por Andrés Di TellaEn el año 1995 se estrenó en el Rojas
Montoneros, una historia. Para mí es un recuerdo imborrable. Estuvo casi dos años en cartel, a sala llena. La gente continuaba yendo, sin parar. Durante meses había colas de una o dos cuadras, desde la puerta del Rojas por Corrientes, dando vuelta la esquina de Junín. La gente venía una hora antes. Los que se quedaban afuera volvían temprano para la siguiente función. Fue todo un fenómeno, algo que sobrepasó completamente cualquier expectativa que yo pudiera tener. La propuesta fue de Darío Lopérfido, que en ese momento era director del Rojas. A él se le ocurrió pasar la película ahí una vez por semana y me interesó como experimento: a ver qué pasaba con una película en el Rojas. Por otra parte, en ese momento no existían demasiadas posibilidades de exhibir una película que no fuera en copias de 35mm, en una sala comercial.
Montoneros, una historia fue una producción absolutamente independiente, sin ningún tipo de apoyo del Instituto de Cine ni nada, filmada y terminada en video, como muchas películas independientes que se están haciendo ahora. En ese sentido también fue una experiencia precursora. Sólo que ahora existen muchos otros lugares de exhibición, los diarios y las revistas cubren los estrenos, etc. Parece mentira, pero en aquel momento, a ningún periodista de espectáculos se le ocurría escribir sobre una película que no hubiera tenido un estreno convencional, un jueves, en una sala comercial. La experiencia de aquel “estreno” alternativo en el Rojas me enseñó mucho sobre la diferencia entre un fenómeno real, de público y de mucho debate, como el que estaba sucediendo con la película, y lo que efectivamente sale en los medios. Tras los dos años de exhibición en el Rojas, la película llegó a tener más adelante un estreno comercial, un par de años después, y ahí sí salieron críticas, muy buenas por cierto. Pero no se repitió el fenómeno del Rojas, en cuanto afluencia de público, intensidad del debate, etc.
Pero
Montoneros, una historia no fue precursora nada más por cómo se hizo y por dónde se estrenó, por supuesto. Fue la primera película que se hizo con el tema de la guerrilla que era, de alguna manera, un tema tabú hasta esos años. Era algo de lo que no se podía hablar. Para algunos, en ese momento, hablar de la lucha armada era arriesgado, podía darle argumentos a la derecha, en el sentido de que los militares decían que habían tenido que intervenir porque existía una guerra, porque había terrorismo. Entonces, el hecho de la lucha armada se negó durante mucho tiempo. Pero yo, al no haber participado en ese movimiento, tenía muchas preguntas. Y descubrí que esas preguntas las compartía con muchísima gente. Me impresionó el efecto de toda esa gente que hacía la cola, todos los miércoles. Yo varias veces fui a charlar con el público al finalizar la proyección. Se produjeron discusiones memorables, con mucha emoción, mucho agradecimiento, más de uno del público quería sumar su testimonio… Después se repitió, al año siguiente. Entre la gente que iba, había de todo: jóvenes que no sabían nada de la historia reciente y ex militantes montoneros. Hijos de los ex militantes que me decían: “mi papá creo que estuvo en Montoneros, pero no sé, nunca lo hablé con él…” En esos debates pasaba de todo. La película desató toda clase de situaciones personales, más de uno me dijo que eso le permitió hablar por primera vez con sus hijos, o al revés, los hijos con los padres… Y ese tipo de repercusiones, que se da en la vida de quienes ven una película, es lo que a mí me motiva a hacer películas. De manera diferente, por la temática, se dio algo parecido con mi última película,
Fotografías, de la que todavía recibo ecos en forma de cartas muy personales, mensajes emocionados, hay quienes incluso me mandan fotos de su familia… En fin. Presentar
Montoneros, una historia en el Rojas fue una experiencia muy gratificante, reveladora de lo que puede llegar a pasar entre un documental y el público. Me parece que, además, era un marco perfecto. El Rojas siempre tomó riesgos y fue a la vanguardia. Algo como: “No sabemos si el horno está para bollos pero igual vamos...” Y, a la vez, el marco de la Universidad de Buenos Aires le daba como un contexto institucional y público que fue muy apropiado para la película y para el debate que, inevitablemente, generaba.
Yo vuelvo constantemente al Rojas. Me parece que, milagrosamente, sigue siendo un lugar de estímulo, que sigue estando siempre al borde, sin temerle al riesgo, al límite de lo conocido, proponiendo cosas nuevas. Para mí es un orgullo que el estreno de mi película ahí haya quedado como uno de los hitos del Rojas, aunque creo que hay otros más importantes… Uno de los secretos del Rojas es que permite que se mezcle gente de ámbitos distintos, no es un lugar de cine ni de teatro ni de plástica ni de literatura sino de cruce. Y eso genera en el público y en los artistas que participan –y muchas veces artistas y público son los mismos-- ganas de hacer otras cosas, de probar algo diferente.
Testimonio ofrecido a Radio Rojas, para el programa del 25º aniversario del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas de la Universidad de Buenos Aires.
foto: Montoneros, una historia de Andrés Di Tella.