Me piden unas palabras sobre Reconstruyen crimen de la modelo, una pieza hecha hace veinte años que ya es, para mí, una pieza de museo. No sé, sin embargo, cuál sería el museo más apropiado para semejante especimen. Se suele exhibir en museos de arte –hace poco en el Reina Sofía de Madrid- pero quién sabe si no tendría mayor pertinencia ubicarla en un museo de tecnología obsoleta. Describir, simplemente, la tecnología involucrada puede llegar a ser demostrativo. Mi televisor por esa época, por ejemplo, era un aparato blanco y negro. No digo que fuera lo único disponible entonces, pero nadie tampoco se desmayaba de incredulidad al verlo. No sólo no tenía control remoto sino que, para colmo, se me había roto la perilla para cambiar de sintonía. Para pasar de un canal a otro tenía a mano una pinza de mecánico con la que “intervenía” el aparato, como un Nam June Paik doméstico. Así y todo, con ese recurso primitivo, me las ingeniaba para hacer “zapping” –palabreja de moda por ese entonces- entre los cinco canales de aire existentes.
En la Argentina corrían tiempos agitados que me hacían estar atento a los noticieros: el fin de la primavera democrática del presidente Alfonsín, dos intentonas fallidas de golpe de estado, el asalto a un cuartel militar por un grupo guerrillero desconocido, el indulto a los militares que habían sido condenados por violaciones a los derechos humanos, la hiperinflación cotidiana, los saqueos a los supermercados… El noticiero más visto en esos años, hacia fines de los 80, era el Nuevediario de Canal 9, pionero en una clase de amarillismo sensacionalista que escandalizaba a las buenas conciencias. Hoy, por supuesto, sería visto como un juego de niños. Fue una noche en Nuevediario, precisamente, que vi las imágenes que están en Reconstruyen crimen de la modelo.
Ese episodio lateral, de la crónica policial, tal vez fuera intrascendente en comparación con los hechos políticos recién aludidos. Sospeché, igual, que en esa puesta en escena al cuadrado, de la reconstrucción de la reconstrucción, se estaba poniendo en juego algo esencial, de la naturaleza de la televisión. Allí se veía, de un modo casi obvio, lo que hace la televisión de la realidad. Cómo construye el acontecimiento, para decirlo con el título de un libro del semiólogo Eliseo Verón, asesor de Alfonsín en los años 80. En el comienzo y el final del video se ve descender de un patrullero al imputado –el acusado del crimen- pero, inmediatamente, como si se tratara de un error, se lo vuelve a introducir en el móvil policial. Como si el protagonista del hecho no debiera ver la reconstrucción, que hacen otros. “Reconstruyen”: ¿quiénes reconstruyen? ¿qué reconstruyen? De hecho, el título del cortometraje está tomado literalmente del texto que se lee continuamente en el pedestal de la emisión, respetando la gramática particular del found footage.
Vi esa situación tan extraña, bajo la lluvia, iluminada por los relámpagos de los flashes y los focos de la televisión, y pensé que había que hacer algo con esas imágenes. Pensé en sacar fotos del televisor pero no tenía rollo fotográfico a mano. Tampoco podía grabar porque no tenía video-cassettera. Mi amigo Fabián Hofman sí tenía. Lo llamé por teléfono: creo que todavía se discaban los números. Le pedí a Fabián que grabara urgentemente lo que estaba viendo. Me dijo que su videocassettera no andaba bien y que la última vez que lo había intentado había salido sin sonido. Yo tenía un grabador de audio de minicassette -¿o era microcassette? ¿cuál era la diferencia?- que usaba en mis tiempos de periodista y que a mí me parecía bastante sofisticado. El tiempo se nos escurría. Quedamos, entonces, en que Fabián grabara la imagen y yo el audio. Después, resultó imposible sincronizar una cosa con la otra ya que cada cinta, la del VHS de Fabián y la del minicassette mío, corría a una velocidad distinta. De hecho, fue esa misma disparidad la que nos obligó a trabajar la banda de sonido en forma totalmente autónoma de la imagen, incorporando otros sonidos que yo fui grabando de la tele con el mismo y precario método.
Con Roberto Barandalla, colaborador fundamental en trabajos posteriores míos como Montoneros, una historia y Prohibido, armamos una especie de guión con los distintos elementos, tanto de imagen como de sonido, usando las clásicas fichas de oficina. Después de ver repetidamente el material, que ya conocíamos de memoria, como una especie de pesadilla recurrente, armamos el video, en una larga noche en un estudio de edición prestado. De más está decir que en aquellos tiempos nadie soñaba con editar una película en su propia laptop, como de hecho estoy haciendo ahora mismo, mientras me tomo un momento para redactar estos apuntes. Acceder a equipos de edición era una cuestión para profesionales.
El socio de Fabián, Eduardo Yedlin, también prestó su colaboración, imprescindible, aquella noche. De hecho, se trataba de un trabajo en equipo, o mejor, de un juego entre amigos, circunstancia que quedó reflejada en los créditos. Mi amigo de la infancia Ricardo de Gainza, sin demasiada experiencia en la materia, se hizo cargo de, tal vez, la instancia decisiva de todo el proceso: la edición y mezcla de audio. Ricardo figura en los créditos como “ingeniero de sonido”, como chiste, en alusión a su condición de ingeniero industrial. Si no me equivoco, la hicimos con una consola Tascam portaestudio a cassette, prestada ya no recuerdo por quién, en otra larga jornada. Y así, en tres jornadas –una: grabación; dos: edición de video; tres: edición de audio- se hizo Reconstruyen crimen de la modelo (sin contar, es verdad, el tiempo dedicado a pensar qué hacer, ¿pero cómo se calcula ese tiempo?). Seguramente me estoy olvidando de muchas cosas. Lo demás… es historia.
-Andrés Di Tella
junio 2010, Buenos Aires.
Texto escrito para la edición del dvd antológico "Argentine Experimental Film and Video", recientemente editado en los Estados Unidos por Antennae, que incluye Reconstruyen crimen de la modelo, de Andrés Di Tella y Fabián Hofman (1990). La curaduría corre por cuenta de Andrés Denegri y Pablo Marín.
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