por César Aira
Si hay una profesión que nunca elegiría es la de espía. En cambio trabajaría con gusto, y hasta creo que lo haría bien, en el contraespionaje. El espionaje, ir a buscar información y robársela a gente que quiere mantenerla secreta, es algo que siento contrario a mi naturaleza. Me es antipático. Lo veo afín a las ONG, que tampoco me gustan, esa manía de los ricos y ociosos de ir a meterse donde no los llaman, entre los pobres o los países subdesarrollados, con la excusa de la ayuda y el humanitarismo. Esa figura moderna que ha florecido bajo la insignia de la solidaridad, el Entrometido, es el avatar actual del espía. En cambio, y por la misma inclinación, yo podría hacer buen papel en el contraespionaje; me gustaría; lo siento casi como una vocación que tengo y que lamento no haber desarrollado: rodear mis secretos de círculos amurallados de dificultad creciente, crear claves, códigos, escondites, despistar a los entrometidos... Toda mi creatividad podría desplegarse en esa tarea, y apuesto a que mi inventiva se multiplicaría prodigiosamente de cara a las misiones que me encomendaran.
Me doy cuenta de que esta preferencia, si bien puedo justificarla (o apenas decorarla) con algún razonamiento objetivo como la aversión por el Entrometido o el entrometimiento, en el fondo es totalmente personal. Podría ser al revés. El que favoreciera al espionaje por sobre el contraespionaje podría mencionar en su favor la curiosidad, el espíritu de iniciativa, el amor al viaje (yo soy irremediablemente sedentario). Podría sostener la superioridad de la acción sobre la reacción. Él sale, se va, busca la aventura en terreno hostil, se arriesga; yo me quedo en casa, protegido y protegiendo; a la figura detestable del Entrometido, con la que yo califico al espía, pueden oponerme la no menos deplorable del Oficialista...
Sea como sea, y tenga razón quien la tenga, parece seguro que se trata de una cuestión de personalidad, y no sería imposible que toda la humanidad se dividiera en esos dos campos.
Me pregunto si mi preferencia por el contraespionaje se deberá a, o estará relacionada con, mi profesión de escritor; o si los escritores, por serlo, nos inclinaremos por el contraespionaje... Algunas características del gremio, y del trabajo, parecerían indicarlo: nos quedamos en nuestro lugar, lo cubrimos de signos, lo fortificamos, protegemos el secreto que antes hemos creado, o el secreto que se crea solo en el momento en que empezamos a protegerlo...
¿O será al revés? Porque el escritor también podría reclamar la figura del que sale al mundo a descifrar los secretos ajenos, el que se arriesga en terreno hostil, el que vuelve con la información preciosa...
El demonio de la clasificación nos tienta a pensar que los escritores, todos los escritores, podrían ordenarse según esta tipología. Escritores espías y escritores contraespías... Basta un momento de reflexión para ver que hay casos mixtos, dudosos o inubicables. Un momento más, y se hace evidente que todos los casos son mixtos, dudosos o inubicables. Pero eso no significa que esos dos tipos de personalidad no existan, y no dejen su marca en la obra de los escritores.
Quizás la diferencia que estuve dando por sentada, entre espionaje y contraespionaje, no es tan neta, o es una diferencia abstracta entre dos cosas que en los hechos van juntas. Todos los escritores debemos de tener las dos facetas, una en forma de preferencia, la otra en forma de aversión. Y cuanto más fuertes sean la preferencia y la aversión, más tensión habrá en lo que escribamos, más resistirá a las interpretaciones, menos dejará ver el secreto... Con lo que en definitiva habrá triunfado el contraespionaje.
Publicado en El malpensante no. 109. Junio 2010. Leer el ensayo completo aqui.
5 comentarios:
Entre Junger y el contraespionaje de Aire, me quedo pensando. ¿Cómo leemos el mundo? Iba a contestar, pero debo ir a comprar arroz.
...de Aira, no de "Aire". Otra de mis Fantas.
Sí, buena pregunta.
Hermosa tu nota sobre Viñas.
Gracias, Firbinsky. Iba a recordar nada más esa última imágen, del viejo inclinado sobre el diario La Nación con su birome azul... y todo lo demás vino solo. Las sorpesas del blog.
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