sábado, 12 de marzo de 2011

David Viñas

La última vez que vi a David Viñas habrá sido hace unos 5 años -tal vez más- en el bar de la librería Losada sobre Corrientes, en el mismo lugar donde había estado la librería Gandhi si no me equivoco. Yo tenía que encontrarme con alguien pero llegué temprano y pude observarlo un momento. Viñas leía con mucha concentración “el diario de los Mitre”. Me llamó la atención que tenía todo el diario subrayado con una birome azul que guardaba en la oreja a la manera de los viejos almaceneros. Me contó una amiga que estuvo trabajando en la biblioteca del Instituto Iberoamericano de Berlín que todos los libros del siglo XIX relacionados con la campaña del desierto –todos incunables- también estaban subrayados y anotados con la misma birome azul y la letra inconfundible de Viñas.

Cuando Viñas volvió del exilio después de la dictadura, en 1984, por intermedio de Beatriz Sarlo pude asistir como oyente a su seminario sobre Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla. El auditorio de la Facultad de Letras de la calle Marcelo T. de Alvear rebalsaba de alumnos y, supongo, curiosos como yo que querían escuchar al profesor legendario. Por ese entonces Viñas publicó los resultados de su investigación en Berlín, Indios, ejército y frontera, una extraña antología comentada de sus lecturas de la literatura de la conquista del desierto, en la que los comentarios son más extensos -y a menudo más interesantes- que los textos comentados.

Viñas leyó la campaña del desierto en clave anticipatoria de lo que serían cien años después, en el momento en que él escribía, los crímenes de la dictadura militar. Pero a la vez estaba inmerso, hasta el cogote, en la dimensión histórica y hablaba de Mansilla como si fuera su contemporáneo o, incluso, un pariente distanciado por una riña familiar. Allí se originó un interés que desembocaría muchos años después en mi película El país del diablo. Volví a leer entonces a Mansilla y algunos de los libros que Viñas habría subrayado: entre ellos el Viaje al país de los Araucanos de Estanislao Zeballos, del que decidí seguir sus huellas por la pampa. También recuperé algunas imágenes de El último malón, extraordinario seudo documental de 1914 que Viñas nos mostró en el contexto del seminario, en una temblorosa copia de 16mm vista en una excursión inolvidable al Museo del Cine, en aquellos tiempos anteriores al video.

Pensé en buscar a Viñas y hablar con él, inclusive contar el origen de mi interés por el tema, a modo de prólogo de mi viaje por el "antiguo país del diablo" (así denomina Zeballos a la región de la pampa hasta entonces dominada por el Cacique Namuncurá). Al final, la urgencia por preparar el viaje y tratar de establecer contactos más prácticos hizo que dejara para "después" un encuentro con Viñas. Hubiera sido un honor que quedara grabada en mi película la estampa de semejante prócer de nuestro tiempo, con sus bigotes que nada tenían que envidiar a los del mismísimo Zeballos.

Otro recuerdo: en 1991 Viñas rechazó la Beca Guggenheim, a la que se había presentado por sugerencia de Ricardo Piglia. Le explicó a un periodista: “Resolví tirar 25 mil dólares por la ventana. Y si me apurás un poco, mirá, fue un homenaje a mis hijos. Me costó 25 mil dólares. Se me cantó renunciar porque mataron a mis hijos. ¿Sabés lo que es que te hayan matado a dos hijos?" Lorenzo Ismael, de 25 años, y María Adelaida, de 22, fueron secuestrados y asesinados por los militares. Recuerdo muy bien a Lorenzo, que fue compañero de mi hermano Víctor, en la Escuela del Sol. Lo recuerdo a Lorenzo y a otro compañero de mi hermano, Martín Beláustegui, también desaparecido. Los recuerdo a todos, una tarde al salir de la infancia -ellos eran mayores y yo los admiraba un poco- escuchando aplicadamente el álbum blanco de Los Beatles. Creo que a Lorenzo lo "chuparon" en 1979, en Paso de los Libres, cuando intentaba regresar al país para participar de la llamada contraofensiva montonera. Ya no recuerdo quién me lo contó.

Esta mañana, me tocaron las palabras de Beatriz Sarlo en La Nación. Su artículo, una especie de necrológica personal, terminaba con este párrafo:

Hace poco más de un año, lo encontré en un bar de la calle Corrientes y Rodríguez Peña. Nos habíamos alejado, y ambos nos abrazamos pensando (yo, por lo menos, lo pensé) que posiblemente la mayoría de las cosas presentes seguían separándonos, pero que valía la pena abrazarse porque nunca se sabe. Hoy ya se sabe. Quizás esta misma nota lo habría enojado a Viñas: "Hermanita, ¿en el diario de los Mitre?". Así llamaba invariablemente a este diario. La pregunta forma parte de lo mucho que nos separaba. Sin embargo, soy su alumna, de la manera infiel en que se puede serlo, de la única manera en que David lo habría admitido.

Mi vínculo con Viñas fue escasísimo, alguna palabra intercambiada en aquel seminario, un saludo por la calle en otro momento, no creo que me registrara más que como el rostro de algún ex alumno, o tal vez simplemente tenía la costumbre de saludar a quien lo saludara. Saber que te podías cruzar con Viñas en algún café hacía de Buenos Aires una ciudad más íntima. Pero para mí simbolizaba algo más, tal vez como maestro de mis maestros (Beatriz Sarlo, sin ir más lejos). Vuelvo a citar a Borges: "Como todas las cosas, el destino de Pedro Salvadores nos parece un símbolo de algo que estamos a punto de comprender".

Esta tarde, dentro de un rato, se hará un homenaje a Viñas en la Biblioteca Nacional. Allí estaremos.

-Andrés Di Tella









6 comentarios:

Alejandra Almirón dijo...

Qué lindo esto que escribiste, lo pego en mi muro.

Maria Rosa Andreotti dijo...

Me gustó tu comentario, Andrés, porque registra ese frágil instante que separa el antes y el después, tan difícil de retratar.

Tommy Barban dijo...

Bellísimo recuerdo Andrés.

Renata Cardarelli dijo...

Viñas , Mansilla , un documental .. . siempre consigue fabricar belleza con sus recuerdos Andrés .Gracias

andrea guiu dijo...

Qué buena despedida, Andrés, gracias por este tributo personal. Un gran intelectual y maestro de lectores Viñas, a muchos la cabeza nos hizo click (como a Sarlo) cuando leímos "Literatura y (realidad) política", ese click es su legado.

Fotografías dijo...

Gracias, amigos.