miércoles, 1 de abril de 2009

BAFICI (9)

Todos mienten de Matías Piñeiro

Todos mienten empieza con una sucesión vertiginosa de escenas, entre un grupo de chicos y chicas en una quinta, de las que se entiende poco y nada pero que, igualmente, generan intriga. Una chica (Romina Paula, foto), que anda dando vueltas por la quinta con un grabador, leyendo en voz alta un libro de Sarmiento, dice que es tataranieta (o algo así) del prócer y narra una inverosímil novela familiar. Se besa con uno y después con otro, mientras urde un plan incomprensible que incluye a algunos y excluye a otros en una maraña de mentiras: "Todos mienten". Otra chica (María Villar) empieza a contar, en ronda de amigos, una historia muy intrincada, tal vez la misma novela familiar porque tiene que ver con Sarmiento, pero que resulta ser un juego colectivo, donde los que escuchan deben adivinar… no sé qué. ¿Alguna clave oculta? Después, vemos a María desgrabando la “novela” que Romina dictaba al grabador y que uno de los chicos, tal vez enamorado de una de las chicas, quiere leer a toda costa. Mientras tanto, suceden otras cosas… ¿Complicado? Promediando el metraje, en el momento en que ya estamos por abandonar semejante historia, o mejor dicho, en el momento en que la historia empieza a abandonar al espectador, advertimos que aquella escena del comienzo, del juego colectivo, era una clave: todo no era más que un juego. Como todo juego, Todos mienten requiere de la complicidad entre los que juegan, en este caso, entre el que cuenta el cuento y el espectador. Y ahí se juega la apuesta --y el riesgo-- de la película.

Casi todas estas escenas están filmadas en planos-secuencia, donde la acción no se interrumpe por corte sino que distintos personajes entran y salen de cuadro, al tiempo que los desplazamientos de cámara siguen a unos y dejan atrás a otros, en una verdadera coreografía entre la cámara y los personajes, la figura y el fondo, los espacios y los tiempos. Un prodigio de lenguaje cinematográfico y deleite narrativo que, más allá de las dudas que puedan quedar acerca de adónde conduce todo esto, me hizo pensar en aquello que decía Truffaut: “Quiero que las películas que veo expresen o bien la alegría de hacer cine o bien la angustia de hacer cine. No me interesan las películas que no vibran”. Los malabarismos de puesta en escena de Matías Piñeyro, la perfecta cámara de Fernando Lockett (otra vez), incluso su delirio formal e inconsecuencia narrativa, hacen de Todos mienten una película que ciertamente expresa la alegría de hacer cine. Y el ensemble de luminosos actores, en el que se destacan la siempre brillante Romina Paula y María Villar, una revelación, hace el resto para que la película efectivamente vibre.


2 comentarios:

girlontape dijo...

ganas de verla!

Fotografías dijo...

Sí, está buena, aunque también está dando para el debate en los pasillos del Abasto...