el llamado verbatim theatre. El sistema consiste en grabar entrevistas, como en un documental, para luego hacer que actores lean literalmente -"verbatim"- los textos desgrabados, interpretando esos personajes. La directora debutante Clio Barnard toma esa técnica pero la combina con otra, una variante de la que utilizara el famoso dramaturgo inglés Dennis Potter en Pennies From Heaven. Potter interrumpía de pronto la acción para que los actores cantaran canciones, como en un musical pero en playback, lo que los ingleses llaman lipsynch. En The Arbor los actores -porque se trata de actores, aunque el grado de verosimilitud alcanzado es tal que uno duda- hacen pues una suerte de playback sobre la grabación original de las voces de los protagonistas reales de la historia. El efecto es extrañísimo: por un lado, el mecanismo, por momentos evidente, distancia y nos hace pensar en el artificio del cine; pero, por otro lado, gracias a la singular presencia escénica de los actores frente a la cámara, se alcanzan puntos de emoción pura que no ocurrirían, tal vez, con el testimonio directo de una persona "real" que habla frente a la cámara. La voces, sin embargo, retienen la fuerza de autenticidad que un actor difícilmente podría reproducir. Al mismo tiempo, en una historia tan tremenda como esta, se introduce una nota de pudor que nos ahorra la incomodidad de ver a las víctimas hablando de sí mismas frente a la cámara "de tortura". No sé si se entiende lo que quiero decir, pero el experimento con el testimonio resulta a la vez interesante y potente. Por lo demás, el artificio se justifica por partida doble ya que se trata de la vida de Andrea Dunbar, una joven dramaturga inglesa que murió muy joven, a los 29 años, después de alcanzar una fama efímera por una obra, también llamada The Arbor, basada muy literalmente en sus experiencias de vida en una barriada miserable de Bradford, en el Norte de Inglaterra. Barnard incorpora a la vez imágenes de un documental de la BBC filmado en el barrio, en vida de Dunbar, así como una recreación actual de la obra, representada en el mismo lugar, frente a los vecinos que observan confundidos. Diez años después de la obra original, el mismo director que puso en escena la obra de Dunbar, Max Stafford Clark, volvió a Bradford para investigar qué fue de la vida de los habitantes del barrio y poner en escena otra obra, precisamente, de verbatim theatre. Diez años más tarde, Barnard retoma el asunto del modo descripto arriba, casi como en una continuación post mortem del proyecto de Andrea Durban. El resultado, de múltiples capas, es fascinante.
True Love de Ion de Sosa. Diario de un bohemio español en Berlín, rodado en 16mm pero a la manera desprolija, nada preciosista, de Jonas Mekas -el fantasma del lituano sobrevuela cada fotograma de True Love- en este caso sin voz en off, sólo las voces que se registraron en las ocasiones que de Sosa enciendió el grabador. Muchas escenas, igual que en Mekas, van sin audio, lo cual curiosamente le da un aire de espontaneidad, de ausencia de cálculo. Al mismo tiempo, de las imágenes mudas se desprende cierto lirismo. El autor muestra su cotidianeidad, en el bar donde trabja, en su casa, casi cogiendo con su novia (corta cuando la cosa se pone espesa, por suerte), etc. Aunque aparece desnudo e incluso lo vemos someterse en cierto momento a una endoscopía, para describirlo no sacaría del closet freudiano el término tan zarandeado de narcisimo. Más bien, autenticidad, espontaneidad, frescura. El problema es que al rato comprobamos que... no pasa nada. No hay demasiado que contar. Y el diario, con toda su verdad, va perdiendo interés. De cualquier manera, agradezco al BAFICI por estas estas tres oportunidades - y todas las demás mencionadas en esta bitácora un poco apresurada- para reflexionar sobre lo que es posible hacer hoy con el "perverso polimorfo" género documental.
Este es un año político, y no precisamente de políticas "estéticas, productivas o teóricas", sino de la política más pura y más dura de las elecciones presidenciales. El cuestionario armado para Sergio Wolf, director del festival de cine porteño desde 2007, contenía varias preguntas. La única que no tuvo respuesta fue la referida a la autarquía del evento, prometida al inicio de su gestión, hace más de tres años, y vuelta a poner sobre el tapete en 2010. Una asignatura pendiente de la que nadie ha vuelto a hablar en estos días.
Rivers and My Father de Luo Li. No sabía qué ver, ninguna de las películas en el horario que tenía disponible me decían nada. Justo me crucé con Luis Ospina, director del Festival de Cali, que estaba en la misma situación y, por descarte, se estaba decidiendo por esta. Yo, casualmente, también. Es curioso: en el mercado negro de rumores y recomendaciones del Abasto, todos buscamos tips sobre qué películas hay que ver. Son tan pocas las que cualquiera puede llegar a ver, son tantas las que de todos modos te vas a perder, que pifiarla con la elección de una película se hace doblemente doloroso. Se corre el riesgo de perder, por lo mismo, uno de los placeres posibles del festival: entrar a ver una película de la cual uno no sabe prácticamente nada. No voy a hablar de Rivers and My Father porque me quedé dormido. En determinado momento, Ospina me despertó y me anunció que estaba aburrido. "Me voy", dijo. Me fui con él. La apuesta a lo desconocido esta vez no garpó. Nos quedamos pensando con Luis cuántas películas así -que están fuera de la órbita de los rumores- habrá en la programación del festival, de las que nadie se entera, salvo los pobres cristianos que se clavaron en alguna función perdida de los cuatrocientos y pico títulos del programa. ¿Quién de todos ustedes, acaso, vio Rivers and My Father?
Le quattro volte de Michelangelo Frammartino. Parece un documental pero no lo es, ¿o sí? A esta altura, sabemos que en todos los documentales hay algún tipo de puesta en escena. Marta Andreu me contó que en el famoso Master de Documental de Creación de la Universidad Pompeu Fabra (que ella coordina) hacen un ejercicio llamado "segunda toma", como para romper con el estereotipo de la espontaneidad y la "toma única". El film de Frammartino empieza como el retrato de un viejo pastor de cabras, en un pueblito italiano de las sierras de Calabria. El hombre nunc mira a cámara y, de hecho, la cámara está allí en momentos de cierta intimidad, como cuando toma un remedio antes de dormir, pero no hay nada que no cabría en un retrato documental "normal". Las cosas empiezan a enrarecerse un poco cuando, en un extraordinario plano secuencia, asistimos a una serie de acontecimientos mínimos pero de improbable simultaneidad: un perro interrumpe el desfile de unos hombres disfrazados de legionarios romanos, que la cámara sigue en su camino hacia la iglesia. Sin cortar, la cámara vuelve atrás y se encuentra nuevamente con el perro. El perro le ladra a un niño que, para distraerlo, arroja una piedra. El perro busca la piedra pero al no encontrarla, en su lugar agarra otra, que servía de freno para una vieja camioneta. La camioneta, sin su freno, se desplaza barranca abajo y embiste un corral de cabras. La cámara otra vez se va (ya no recuerdo todo con exactitud) y cuando vuelve encuentra a las cabras sueltas por la calle. Algunas incluso han subido por unas escaleras hasta la casa del viejo pastor... que duerme en su cama. Es posible que en el recuerdo me esté comiendo algún plano intermedio, pero a continuación vemos cómo sacan al viejo muerto en un cajón... ¿documental? La secuencia siguiente elimina cualquier duda. Asistimos al nacimiento de un cabrito blanco. El nuevo pastor, un hombre más joven, los saca a pasear como hacía el viejo. Y en medio del paseo, el cabrito blanco queda rezagado. El pastor sigue camino con su tropilla. La cámara ahora se queda con el cabrito perdido, siguiéndolo en el bosque hasta que se hace de noche: aqui ya estamos, no digamos lejos del documental sino ya casi en territorio Disney. El personaje siguiente es... un árbol. En fin. Tal vez no la obra maestra que dicen algunos por ahí, pero un ejercicio más que interesante que se sigue con atención hasta el final. Y todo con un bienvenido toque amable de humor, como pidiendo indulgencia por la picardía.
El estudiante de Santiago Mitre. No tengo tiempo para decir más que: ¡no se la pierdan! Sin haber visto casi ninguna de las demás, puedo asegurar con toda seguridad que la película argentina del BAFICI 2011 será El estudiante de Santiago Mitre. Una gran novedad dentro del llamado "nuevo cine argentino". Una película importante de la cual, sin duda, volveremos a hablar.
The Autobiography of Nicolae Ceaucescu de Andrei Ujica. La mejor película del festival, según Sergio Wolf, así que a no perdérsela. Se trata de una pieza complementaria de Videogramas de una revolución, hecha en tandem por Harun Farocki y Ujica (también en la programación del BAFICI), que registra la caída del dictador rumano en aquellas jornadas históricas de 1989, cuando los manifestantes ocuparon la emisora de televisión estatal y trasmitieron durante 120 horas ininterrumpidamente. Aqui se trata, en cambio, de una compilación de los noticieros oficiales que se hicieron para celebrar al líder desde su asunción en los años 60 hasta minutos antes de la toma de los estudios de 1989. Ujica monta el material en secuencias que parecen obedecer tres registros. En la mayor parte le quita la presumible voz del locutor oficial y sonoriza las escenas con foley -pasos, murmullos, ambientes, etc.- como para generar una sensación ligeramente artificial, como de escenas de ficción, poniendo en primer plano su carácter, justamente, de puesta en escena. Cuando aparece Ceaucescu en un plano cercano, Ujica corta el audio completamente y no lo reemplaza con foley, como reconociendo que el líder no es representable salvo por su propia voz. Y ese es el tercer registro: la voz de Ceaucescu pronunciando discursos.
Nostalgia de la luz de Patricio Guzmán. Guzmán continúa su trabajo de duelo, iniciado el 11 de septiembre de 1973 cuando murió Salvador Allende y, con él, el sueño del socialismo en Chile. La piedra fundacional fue la extraordinaria -todavía, cada vez más- La batalla de Chile, que narra como en un diario los acontecimientos del último año del gobierno de Allende hasta el golpe de Augusto Pinochet (se proyectan en esta edición del BAFICI las tres partes de esa épica: La insurrección de la burguesía, El golpe de estado y El poder popular). Ese trabajo de duelo, que Guzmán prosiguió años después en sus films La memoria obstinada, El caso Pinochet y Salvador Allende, constituye una de las experiencias más extremas de lo que es capaz el género documental. Nostalgia de la luz, la última instancia de ese recorrido, lleva ese trabajo de elaboración de la memoria al terreno de la metáfora: la visión de los astrónomos que trabajan en los grandes observatorios del desierto de Acatama se ve cotejada con la de los arquéologos que buscan rastros de la antigua civilización indígena del territorio. Ambos, a su manera, miran hacia atrás, lo que da lugar a una reflexión muy precisa y sutil sobre la obsesión de Guzmán: el pasado. En el mismo lugar, unas mujeres, de edad ya avanzada, figuras solitarias en la inmensidad del desierto, siguen buscando hace años, contra toda probabilidad, restos de sus familiares desparecidos. Una de ellas ha encontrado media mandíbula de su hermano, un pedazo de craneo destrozado y un pie izquierdo, todavía enfundado en la media color borravino y el zapato que permitió reconocerlo. No es poco el mérito de Guzmán, que consigue sorprendernos y emocionarnos con estas historias que, a veces, pensamos que ya conocemos. Las imágenes de las mujeres en el desierto son poderosísimas. Creo que se trata, de hecho, de la película más bella de Guzmán, repleta como está de imágenes sugerentes. Otro logro considerable de Guzmán es el de imponer un tono, casi diría musical, como de música de cámara, que se sostiene a lo largo del metraje, cuya clave da su propia voz de narrador, íntima, casi susurrada pero, al mismo tiempo, seca, sin excesos sentimentales. El único exceso de Guzmán, quizá, sea el de forzar un poco la metáfora. Por momentos, en las respuestas de los astrónomos, se perciben demasiado las preguntas de Guzmán o, mejor dicho, las respuestas que Guzmán quiere obtener. En el complejo rompecabezas de Nostalgia de la luz, todo cierra. Una virtud que puede llegar a cobrar un signo contrario. Me hace pensar que uno de los principales riesgos del documental es que, detrás de las imágenes y sonidos registrados y compaginados, se adivine la intención. En ese sentido, la excelente película de Guzmán, con todo, de alguna manera, deja ver el guión.Este domingo 10/4, en el Auditorio del Espacio BAFICI que tuvo su capacidad colmada, se entregaron los 12 premios de la edición 2011 del Buenos Aires Lab (BAL), que estuvo dividido en tres secciones: Encuentros de Coproducción (participaron 13 proyectos), Work in Progress (9 films en pleno proceso de realización) y Puentes (10 proyectos). En total, se realizaron más de 250 encuentros programados entre los directores y productores latinoamericanos seleccionados previamente y posibles coproductores europeos que llegaron a Buenos Aires, así como muchas charlas "informales" más, según indicaron los organizadores.
Las responsables del BAL, Violeta Bava e Ilse Hughan (Fundación TyPA), el director artístico del BAFICI, Sergio Wolf, y los tres jurados de este año (la catalana Marta Andreu, el ítalo-alemán Vincenzo Bugno y el argentino Andrés Di Tella) fueron los encargados de anunciar los distintos galardones.
PREMIOS DE "ENCUENTROS DE COPRODUCCIÓN"
-Premio Arte: Sombie, de Santiago Fillol (Argentina-España). Arte (Francia) otorgó el premio "International Relations ARTE Prize", que consiste en 5.000 euros.
-1° Premio Cinecolor/Kodak: El primero de la familia, de Carlos Leiva (Chile). Producido por Dominga Sotomayor (Chile) y Benjamín Domenech (Argentina). Cinecolor otorgó un primer premio que consiste en servicios de revelado y transfer a una luz de quince (15) latas de 35mm negativo, cuyo material virgen es provisto por Kodak Argentina: 15 (quince) latas de material fílmico de 35mm por 122 metros.
-2° Premio Cinecolor/Kodak: Los hongos, de Oscar Ruiz Navia (Colombia). Producido por Diana Bustamante (Colombia). Cinecolor otorgó un segundo premio que consiste en servicios de revelado y transfer a una luz de diez (10) latas de 35mm negativo, cuyo material virgen es provisto por Kodak Argentina: 10 (diez) latas de material fílmico de 35 mm por 122 metros.
-Premio FIDMarseille - FIDLab: La guerra submarina, de Alejo Moguillansky (Argentina). Producido por Laura Citarella e Iván Granovsky. El proyecto será invitado a formar parte de la próxima edición de FIDLab.
-Premio Binger Filmlab: A mémoria é o músculo da imaginacao, de Flavia Castro (Brasil). Producido por Flavia Castro, Gisela Camara y Gabriel Durán. Binger Filmlab otorgó el premio “Binger BAL Deveopment Award” a uno de los proyectos seleccionados del BAL. El premio consiste en un viaje para dos sesiones de desarrollo de guión con un asesor elegido por Binger (todo valuado en 2.500 euros) y el seguimiento posterior vía Skype.
-Premio CPH:DOX - CPH:LAB: Me perdí hace una semana, de Iván Fund (Argentino). Producido por Iván Eibuszyc. CPH:DOX lo invitará a formar parte de su DOX:LAB en su próxima edición.
PREMIOS DEL WORK IN PROGRESS
-Premio Mantarraya: De jueves a domingo, de Dominga Sotomayor (Chile-Argentina-Holanda). Producido por Benjamín Domenech (Argentina). Mantarraya ofrece un premio de distribución, en el territorio mexicano. El ganador recibirá 5.000 dólares en concepto de precompra. Una vez terminada la película, Mantarraya organizará la distribución en una fecha que será acordada entre las partes.
-Premio NCP-Holland: De jueves a domingo. NCP-Holland dio un premio consistente en el subtitulado de una copia.
-Premio Estudio Ñandú: El ojo del tiburón, de Alejo Hoijman (Argentina). Producido por Gema Juárez Allen y Luis Ángel Ramírez. Estudio Ñandú otorgó un premio que consiste en un máximo de 80 horas de postproducción de sonido en sus instalaciones, y comprende tanto las salas y equipos necesarios como la mano de obra de un operador calificado.
-Premio Tauro Digital. Aurora, de Nele Wohlatz (Argentina). Producido por Gerardo NaumannTauro Digital entregó un premio que consiste en 96 horas de posproducción organizadas de la siguiente forma: 80 horas de armado de bandas y 16 horas de mezcla.
-Premio Lahaye: Aurora. Lahaye dio un premio que consiste en una de las siguientes opciones: Veinte (20) jornadas de equipamiento de Cámara HD Cinealta o Isla de edición por una jornada de ocho horas más corrección de color por seis horas.
-Premio Sinsistema: El ojo del tiburón. Sinsistema otorgó un premio que consiste en servicios de laboratorio digital y posproducción online 4K para un largometraje de hasta 120 minutos.
fuente: otroscine.com
Me piden recomendaciones. Copio los títulos que anoté en mi cuaderno, sin haber estudiado el catálogo, sin demasiados argumentos. Rumores, pálpitos, nombres:
Gran idea -y logro- de Sergio Wolf, director del BAFICI, que el año pasado convocó a César Aira para ser jurado del BAFICI. El escritor hizo devolución de atenciones con Festival, una "novelita" inspirada en su experiencia del BAFICI, que ahora publica el propio festival. Ayer, en una rarísima aparición pública de Aira, se presentó el libro (foto arriba). Aguardo la intervención de Alejandro Ricagno, nuestro performer de los comments, para que nos traiga su relato de testigo presencial. A continuación, el texto introductorio de Wolf:
A Letter to Elia de Martin Scorsese. El homenaje de Scorsese a Kazan -"fue como un padre para mí"- podría llamarse Faces, para tomar el título de otro griego, Cassavettes. Los rostros, que cortan el aliento, de las estrellas de Hollywood que trabajaron con Kazan: Marlon Brando, Eva Marie Saint, Montgomery Clift, Natalie Wood... ¡James Dean! "Mi mujer siempre me preguntaba si estaba enojado y yo le contestaba que no, que esa era simplemente mi cara", escribe Kazan en su autobiografía. "En cierto momento decidí aceptar que esa era mi cara, una cara enojada". La conclusión de Scorsese, después de pasearnos durante una hora, entretenidísima y emotiva, por todas las caras de On The Waterfront, East of Eden, America America, Wild River, A Face in the Crowd..., es como la de aquel breve texto de Borges: "Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara". Scorsese ya había hecho, hace más de diez años, la maravillosa cabalgata A Personal Journey Through American Movies with Martin Scorsese. Después de ver aquel documental, repleto de fabulosos clips de clásicos y gemas perdidas de la historia de Hollywood, a uno le daban ganas de salir corriendo al videoclub. Lo mismo pasa con éste, salvo que esa institución, el videoclub, ya casi no existe. La diferencia es que, en este caso, la cuestión se hace todavía más "personal": el mismo origen familiar inmigrante, la misma relación con los padres y con el universo del "viejo mundo" que desaparece, el conflicto entre hermanos, la traición... El retrato de Kazan se convierte en una especie de autobiografía del propio Scorsese. El espectador de cine como auto-biógrafo. Todos nosotros.
Me dejaron pensando las fotografías, en gran formato, de Tomoko Yoneda, una de las artistas más interesantes (casi todas mujeres) de la muestra de la Japan Society de Nueva York, Bye Bye Kitty: Between Heaven and Hell in Contemporary Japanese Art. Se exhibían seis items de una serie más extensa, de título Kimusa (National Military Defense Security Command). Se trata de interiores de las instalaciones abandonadas, en Seúl, Corea del Sur, del Comando Militar de Defensa y Seguridad Nacional (DSC, conocido en Corea como "Kimusa"). Allí funcionó un hospital militar durante la ocupación japonesa (1910-1945) y, a partir de los años 70, se utilizó como centro de detención de disidentes políticos. Curiosamente, las mismas intalaciones se destinarán al futuro Museo Nacional de Arte Contemporáneo de Seúl. Las fotografías de Yoneda no hacen referencia directa a esta historia, salvo por el título... ¡nada menos! Efectivamente, el título infunde cada detalle de las paredes, cortinas y ventanas con la siniestra sensación de lo que habrá sucedido allí, aludido también por las huellas que han dejado muebles y estantes sobre la pared e, incluso, especialmente, por las manchas y las sombras. La misma fría belleza de las fotos, técnicamente perfectas, casi monocromáticas, alude paradójicamente al horror de lo sucedido. Y los rastros de la mudanza nos hacen pensar adónde se habrá mudado el horror.