jueves, 15 de abril de 2010

BAFICI 2010 (5)

Una de las sorpresas de este festival fue el film paraguayo Cuchillo de palo de Renate Costa. Una historia familiar en la línea de mis Fotografías, por cierto. Una joven paraguaya (la misma Renate) investiga vida y muerte de un tío homosexual que apenas conoció. La investigación descubre una red de discriminación social y persecución estatal escalofriante. A veces me ocurre con este tipo de películas en primera persona, de un personaje-cineasta que investiga una historia, de preguntarme por la motivación, qué está en juego para él o ella. Y en este caso, por más que se trate de un asunto del que "hay que hablar", me parece que la verdadera motivación no está en descubrir y denunciar la homofobia de la sociedad paraguaya. Un poco como yo mismo advertí a mitad de camino en La televisión y yo: "A lo mejor, esta película al final no era más que un pretexto para hablar con Papá". Perdón por la auto referencia, pero se me vuelve medio inevitable. Lo que hace que Cuchillo de palo trascienda los límites del documental de investigación en primera persona -donde muchas veces no hay una razón genuina para usar la primera persona- es, precisamente, ese "pretexto": la necesidad de Renate de hablar con su padre. Ella misma le dice: "vos y yo nunca hemos hablado". Es que ya no se trata sólamente de escuchar lo que el padre tiene que decir sobre su hermano -amables barbaridades- sino de la puesta en escena de una hija que intenta acercarse a ese padre y que, con todo cariño, se atreve a exponerlo como un monstruo. En el catálogo del BAFICI, alguien escribió: "Si bien la cineasta aparece y guía las entrevistas, la primera persona es un rasgo de enunciación tenue, enmarcado por el pudor, el respeto y la justa distancia ante la historia de su propia familia". Y me parece que es no entender nada. Porque, justamente, se trata de lo contrario: cuando la cineasta deja de lado el pudor y la justa distancia y, sobre todo, abandona ese "rasgo de enunciación tenue", la película se convierte en otra cosa. "¿No te preguntás por qué estoy haciendo esta película?" le espeta ella en un momento de tensión. Y él permanece callado. La investigación sobre el tío homosexual pasa a un segundo plano y lo que empieza a contar es el teatro edípico entre padre e hija. La cineasta construye una sucesión de escenas entre ella y su padre -con increíble pericia, teniendo en cuenta que ella está en escena- donde el peso de lo no dicho adquiere una potencia pocas veces vista en el género documental. Acompaña al padre a pescar, lo ayuda a remontar un barrilete, lo despierta con un mate... Al silencio final, de la última conversación, frustrada, entre padre e hija, le sigue la imagen bellísima de un perrito que corre detrás del auto donde está la cámara. Es un perro callejero que se instaló en la vereda del taller mecánico del padre y al que el padre siempre quiere echar. Pero Renate descubre que, por las noches, el padre le pone agua. Terminar así viene a ser una manera, con extrema elegancia y emoción contenida, de barajar y dar de nuevo, de darle otra oportunidad a ese padre cabrón y de hacernos pensar toda la película bajo otra luz.

-Me quedé pensando en el plano final de Cuchillo de palo... -me dijo Alejandra Almirón, maestra de montajistas.
-¿Qué?
-Que esa imagen de apariencia inocente no es un final sino un punto de giro que se manifiesta en mi cabeza horas después de haber visto la peli e imagino planos que no existen.
-¿Qué más se puede pedir del último plano de una película?

-Andrés Di Tella

Sábado 17, 16hs. Hoyts Abasto 9.



3 comentarios:

Firbinski dijo...

Qué lástimna no poder, desde aquí, ver la película. Te llamo la atención sobre algo que ya hablamos en el pasado: el tópico de la conversación en el agua, el espacio contenido y abierto del barquito, la isla artificial.
Abrazos,
Paul

Fernando dijo...

La película es de verdad muy sincera y emocionante. Pero no me parece que el padre quede como un monstruo, sino, a lo sumo, como un tipo retrógrado, que repite lo que le enseñaron sin cuestionarse nada. Por eso es tan significativo ese silencio del pre-final, ahí parece pasar algo en el interior de ese hombre... La escena posterior del perrito, en cambio, me pareció un agregado medio artificial, como para cerrar la película con un final medio "feliz".

Fotografías dijo...

Firbinski: sí, claro, reminiscencias de Rama en el lago Epuyén ("Fotografías"). En este caso, en el bote, padre e hija NO hablan y se limitan a pescar, o mejor dicho, el a pescar, ella a acompañar. En ese momento del relato, ella no puede hablar de lo que quiere (del hermano del padre, de los prejuicios de padre, tal vez de su propia sexualidad), pero por eso mismo, lo no dicho cobra mayor fuerza.

Fernando: tenés razón en cuanto al padre, que no es un monstruo. Justamente, el último plano, el del perrito, lo pone en evidencia. No sé si es un agregado artificial, tal vez tengas razón en eso también. A mí me pareció un lindo final y, además, como yo siempre trato de meter por lo menos un plano de algún perro en mis propias películas, me sentí identificado.