Un judío se hace rico. Decide, por primera vez en la vida, pagarse unas vacaciones en la nieve e incluso practicar esquí.
Inexperimentado, torpe, se sale de la pista y cae en un barranco. Por un milagro se agarra en el último momento a un débil arbusto que crece entre las rocas. Debajo de él, el vacío y la muerte. Sus manos se aferran al arbusto, pero advierte que pronto va a caer. Las raíces del arbusto empiezan a romperse.
El judío, angustiadísimo, levanta la mirada al cielo y grita:
-¿Hay alguien ahí? ¿Hay alguien ahí?
-Aquí estoy, hijo mío -le responde una voz solemne-. No temas y suelta el arbusto. Mis ángeles te tomarán y te dejarán suavemente en el suelo.
El judío piensa un momento antes de gritar:
-¿Hay alguien más?
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