animación de Blu y David Ellis
Pista: Darío S.
Vean, si no la vieron, una anterior, que hizo Blu en Buenos Aires: Las paredes de Villa Urquiza.
fuente: http://www.blublu.org/
Pista: Darío S.
Vean, si no la vieron, una anterior, que hizo Blu en Buenos Aires: Las paredes de Villa Urquiza.
fuente: http://www.blublu.org/
A diferencia de aquellas películas, como La hora de los hornos, que se han convertido en piezas de museo y que despiertan una sonrisa nostálgica por su mezcla de demagogia y maniqueísmo publicitario, Agarrando pueblo no ha envejecido nada. Todo lo contrario. Aparece como una película de su tiempo, sí, pero como si fuera cine del futuro, imaginando ayer lo que podremos llegar a pensar mañana. Yo confieso haberla descubierto hace poco. María Luis Ortega, una de las máximas autoridades de lengua hispana en cine documental, fue la que me avisó de su existencia. Me contó que siempre empieza sus clases con Agarrando pueblo, por su capacidad para hacer reflexionar a los alumnos sobre lo que puede haber -de manipulación y de equívoco- detrás de las presuntas buenas intenciones del documental. Parece que los alumnos muchas veces se indignan. La película de Ospina sigue exhibiendo la misma irreverencia y ejerciendo la misma provocación que tanto incomodó en aquella época de bellas banderas y mentiras piadosas.
Pero Ospina es mucho más que un cineasta. Entre otras (muchas) cosas, fue uno de los responsables de haber rescatado vida y obra de su amigo Andrés Caicedo, el escritor que se suicidó en 1977 a los 25 años y que hoy se ha convertido, junto a Roberto Bolaño, en uno de los grandes mitos de la cultura necrófila latinoamericana. Con otro amigo, Carlos Mayolo, Caicedo y Ospina hicieron de Cali un inverosímil polo cinéfilo de América, alrededor de un cineclub y de la revista Ojo al Cine, descubriendo y revalorando películas y cineastas que en otras latitudes serían reconocidos sólo muchos años después. La correspondencia cinéfila entre Caicedo y Ospina, editada por este último, es uno de los intercambios más contagiosos que haya tenido la fortuna de leer (me hicieron recordar las crónicas que Cabrera Infante publicó en los años 60 con el seudónimo de Caín). Dan ganas de salir corriendo a ver películas y, sobre todo, poder discutirlas con interlocutores tan apasionados como ellos. Ospina no ha perdido nada de su celo cinéfago, como pudimos comprobar con la pila de dvds de cine arte pirata que se compró en Mulholland Drive, maravillosa caverna de Ali Babá, ubicada en los Almacenes Pensilvania de Bogotá, donde –según Ospina- se puede comprar cualquier cosa, desde una cámara digital de última generación hasta un lanzacohetes. También, por un módico precio, se puede contratar a un sicario para asesinar a algún indeseable.

Entrenamiento elemental para actores
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