La había visto hace una punta de años, en un canal latino de Estados Unidos, y me había impactado por su pulso narrativo implacable y por cómo estaba filmada. Recordaba unas escenas de Angel Magaña manejando de noche por la ruta (en aquella época del cine argentino, los exteriores eran infrecuentes). Después supe que el director Pierre Chenal era un judío francés (nacido en Bélgica) que había hecho varias películas en Europa antes de venir a la Argentina en 1942, escapando de los nazis. Llegó al país por no tener otro lugar adónde ir, sin contacto alguno y sin hablar el idioma. Ni siquiera sabía si la Argentina tenía una industria cinematográfica. Su mujer, que había viajado antes, no pudo ingresar a la Argentina y desapareció "en algún lugar de América del Sur" (más tarde la descubrió enferma en Bolivia). Tuvo la suerte de encontar un ángel de la guarda en Luis Saslavsky, quien conocía sus películas, y le presentó a su productor. Así lo recordaba Chenal muchos años después: "Allí estaba yo, en esa ciudad fabulosa, tan rica, en la que todo abundaba y en la que en tres días me ofrecían dirigir, mientras que en Francia todo el mundo se moría de hambre. ¡y yo que había pensado en suicidarme!"
Anoche volvimos a ver El muerto falta a la cita. Se la vendí a Cecilia como "la mejor película argentina de la historia". Ella me recordó que ya le había dicho lo mismo de Apenas un delincuente de Hugo Fregonese, otra de mis favoritas, que la decepcionó. Para peor, la película de Chenal no tiene un comienzo muy feliz. Es verdad que a veces hay que pagar un peaje hasta entrar en los códigos de actuación y diálogos de época. En las primeras escenas, con pasos de comedia sin mucha gracia, Angel Magaña pone caras como si estuviera en una obra de "teatro malo" de Vivi Tellas. Cecilia pedía que cambiáramos de película, pero yo hacía oídos sordos. No podía dejar que se me derrumbe así nomás uno de mis pocos mitos de la historia del cine argentino.
Gracias a Dios, la película pronto toma otro rumbo, siniestro e inquietante, cuando Magaña vuelve borracho de su despedida de soltero y -eran aquellas imágenes de ruta nocturna que por algo recordé- atropella a un ciclista. Para no ir preso, oculta el cadaver del ciclista entre unos matorrales al borde de la ruta y escapa. Pero el arrepentimiento lo carcome y finalmente decide entregarse a la policía. Les muestra el lugar del incidente, pero... el muerto falta a la cita. El cadaver ha desaparecido. La película pega a partir de ahí un giro hitchockiano, con la aparición de un personaje extraño interpretado por un actor de nombre Sebastián Chiola, un psicópata de presencia realmente perturbadora, cuyas intenciones no se terminan de entender hasta el final. El mismo Magaña, torturado por las dudas acerca del personaje de Chiola y su propio sentimiento de culpa por el accidente, lleva su actuación a una zona de sombras y neurosis sumamente interesante. Y la película cobra, a lo mejor, otra capa adicional de sentido si se sabe que el argumento pertenece a un hombre perseguido que acaba de perderlo todo.
-Era buena nomás- reconoció Cecilia.
-Andrés Di Tella
3 comentarios:
uyyy, ¡qué ganas me dieron de verla! Gracias por la reseña. Y cuántas más habrá que hoy nos sorprendan, ¿no?
qué otras perlas ocultas hay en tu lista?
a Mario Soffici le gustaba esta película. Se lo escuché decir algunas veces.
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