Nadie lo recuerda pero, antes de ganar el premio a mejor película en el 2010 con Aquele querido mes de agosto, Miguel Gomes ya había estado en el BAFICI, en el año 2000, con su primer cortometraje. Al igual que en su extraordinaria película anterior, donde Gomes ganaba terreno al mar para el cine, enviando fuerzas de ocupación de la ficción al territorio del documental, el director portugués sigue abriendo nuevas posibilidades narrativas para el cine del futuro. Tabú es como si fuera la mejor adaptación cinematográfica de la novela que César Aira todavía no escribió. Empieza de un modo desconcertante, con la historia de una señora de mediana edad, moradora de un edificio de clase media de Lisboa, preocupada por los desvaríos y el estado general de su anciana vecina Aurora. En una vuelta de tuerca sorprendente -que no debería sorprendernos viniendo de Gomes pero nos sorprende igual- en una segunda parte sobreviene un largo monólogo en voice over de un tal Ventura, un antiguo amante de la dama en cuestión, que narra el pasado romántico de Aurora y un grupo de colonos portugueses, en una finca africana, al pie del mítico Monte Tabú. Las imágenes pasan de un blanco y negro nítido, de realismo contemporáneo, a un blanco y negro imperfecto, "antiguo", filmado en un estilo que no remeda pero de alguna manera evoca al cine mudo. De hecho, esta larga segunda sección es casi muda, en rigor, no se oyen los diálogos aunque sí todos los demás sonidos ambientes y, siempre, la voz de Ventura en off, una voz muy literaria, como del siglo XIX, entre Stevenson y Conrad, pero con un ligero toque zumbón, borgiano. Por eso: Aira. La película se convierte, en esta segunda parte, en un relato anacrónico de amores y aventuras que, si bien mantiene ese tono de fábula, un poco juguetón, no deja de involucrar mágicamente al espectador en un universo de alguna manera creíble, lleno de emociones y verdad. Por eso: la novela que Aira todavía no escribió.
Como a lo mejor recordarán los memoriosos lectores de este blog, Aquele querido mes de agosto fue fruto de un proyecto fracasado. Gomes estaba haciendo el casting de un film que sería interpretado por actores no profesionales y músicos aficionados, habitantes de los pequeños pueblos de provincia retratados en aquella película. Poco antes de comenzar el rodaje, le falló buena parte de la financiación. En vez de suspender la filmación, Gomes decidió continuar con un equipo reducido y hacer un documental, o un cuasi documental, con los personajes encontrados. El resultado es una obra maestra, cuya singularidad se debe en parte, seguramente, a la improvisación forzada. Gomes me contó la idea del proyecto de ficción frustrado y yo, en su momento, pensé: qué suerte para nosotros que no le salió la financiación. Ahora me pregunto si aquel proyecto -"una historia muy ambiciosa de amores y aventuras a lo largo de distintas épocas"- no sería el germen de este tremendo Tabú...
-Andrés Di Tella
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