domingo, 16 de enero de 2011
"El país del diablo" en el país del diablo
sábado, 15 de enero de 2011
El ególatra sincero
Lo único tan exagerado como la vida de Claude Lanzmann es el relato que el propio Lanzmann hace de ella. Escribo vida en singular y me doy cuenta de que esa palabra se queda corta por comparación con todas las peripecias que caben en ella y con el torrente verbal que se despeña sobre uno desde el momento en que abre el libro hasta que lo deja, extenuado, ahíto, entusiasmado, irritado, muchas horas pero no muchos días después. Escribo torrente y también me quedo corto: la autobiografía de Claude Lanzmann es una catarata de palabras y nombres, un alud, una deflagración de acontecimientos, descripciones, chismes, digresiones descabelladas, y mientras uno lee en ella varias páginas dedicadas al funcionamiento y la historia de la guillotina o a las proezas de alpinismo o de vuelo sin motor o a las intrigas eróticas entre Jean-Paul Sartre y sus diversas amantes simultáneas o a las luchas internas por el poder en el seno de la resistencia argelina contra Francia, uno no sabe qué es más asombroso, si la energía física y verbal del que cuenta la historia o el esfuerzo del traductor, Adolfo García Ortega, por trasladar al español esa sobreabundancia mareante.
La liebre de la Patagonia
Claude Lanzmann.
Traducción de Adolfo García Ortega.
Seix Barral. Barcelona, 2011. 524 páginas. 24 euros.
La noticia en otros webs
Claude Lanzmann dictó estas memorias en lugar de escribirlas: leyéndolas nos parece escuchar una de esas voces que no callan nunca, a las que nunca les falta un suministro de saliva ni de nuevas historias, casi todas las cuales, en el caso de estos grandes habladores, giran en torno a ellos mismos. Hay muchos ególatras desatados que hablan porque no escuchan. La diferencia es que Claude Lanzmann es un ególatra que tiene muchísimas cosas que contar. También es una de esas personas que exhiben con toda desenvoltura sus propios méritos y carecen de prejuicios a la hora de citar literalmente los elogios que han recibido. Luchando en la resistencia contra los alemanes logra una proeza y los dirigentes clandestinos del Partido Comunista lo felicitan declarando que nadie ha hecho nada parecido. Redacta un trabajo en el Instituto o termina en la universidad su tesis sobre Leibniz y las autoridades correspondientes se deshacen en parabienes y le dan las calificaciones máximas. Escribe un reportaje sobre un asesinato cometido por un cura rural en los años cincuenta y es celebrado como la mejor investigación que se ha hecho nunca sobre el tema, y cuando el propio Lanzmann lo revisa medio siglo después le satisface comprobar que no ha perdido su actualidad ni su agudeza. Con sesenta y siete años se monta por primera vez en un avión de caza israelí que alcanza una velocidad de 2.500 kilómetros por hora y el piloto lo felicita por su temple inaudito e incluso le permite manejar los mandos. Durante unas maniobras en el desierto del Sinaí Claude Lanzmann, que está rodando un documental, conduce un carro de combate y dispara con plena puntería y en plena marcha a un blanco móvil.
Claude Lanzmann es eso que en inglés se llama un namedropper, alguien que no puede hablar tres palabras sin dejar caer los nombres de las celebridades a las que ha conocido o que lo han alabado. Pero no es un namedropper cualquiera, en un arte en el que hay tanta competencia: Claude Lanzmann es el namedropper por antonomasia, el campeón exagerado del conocimiento próximo y muchas veces íntimo de algunos de los nombres propios más llamativos del siglo XX. Que fuera el amante de Simone de Beauvoir mientras Sartre se acostaba con su hermana Évelyne a espaldas de sus otras amantes oficiales es a estas alturas casi una nadería. Claude Lanzmann acudió con urgencia a consolar a Simone Signoret cuando ésta se enteró de que Ives Montand estaba engañándola en Los Ángeles con Marilyn Monroe. En Corea del Norte fue huésped de Kim Il Sung y discutió con él sobre disidentes encarcelados durante una cena. En la guerra de Argelia caminó durante muchas horas junto a los rebeldes por el desierto mientras caían las bombas de la aviación francesa y debatió en plena confianza con Ben Bella, Buteflika y Bumedian sobre el futuro del país después de la independencia. Mientras entrevistaba a Sofia Loren a las seis de la madrugada Carlo Ponti acechaba celoso en la habitación contigua. Volvía en barco de Israel en 1952 cuando estalló la tempestad más grande registrada en el Mediterráneo en los últimos siglos; con los pasajeros y la tripulación aterrados y vomitando por todas partes, sólo el capitán del buque y Claude Lanzmann se mantuvieron serenos y lograron entre los dos salvarlo del naufragio. En El Cairo, en 1967, unos días antes del comienzo de la guerra de los Seis Días, compartió horas y horas de franca conversación con el presidente Nasser, y con Sartre y Beauvoir, también invitados al encuentro. En Pekín no llegó a encontrarse con Mao ni con Zhou Enlai, pero sí, satisfactoriamente, con Chen Yi, ministro de Asuntos Exteriores, con el que estuvo hablando durante cinco horas, rodeado de intérpretes y de silenciosos funcionarios que tomaban notas. Fue a él, Claude Lanzmann, a quien se le ocurrieron los títulos de varios libros de Simone de Beauvoir, y quien llevó a Sartre a conocer a Franz Fanon y lo convenció para que escribiera el prólogo legendario, y bastante vergonzoso, a Los condenados de la tierra. El primer novio de su hermana fue Gilles Deleuze. Cuando ella se suicidó en 1966 el velatorio duró diez días. Acudieron a él las mayores figuras intelectuales y políticas de Francia y el olor acabó siendo tan perceptible que ni las flores de las coronas lo disimulaban.
En medio de esta marabunta, dos cosas imborrables resaltan: con 18 años, Claude Lanzmann fue un héroe de la Resistencia; y hacia 1973 concibió un proyecto en el que iba a trabajar durante doce años, y en el que quizás por primera vez ejercitó al máximo y con plena lucidez, obstinación y provecho su vocación por la desmesura. No sé si existe otra película tan larga como Shoah, que dura algo más de nueve horas. De lo que estoy seguro es de que nada en el cine ni en la literatura testimonial se parece a ella.Shoah es el documental más abrumador que se ha hecho nunca sobre el exterminio de los judíos de Europa, y también el último, porque ya quedan cada vez menos supervivientes y testigos. Sólo alguien tan desaforado como Claude Lanzmann podía atreverse y empeñarse durante tanto tiempo en una película que además de un documental austero y solemne es un monumento al dolor humano, un atisbo de las oscuridades más innombrables de la crueldad y la vergüenza. Y cuando Lanzmann cuenta, en la última parte de sus memorias, los años que dedicó a la investigación y al rodaje, su egolatría casi cómica se eclipsa, porque las personas a las que busca y con las que consigue hablar le importan más que él mismo: un verdugo nazi apaciblemente jubilado, un barbero judío que vio las cámaras de gas y al que Lanzmann le sigue el rastro por un vecindario devastado del Bronx... Sólo por llegar a esas páginas ha valido la pena atravesar las marejadas de palabras y nombres, este monólogo de un egocentrismo tan sincero que roza la inocencia.
fuente: elpais.com
viernes, 14 de enero de 2011
Confesionario y amigos
en Confesionario y Amigos de Cecilia Szperling, Radio UBA.
Para escuchar el programa clickear aquí o sintonizar el 87.9FM.
miércoles, 12 de enero de 2011
Manoel de Oliveira, 102 años...
levantado del facebook de Edgardo Cozarinsky
martes, 11 de enero de 2011
arte
Autor de la reseña: Josefina Zuain
Muestra: Marta Minujín. Obras 1959-1989
Espacio: Malba
Artista(s): Marta Minujín
domingo, 9 de enero de 2011
Pasión de multitudes en el MALBA
jueves, 6 de enero de 2011
un desconocido por otro
Otra típica lectura de un servidor: la biografía de un escritor que no leí, escrita por otro escritor que no leí. Like A Fiery Elephant: The Story of BS Johnson de Jonathan Coe. Coe es un novelista inglés bastante reconocido, que pertenece a la generación inmediatamente posterior a la del llamado dream team (Jorge Herralde dixit) de Martin Amis, Salman Rushdie, Ian McEwan y Julian Barnes. Seguramente, por eso mismo, quedó relegado en mis lecturas (confieso que a los otros sí los leí ampliamente). Alguna vez me recomendaron El club de los canallas (“The Rotter’s Club”) que habla de la vida en Inglaterra en los años 70 -I was there- pero no lo llegué a leer. De BS Johnson apenas llegué a abrir algún libro pero, sobre todo, me quedó grabado uno de sus títulos de los años 60: Aren’t You Rather Young To Be Writing Your Memoirs? (“¿No eres demasiado joven para estar escribiendo tus memorias?”). Ese título anticipó, para mí, lo que sería años después una de las corrientes más importantes de la literatura actual. Johnson escribía novelas pero pensaba que la “novela” no tenía que ir necesariamente de la mano con la “ficción”. En una de sus primeras novelas (que no leí), Albert Angelo, Johnson dibuja un personaje autobiográfico apenas disimulado (lo hace arquitecto en vez de escritor). Pero interrumpe la historia por la mitad: “fuck all this lying!” Y continúa: “qué sentido tiene disimular, mentir… quiero contar la verdad, toda la verdad sobre mí… si empiezo a contar historias me alejo de la verdad de mi verdad y eso no es bueno”.
Como no podía ser de otra manera, la biografía de Coe tampoco es una biografía normal, porque Coe no es un biógrafo sino un novelista y porque BS Johnson no fue un novelista cualquiera sino un novelista experimental. Según una crítica reproducida en la contratapa del libro, “es como si Paul McCartney hubiera escrito una canción sobre John Cage”. Coe piensa en Johnson como un personaje. Y su historia tiene que ser tan poderosa como la de una novela, con giros inesperados en la trama (por más que el final se sabe de antemano). Pero tampoco se permite inventar nada. Todo -aún las especulaciones sobre los agujeros negros de la vida de Johnson- está basado en documentos y testimonios. A la vez, Coe no siempre le cree a Johnson y esto da para una especie de tensión dramática entre biógrafo y biografiado. Se produce un ida y vuelta muy interesante -acorde con el espíritu crítico del novelista experimental- entre el deseo de contar una historia y la imposibilidad, finalmente, de conocer la vida de otra persona. El epígrafe de la biografía, parádojico, es del propio Johnson: “Telling stories is telling lies”.
-Andrés Di Tella