por Ricardo Piglia*
Las autoridades utilizaron para tomar su decisión las observaciones y opiniones vertidas en algunas de las cartas de evaluación pedidas por la administración a estudiantes y a colegas de Calvo. Lo que está en juego en este penosísimo acontecimiento no es el contenido de esas cartas –que habitualmente circulan en los procesos de evaluación, multitudinarias y kafkianas–, sino el modo de leerlas. En los diez años de trabajo de Calvo en la universidad no hubo un solo hecho que justificara esa decisión: se trató básicamente de una cuestión de interpretación de metáforas, dichos y estilos culturales.
Los académicos encargados de leer las cartas actuaron como aquel campesino del cuento clásico que interrumpe una obra de teatro para avisarle al héroe de que se encuentra en peligro. Antonio Calvo era un joven intelectual español, formado en los debates de la transición democrática en su país. Nada explica un suicidio, pero nada explica tampoco la decisión arrogante de los encargados de juzgar a colegas que pertenecen a tradiciones culturales diferentes a las que dominan en la academia norteamericana.
Los héroes de la tragedia clásica pagaban con su vida la comprensión equivocada de la palabra oracular, en la actualidad son otros quienes leen tendenciosamente los textos que cifran los destinos personales. La significación de las palabras –diría alguno de los discípulos de Wittgenstein que abundan en el campus– depende de quien tenga el poder de decidir su sentido.
4 comentarios:
Piglia y los colegas en su Departamento, los cuales son mayoritariamente extranjeros, apoyaron activamente o por omision, la violenta destitucion de Calvo. Mas alla de esta tibia denuncia para salvar la ropa, que va a hacer Piglia? Va a renunciar a su cargo o va a aceptar mansamente el acto de discriminacion?
http://www.elpais.com/articulo/internacional/Princeton/rectifica/Piglia/despido/profesor/Calvo/elpepuint/20110518elpepuint_1/Tes
Princeton no ha revelado claramente los motivos que llevaron a un comité de seis profesores, presidido por la rectora Shirley M. Tilghman, a despedir a Calvo. Al profesor se le dio la oportunidad de defenderse en una audiencia el pasado 11 de abril. No compareció, y se suicidó al día siguiente. Princeton no informó de la muerte a sus alumnos de forma inmediata. Cuando lo hizo, no les aclaró que había sido un suicidio y les notificó en un comunicado que estaba de baja en el momento de su muerte.
En un mensaje en que detalla los procedimientos de renovación de un profesor asociado, Cliatt le ha asegurado a EL PAÍS que "el profesor Piglia no es miembro del Comité de Asesoramiento del Profesorado sobre Nombramientos y Ascensos [el que determina las contrataciones] y no tiene conocimiento de primera mano del contenido del que este disponía y en qué modo se leyó ese contenido". Insiste la portavoz, como ya hizo la universidad por vías oficiales el pasado 25 de abril, en que en el caso de Calvo hubo "alegaciones de conducta impropia", aunque no aclara de cuáles se trataron.
Me permito responder al anónimo, brevemente: Ricardo Piglia se jubiló de Princeton el pasado diciembre, varios meses antes del hecho trágico. Antonio, que era un amigo con quien almorcé casi a diario entre el 2001 y el 2007, estaba dedicado completamente a un trabajo imposible: coordinar y evaluar a colegas sin tener ningún apoyo ni seguridad laboral. Las instituciones privadas de elite como Princeton operan en secreto, como las corporaciones. Nunca se permitió la formación de un sindicaro ni ninguna instancia que defienda los intereses del empleado. El Departamento había aprobado la renovación de su contrato, y la decisión de expulsarlo vino de las altas esferas, según entiendo. Princeton se protege con el secreto. Ante estas decisiones no hay, realmente, ninguna posibilidad de defenderse.
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