miércoles, 25 de febrero de 2009

"Diario en que toda literatura esté ausente"

La editorial Paradiso acaba de publicar “Diario. Cuaderno de disciplinas espirituales”, de Ricardo Güiraldes. Un texto hasta ahora inédito, en el que el autor de “Don Segundo Sombra” se había prometido escribir, consignando todo para sí mismo, excluyendo la potencialidad de un lector, yendo y viniendo del autocontrol y la soledad al ruido de la vida, y consignando malestares físicos, emocionales, datos objetivos y presunciones indemostrables. Un libro que permite reubicar a Güiraldes en el sitio que le pertenece: entre los más refinados escritores argentinos.

Por Guillermo Saavedra

Cristalizado en la consagración póstuma de un libro admirable, la condena de ser siempre citado sin ser realmente leído, Ricardo Güiraldes (1886-1927) fue bastante más que el autor de una apología idealizada del gaucho. Luego de frustrar las expectativas de una familia de pro, fracasando en las carreras de Arquitectura y Derecho, y tras la previsible estadía parisina arrojando al techo la manteca de vacas propias y ajenas, Güiraldes se encontró con la escritura. El espíritu sopla donde quiere y, en su caso, con singular felicidad, ya que Güiraldes fue uno de los vectores de la mejor literatura argentina en una época en que ésta no fue precisamente escasa.

Ya en El cencerro de cristal (1915), su primer libro, alterna el verso y la prosa fraseándolos con una voz personal que alumbra más de una audacia luminosa e inspirada, como el poema Luna, antecedente de los desplantes antilíricos del ultraísmo martinfierrista.

En las ficciones de Cuentos de muerte y de sangre, también de 1915, ensaya un realismo contenido que, en sus muchos buenos momentos, se aleja del morbo naturalista que parece anunciar su título, y se tempera con inflexiones de cuño modernista: marca un camino que no desdeña los aspectos más desagradables de la existencia pero tampoco olvida la aspiración poética de un sintagma redondo y necesario.

Es que Güiraldes, en tanto escritor, vivió para la frase, como si en la respiración de ese período se cifrara el secreto de la literatura. Y ya en esos libros se adivina en ella la busca de un arco alzado en un equilibrio de tensiones: la oralidad y la escritura, lo culto y lo popular, lo épico y lo lírico, lo íntimo y lo público, las huellas de la autobiografía titilando en el agua de la ficción pura. Ese arco, que también podría definirse en Güiraldes como la tarea funambulesca de caminar entre la tradición y la vanguardia, se fue haciendo cada vez más aéreo y depurado, con interrupciones y desvíos que marcaron sus preocupaciones, tropiezos y desengaños, en las novelas Raucho (1917), Rosaura (1922), Xaimaca (1923) y Don Segundo Sombra (1926) y, entre otras publicaciones, en los póstumos Poemas místicos y Poemas solitarios, conocidos en 1928.

Ese movimiento pendular negociando entre extremos tuvo también un correlato topográfico en las constantes idas y venidas de Güiraldes: de Buenos Aires al mundo y viceversa; y, más aún, en la sístole y diástole entre el cosmopolitismo de La Gran Aldea, excitada por las visitas internacionales convocadas por su infatigable amiga Victoria Ocampo, y la intensidad bucólica de la estancia familiar en San Antonio de Areco, La Porteña.

Tal condición bifronte no le resultó gratuita. Güiraldes se coció como todo mortal en la salsa amarga de su contemporaneidad; y en ella fue subestimado o incomprendido, más apreciado como patricio generoso –cofundador de Proa y promotor de jóvenes valores tan disímiles como Borges y Arlt (a quien regaló el magnífico título El juguete rabioso)– que como autor. Tal como le ocurriría al propio Borges unas décadas más tarde, debió esperar el reconocimiento de la divina Francia. Sólo que en su caso llegó demasiado tarde.

Hoy el lector puede acceder al testimonio conmovedor de un momento preciso de ese derrotero. Se trata de un diario de Güiraldes que acaba de publicar Paradiso, en una bella edición curada por Cecilia Smyth y Guillermo Gasió, que incluye un facsímil del original y un esclarecedor prólogo de María Gabriela Mizraje y contó con el apoyo del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires.

Fue escrito entre marzo de 1923 y septiembre de 1924 para servir a Güiraldes de registro de su trabajo, no sólo en la escritura sino sobre sí mismo, sobre su cuerpo enfermo y su conciencia al filo del estupor.

El texto es realmente notable. Ante todo, porque resulta un precioso envés del contexto biográfico del escritor: allí están las minucias de su cotidianidad fluctuante entre la estancia y Buenos Aires, pero también el registro de sus escritos (en el lapso abarcado por el diario, Güiraldes termina y publica Xaimaca y comienza a escribir Don Segundo Sombra), sus trabajos con la pintura y el dibujo, la gestación y salida de la revista Proa, sus encuentros con artistas e intelectuales, su creciente inclinación teórica y práctica hacia el budismo.

Pero lo que verdaderamente conmueve de este manuscrito hasta ahora inédito es la economía radical de su escritura, anunciada en un escueto avant-propos: “Diario en que toda literatura esté ausente”, se promete y se cumple Güiraldes a lo largo de casi todas sus entradas. El reflexivo no es superfluo: se promete escribir, consignar para sí mismo, excluyendo la potencialidad de un lector. Y el resultado es infrecuente, algo que por momentos se reduce a la enumeración descarnada de prácticas diarias vinculadas a lo que Foucault hubiera llamado “el cuidado de sí”. Aunque en Güiraldes las mejoras de cuerpo y espíritu no se buscan en un retorno a los clásicos de Occidente sino en una mixtura muy argentina de prescripciones de medicina alopática y ejercicios tomados de las lecturas del budismo y la teosofía, a las que Güiraldes había accedido durante su último viaje a Europa.

La elección de la escritura es totalmente funcional a su propósito: oraciones desprovistas de verbos conjugados en voz activa y muchas veces reducidas a predicados no verbales imponen al conjunto esa vocación de austeridad que hace reinar al participio pasado pasivo y evita el sujeto: “Levantado a eso de las diez. Baño tibio. Afeitado en el Jockey. Almorzado con Carlos”. “Leído un poco de Hatha Yoga”. Como si él mismo fuera un agente fantasma o, más aún, el objeto de esas acciones: “Pintado en el estudio del ombú. Chocolate por Adelina, sobre el pasto”. Por eso, cuando aparece un verbo conjugado, suena como un pistoletazo verbal, como si el sujeto replegado en sus pesquisas se reencontrara de golpe en una epifanía: “Concentración en el banco de las magnolias. Estoy como demasiado despierto a las cosas”.

Güiraldes no buscaba entonces convertirse en un monje ni recluirse en un ashram. A lo sumo, y no es poca cosa, sumergirse en el agua turbia de la contemplación para emerger renovado. Va y viene del autocontrol y la soledad al ruido de la vida. Consigna malestares físicos y emocionales, dudas y certezas, datos objetivos y presunciones indemostrables, actos triviales y propósitos elevados. Atraído por los preceptos de diversas disciplinas orientales persigue, en sus ejercicios físicos y espirituales, un cambio profundo en la respiración que su diario refleja como una forma inusitada de la verdad. Busca y entona su propio grado cero de la escritura, aquella que, como decía Barthes, “es el último episodio de una Pasión de la escritura que sigue paso a paso el desgarramiento de una conciencia burguesa”.

Vale la pena tomar contacto con esta encarnación por parte de Güiraldes de ese episodio del que, tal vez, la literatura aún no ha salido del todo.

Publicado originalmente en Perfil.


1 comentario:

Fotografías dijo...

Al toparme por casualidad con este comentario del amigo Guillermo Saavedra, que gentilmente me lo cedío para publicar aqui, me hizo feliz ver que Güiraldes ya empieza a dejar de ser aquel estereotipo del “escritor terrateniente” o "señorito disfrazado de gaucho" y que se abre a otras lecturas, más inteligentes, más sensibles y, por lo mismo, más productivas.

También pensé, con tristeza, que la lectura de Saavedra le hubiera complacido seguramente a mi querido Ramachandra Gowda, hijo adoptivo y albacea de Güiraldes, quien se pasó los últimos años de su vida recopilando materiales, tratando de armar una edición de los materiales inéditos de Güiraldes que nunca llegó a completar ni publicar. Pero en fin: los que andan buscando en los márgenes, fuera de los caminos comunes, siempre están un poco a destiempo.