En los últimos años, sin embargo, Benning parece haber vuelto al ruedo. En un movimiento muy sintomático de reincorporación de la tradición vanguardista al género documental, el festival documental de Pamplona organizó un retrospectiva de su obra. De ahí rebotó al BAFICI, donde estuvo en abril. No llegué a ver ninguna de sus películas pero lo conocí y hablamos extensamente durante una cena. Me contó algo de su vida en la montaña y de una réplica –qué extraña obsesión tienen los americanos con las réplicas- que hizo de la mítica cabaña de Henry David Thoreau en el Lago Walden. Yo le conté que estaba escribiendo sobre Claudio Caldini, un pariente pobre del Sur en las lides del cine experimental, que también vive de alguna manera retirado del mundanal ruido, lejos de Buenos Aires. Me anticipó que iba a repetir una charla que había improvisado en Pamplona, usando internet. Al final, en el ajetreo del BAFICI, me la perdí.
La charla de Los Angeles tal vez haya sido una repetición de la repetición, entonces, aunque estoy descubriendo que una de las claves de la práctica experimental es, precisamente, la repetición. Y, por supuesto, la variación inevitable que se produce en la repetición. La “charla” de Los Angeles fue, en rigor, una especie de performance. Lejos de dar la sensación de haber sido ensayada previamente, tuvo todo el encanto de la improvisación, hasta en el mal sentido de la palabra. La improvisación, efectivamente, tiene mala prensa: “¡es un improvisado!”; “un evento de semejante importancia no se puede improvisar”, etc. Pero hay pocas cosas más maravillosas de contemplar que alguien que sabe improvisar. Benning parece torpe, mal preparado, las cosas están siempre a punto de salirle mal. Pero, inesperadamente, los malabares que hace girar en el aire nunca terminan en el piso.
Empezó la charla conectando la pantalla del auditorio con Google Maps. Se demoró buscando algo y en el público se oyeron algunos murmullos. Acaso estaba borracho. Por fin dio con lo que buscaba: Milwaukee. “This is where I was born”. Hizo zoom, y empezó a recorrer la ciudad: “Este era el parque donde pasé todas las tardes de mi infancia jugando al baseball”. Entró a caminar por una calle -“creo que es por acá”- y nos mostró la casa donde creció, en un viejo barrio obrero alemán donde vivieron sus padres desde 1940 hasta hace pocos años atrás. Cuando vendieron eran los últimos blancos del barrio. “Hoy es uno de los barrios más pobres de todos los Estados Unidos”. Reflexionó sobre el racismo que él mamó de chico y empezó a hablar de uno de sus ídolos del baseball, un gran batero negro que estuvo a punto de romper un record pero que no llegó, por un boicot del que se enteró muchos años después. Entró a una web de estadísticas para demostrar lo que pasó: no entendí nada porque no entiendo nada de ese deporte. A la hija de Benning, Sadie, le gustaba el baseball y empezaron a coleccionar antiguas figuritas de jugadores. A partir de esa colección, se le ocurrió hacer una película: “Les voy a mostrar una imagen de la película”. Y se metió en su email para buscar la foto.
Dentro de los mensajes recibidos, había varios de los organizadores del Encuentro, algunos con “urgente” en el asunto. Benning no encontraba la foto, pero alguien en el público lo ayudó. Después, volvió a Google Earth para mostrarnos dónde vive actualmente, en las montañas de Nevada. Pero no encontró la locación y esta vez, cansado, abandonó el intento. Después leyó un diario personal bastante escabroso de una visita a Nueva York que -confesó al final- no era suyo sino de un tal Arthur Bremer, un vecino de su mismo barrio de Milwauke, que en 1972 intentó asesinar al candidato presidencial George Wallace. "Lo leí como si fuese mío porque, de alguna manera, podría haber sido yo". Y así, de una cosa a otra, del Google Earth al email, leyendo el texto de un manuscrito que tenía encima, buscando algún dato en la web, o simplemente recordando una anécdota, Benning hechizó al auditorio durante una hora y media, con un relato que mezclaba la autobiografía con la historia de los Estados Unidos, yendo de la réplica de la cabaña de Thoreau a la del Unambomber, de la literatura a la política, terminando con la proyección de una secuencia de una de sus últimas películas, filmada precisamente en el mismo barrio de Milwaukee donde nació. Después del largo y sinuoso recorrido de Benning, ver esas escenas contemplativas, planos de 50 segundos cada uno, con retazos de la vida cotidiana del barrio y poco más, pero cada uno de ellos de una extraña belleza, se constituyó en otro modo –diferente del propuesto por nuestros anfitriones Lucas y Spielberg- de vislumbrar el alma del país donde nos encontrábamos.
-Andrés Di Tella
Publicado originalmente en Fotografías el 22 de agosto de 2009.
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