Otro de los documentales que me gustó mucho de la cosecha del Atlantidoc fue Exiliados, de la uruguaya Mariana Viñoles, Mejor Documental Uruguayo (qué placer que los dos premios principales fueran a parar a manos de mujeres directoras, dicho sin ninguna condenscendencia pero, desgraciadamente, no es costumbre). A diferencia de El lugar más pequeño de Tatiana Huezo, que se llevó el premio principal, Exiliados no hace gala del menor preciosismo. Por lo contrario, parece filmada en VHS (que, a esta altura, ya cobra aires nostálgicos a la manera del super-8 para generaciones anteriores). De hecho, desde el comienzo queda establecido que se trata de un material casero, casi de home movie familiar. En una vieja cinta defectuosa repleta de drops, la propia directora se filma a sí misma, en su nueva residencia en Bélgica, adonde se acaba de mudar después del la crisis del 2001. Imaginamos a los padres de Viñoles como destinatarios de esta video-letter. Y ese tono familiar, confidencial, prevalece a lo largo de todo el metraje, que registra las idas y venidas, de Uruguay al exilio y del exilio a casa, de Mariana y sus hermanos y, en una vuelta de tuerca inesperada, del propio padre que emigra a Venezuela cuando dos de sus hijos vuelven al país. Las emociones del desgarro familiar fluyen en un relato de apariencia desprolijo pero, en el fondo, muy bien armado, que nos involucra como si fuéramos nosotros los destinatarios. Un trabajo de montaje notable, sin alardes, que con sabiduría casi invisible baraja testimonio crudo y silencio pregnante, cámara casera y momentos inesperados de poesía visual. La pregunta que nos queda al final es si éramos los destinatarios de esa carta, los que se quedaron en casa, o si por el contrario éramos los que la escribíamos, los exiliados.
-Andrés Di Tella
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