"Cuando tenía siete años me ponía la ropa de mi madre e iba por mi casa pisándome el vestido como una reina en miniatura," explica Liza Casullo sobre el escenario. "Veinte años después encuentro un pantalón Lee de los setentas de mi madre que es exactamente de mi medida. Me pongo el pantalón y empiezo a caminar hacia el pasado. En una avenida, me encuentro con mis padres cuando era jóvenes y nos vamos a dar un paseo en moto por Buenos Aires. Mi padre adelante, después mi madre y yo agarrada de la cintura de mi madre, con el viento golpeándome tan fuerte como si quisiera borrarme la cara".
Así empieza Mi vida después, la obra de Lola Arias que se estrenó hace dos semanas en el Teatro Sarmiento y que viene a ser, en más de un sentido, el último episodio de la serie Biodrama creada por Vivi Tellas. La premisa del proyecto auspiciaba la creación de obras de teatro basadas en la vida de una persona real, viva. Mientras duró, Biodrama tuvo la enorme virtud de empujar hacia territorios inexplorados --los del teatro documental-- a una serie de dramaturgos notables como Javier Daulte, Gustavo Tarrío, Mariana Obersztern, Daniel Veronese, Beatriz Catani, Mariano Pensoti, Mariana Chaud y Analía Couseyro. Tras la renuncia de Tellas a la dirección del Teatro Sarmiento (dependiente de la obsoleta estructura de teatros oficiales de la ciudad de Buenos Aires), el proyecto no continuará allí, y queda por verse si reencarnará de alguna otra forma. Mi vida después, iniciada bajo la gestión de Tellas, ya no lleva la etiqueta "biodrama" pero, de todas formas, resume y multiplica la premisa del proyecto, llevándola casi al límite del agotamiento.
Arias plantea lo siguiente: "Seis actores nacidos en la década del setenta y principios del ochenta reconstruyen la juventud de sus padres a partir de fotos, cartas, cintas, ropa usada, relatos, recuerdos borrados. ¿Quiénes eran mis padres cuando yo nací? ¿Cómo era la Argentina cuando yo no sabía hablar? ¿Cuántas versiones existen sobre lo que pasó cuando yo aún no existía o era tan chico que ni recuerdo? Cada actor hace una remake de escenas del pasado para entender algo del futuro. Como dobles de riesgo de sus padres, los hijos se ponen su ropa y tratan de representar su historia familiar. Carla reconstruye las versiones sobre la muerte de su padre que era guerrillero del ERP. Vanina vuelve a mirar sus fotos de infancia tratando de entender qué hacía su padre como oficial de inteligencia. Blas se pone la sotana de su padre cura para representar la vida en el seminario. Mariano vuelve a escuchar las cintas que dejó su padre cuando era periodista automovilístico y militaba en la Juventud Peronista. Pablo revive la vida de su padre como empleado de un banco intervenido por militares. Liza actúa las circunstancias en que sus padres se exiliaron de Argentina. Mi vida después transita en los bordes entre lo real y la ficción, el encuentro entre dos generaciones, la remake como forma de revivir el pasado y modificar el futuro, el cruce entre la historia del país y la historia privada".
Arias pone en juego un abanico impresionante de recursos escénicos, desde sublimes momentos musicales hasta una muy aceitada trasmisión "en vivo" de filmaciones generadas sobre el mismo escenario. Todo sucede dentro de un clima de espontaneidad que rescata la frescura y la gracia de la improvisación, como si se tratara de un ensayo extraordinariamente feliz. Pero también pasa que los actores (todos buenísimos) dejan entrever por momentos cierta incomodidad con los textos, donde deben hablar de sí mismos y de sus padres, sin mediación. Es como si esa literalidad de la situación --"estos textos son literalmente verídicos"-- los llevara a un terreno extraño, casi intransitable para el actor, que no es ni el de la actuación ni el del testimonio. Al mismo tiempo, esa incomodidad de los actores trasmite un grado de incertidumbre y de riesgo que se agradece. Lo interesante del Biodrama, su desafío si se quiere, está ahí, en ese borde incómodo. El exceso de eficacia escénica podría ahogar, justamente, todo efecto de verdad. La incomodidad de los actores, que podría ser un defecto, preserva sobre el escenario un hálito de credibilidad.
El problema, como adelantaba al principio, es que Mi vida después parece estar resumiendo y multiplicando la premisa de Biodrama, en la medida que sintetiza y reproduce todo por seis. Cada actor debe contar su propia historia, cada uno a su turno. Pero, en esa repetición de historias, la directora/dramaturga no se quiere repetir: de ahí el despliegue deslumbrante de recursos sobre el escenario. Si bien el efecto inmediato es el de mantener en alto el nivel de entretenimiento (se trata efectivamente de un espectáculo muy entretenido), hay un riesgo de terminar saturando al espectador con tanto despliegue y tanta historia de vida resumida. Es un efecto curioso: se trata de un espectáculo vigoroso, del que se sale casi enfervorizado, los ojos llenos de las mil y una posibilidades del teatro. No se puede pedir mucho más de una obra. Al mismo tiempo, sin embargo, se puede llegar a producir en el espectador un síndrome cartón lleno. Es posible que se trate de un efecto acumulativo, de todos estos años de biodramas, confesionarios, realities y documentales autobiográficos (mea culpa). Pero algo del dispositivo de Mi vida después puede estar actuando como catalizador de ese sentimiento. Oí a un espectador que salía del teatro comentarle a otro: "¡Estuvo buenísimo! Pero no quiero que nadie más me cuente su vida, al menos por unos días".
Mi vida después
escrita y dirigida por Lola Arias
Con Blas Arrese Igor, Liza Casullo, Carla Crespo, Vanina Falco, Pablo Lugones, Mariano Speratti, Moreno Speratti da Cunha.
Teatro Sarmiento
Av Sarmiento 2715 (Jardín Zoológico)
Boletería: 4808-9479
Jueves a domingo 21 horas.
8 comentarios:
Muy buen post. Da mucha curiosidad.
LUCIO
Gerardo Nauman ha escrito:
Hola Andrés, leí tu nota sobre el trabajo de lola. Hay varias cosas de la obra que podríamos comentar, pero te escribo por otra razón. Está genial que hagas un comentario acerca de una obra de teatro. Si hay una razón (entre muchas otras) que hace que el teatro en Buenos Aires sea de tan baja calidad es por la falta de críticos serios (que
son los únicos que pueden ser severos y al mismo tiempo seguir estimulando a autores, directores, al medio en gral). Adelante.
Abrazo Gerardo
Desde ya, yo no soy crítico ni serio ni gracioso, ni aspiro a ello, sino que a veces anoto cosas en una libreta cuando una película o una obra de teatro me deja pensando y tiene que ver con mis preocupaciones artísticas del momento, como es el caso de la obra de Lola, obviamente. Pasar esos apuntes al blog me ayuda a redondear algunas ideas, me obliga a describir y tratar de razonar un poco. Espero no caer en "la crítica de los críticos". No estoy muy al tanto del estado de la crítica teatral, pero si tiene algo que ver con el pobre estado de la crítica de cine vernácula... ¡pobres teatristas!
Por otra parte, no comparto tu sensación de que el teatro que se hace en Buenos Aires sea de tan baja calidad. Hay muchas cosas malas, seguro, pero también hay algunas --bastantes-- muy buenas, como lo ejemplifica la misma obra de Lola. Igual, estaría bueno poder leer, sobre las obras que vemos, algo más que una típica reseña de La Nación o Clarin. Tal vez los mismos "teatristas" deberían escribir algo. Hay, por cierto, toda una tradición.
Gerardo Naumann escribió:
Es verdad que mi comentario anterior pareció querer generalizar y no era la idea. Hay varios directores que hacen trabajos muy buenos. Y también hay críticos, comentaristas, periodistas que escriben muy buenas notas.
Ah, Gerardo, ahora te me resblandeciste completamente...
Gustavo escribió:
Qué buen post!
Qué buenos comments!
Da ganas de ver la obra, además.
Gracias Gustavo! Che, un placer escribir de teatro y tener el honor de semejantes "comentaristas", dos extraordinarios dramaturgos como Gustavo Tarrío y Gerardo Neuman.
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