Z32 es un documental raro –-como son todos los mejores exponentes del género-- que pone en cuestión uno de los pilares del documental: el testimonio. O dicho en otras palabras: dar la cara. Al mismo tiempo, nos obliga a pensar acerca de la responsabilidad que le cabe al que recibe el testimonio, no solo al que lo da. Es decir, la responsabilidad del propio cineasta y, por derivación, la del espectador. Se trata del testimonio de un ex soldado israelí que quiere ser perdonado por su participación en una matanza, por pura venganza, de un grupo de palestinos. En escenas de increíble intimidad, la novia del soldado cuestiona su presunto arrepentimiento. Lo que permite tamaña intimidad es que están solos con la cámara. (“¿Está grabando? ¿Está bien el cuadro?” pregunta ella mientras ajusta la cámara al comenzar la película). Pero, sobre todo, porque su identidad se haya preservada por arte digital: primero, con una variante del típico blur, después con una especie de máscara que sólo nos permite ver ojos y boca y, finalmente, en una vuelta de tuerca prodigiosa, con… ¡otro rostro! Una auténtica expresión, en términos cinematográficos, de lo siniestro, esa confusión entre lo extraño y lo familiar, entre lo ajeno y lo propio, de la que hablaba Freud. El culpable es otro, el soldado que se confiesa, pero el efecto de semejante intimidad es que nos sentimos implicados en el crimen, casi cómplices. En el medio, Mograbi reflexiona sobre su propia responsabilidad… cantando con una pequeña orquesta en el living de su casa: “¡Oy vey! ¡Estoy ocultando un asesino! ¡Oy vey! Mi mujer me dice: no hay perdón para un asesino. ¡Oy vey! ¡Y yo lo encuadro en mi film!”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario