En la escuela le dieron a R, como tarea, un cuento de Borges. Quise saber cuál y me llevé una sorpresa al no conocerlo. A esta altura --no lo digo con jactancia sino con resignación-- el placer habitual consiste en releer a Borges. Tuve, como consecuencia, la rara oportunidad de leer un cuento de Borges como si fuera inédito. Fue algo así como poder escuchar por primera vez un tema de los Beatles. Y, por supuesto, lo extraño se mezcló con lo familiar: ahí, en esa historia desconocida, de su última época, estaba todo Borges. La mínima pero misteriosa anécdota, de origen oral que le llega al narrador por el abuelo, lo incierto de los hechos y el tono conjetural del relato, presentado como un simple resumen, hasta el enigma final, que evoca aquella famosa definición de La muralla y los libros: "La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo: esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético".
PEDRO SALVADORES
Quiero dejar escrito, acaso por primera vez, uno de los hechos más raros y más tristes de nuestra historia. Intervenir lo menos posible en su narración, prescindir de adiciones pintorescas y de conjeturas aventuradas es, me parece, la mejor manera de hacerlo.
Un hombre, una mujer y la vasta sombra de un dictador son los tres personajes. El hombre se llamó Pedro Salvadores; mi abuelo Acevedo lo vio, días o semanas después de la batalla de Caseros. Pedro Salvadores, tal vez, no difería del común de la gente, pero su destino y los años lo hicieron único. Sería un señor como tantos otros de su época. Poseería (nos cabe suponer) un establecimiento de campo y era unitario. El apellido de su mujer era Planes; los dos vivían en la calle Suipacha, no lejos de la esquina del Temple. La casa en que los hechos ocurrieron sería igual a las otras: la puerta de calle, el zaguán, la puerta cancel, las habitaciones, la hondura de los patios. Una noche, hacia 1842, oyeron el creciente y sordo rumor de los cascos de los caballos en las calles de tierra y los vivas y mueras de los jinetes. La mazorca, esta vez, no pasó de largo. Al griterío sucedieron los repetidos golpes, mientras los hombres derribaban la puerta, Salvadores pudo correr la mesa del comedor, alzar la alfombra y ocultarse en el sótano. La mujer puso la mesa en su lugar. La mazorca irrumpió; venían a llevárselo a Salvadores. La mujer declaró que éste había huido a Montevideo. No le creyeron; la azotaron, rompieron toda la vajilla celeste, registraron la casa, pero no se les ocurrió levantar la alfombra. A la medianoche se fueron, no sin haber jurado volver.
Aqui principia verdaderamente la historia de Pedro Salvadores. Vivió nueve años en el sótano. Por más que nos digamos que los años están hechos de días y los días de horas y que nueve años es un término abstracto y una suma imposible, esa historia es atroz. Sospecho que en la sombra que sus ojos aprendieron a descifrar, no pensaba en nada, ni siquiera en su odio ni en su peligro. Estaba ahí, en el sótano. Algunos ecos de aquel mundo que le estaba vedado le llegarían desde arriba: los pasos habituales de su mujer, el golpe del brocal y del balde, la pesada lluvia en el patio. Cada día, por lo demás, podía ser el último.
La mujer fue despidiendo a la servidumbre, que era capaz de delatarlos. Dijo a todos los suyos que Salvatores estaba en la Banda Oriental. Ganó el pan de los dos cosiendo para el ejército. En el decurso de los años tuvo dos hijos; la familia la repudió, atribuyéndolos a un amante. Después de la caída del tirano, le pedirían perdón de rodillas.
¿Qué fue, quién fue, Pedro Salvadores? ¿Lo encarcelaron el terror, el amor, la invisible presencia de Buenos Aires y, finalmente, la costumbre? Para que no la dejara sola, su mujer le daría inciertas noticias de conspiraciones y de victorias. Acaso era cobarde y la mujer lealmente le ocultó que ella lo sabía. Lo imagino en su sótano, tal vez sin un candil, sin un libro. La sombra lo hundiría en el sueño. Soñaría, al principio, con la noche tremenda en que el acero buscaba la garganta, con las calles abiertas, con la llanura. Al cabo de los años, no podría huir y soñaría con el sótano. Sería, al principio, un acosado, un amenazado; después no lo sabremos nunca, un animal tranquilo en su madriguera o una suerte de oscura divinidad.
Todo esto hasta aquel día del verano de 1852 en que Rosas huyó. Fue entonces cuando el hombre secreto salió a la luz del día; mi abuelo habló con él. Fofo y obeso, estaba del color de la cera y no hablaba en voz alta. Nunca le devolvieron los campos que le habían sido confiscados; creo que murió en la miseria.
Como todas las cosas, el destino de Pedro Salvadores nos parece un símbolo de algo que estamos a punto de comprender.
8 comentarios:
Genial! Tampoco lo conocía.
LUCIO
Mariana León escribió...
Andres me paso lo mismo ayudando a M con la misma tarea. Me dije ...es siempre tan increible Borges. Vos lo pones tan lindo en palabras e imagenes!
Besos
Sí, el Morocho de Palermo cada vez escribe mejor, qué se le va a hacer...
La tarea me dio la excusa para hablarle a R de Borges. Lo que más lo impresionó fue cuando le mostré las 1633 páginas del diario de Bioy Casares sobre Borges. Y por supuesto le conté de la vez que estuve en su casa... (materia para otra entrada futura, je je)
Renata Cardarelli escribió...
mmmm otra joyita desconocida absolutamnete ! Gracias Andrès
Querido Andrés:
Vuelvo al blog después de unas semanas. Quedé, en primer lugar, sorprendido por las fotos de Turquía; más bien por saber que estás, de verdad, en Turquía.
Luego el cuento desconocido de Borges. Tremendo. Me recuerda los relatos de náufragos: el problema está en la imposibilidad del regreso; y también resuena a algún relato de Nathaniel Hawthorne que conocí a través de Borges...
Una alegría volver a encontrarte detrás de las fotos y los textos.
Abrazos grandes.
Paul querido: Ya contaré, con más tiempo, mis aventuras por Etsambul, entre Oriente y Occidente y Pasado y Presente... Por ahora, hay que conformarse con las fotos...
Y sí, Pedro Salvadores y la tarea de R me devolvieron a Borges.
Estuve recordando las extraordinarias clases de Enrique Pezzoni, que tuve la suerte de presenciar y que me abrieron a los abismos de Borges... ¿hace veinte años? ¿o treinta? (hay una recopilación, apenas el eco de un eco, tomadas de los apuntes de Pezzoni, "Enrique Pezzoni, lector de Borges. Lecciones de literatura 1984-1988", compilado por Annick Louis). También la biografía de Emir Rodríguez Monegal, escrita con Borges aún vivo, nada mal aunque con grandes agujeros.
Lo seguro es que Borges va a estar en mi próxima película, si es que alguna vez no estuvo en las anteriores...
Hola, encontré este cuento después de muchos años de haberlo perdido...gracias!
Hola, no conocia este relato, lo busque al tener una referencia leyendo el libro "El aprendizaje del escritor" de editorial sudamericana... Y lo encontre aqui, muchas gracias. Saludos.
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