viernes, 22 de junio de 2012

Andrew Sarris


Murió Andrew Sarris, crítico durante años del Village Voice de Nueva York, que se hizo conocido en los años 60 por sus épicas riñas cinematográficas con Pauline Kael, que escribía en The New Yorker. Sarris fue el que importó a Estados Unidos la "politique des auteurs" de los Cahiers du Cinema, rebautizada "The Auteur Theory", cuya expresión más radical quedó sintetizada en una frase de Truffaut: "No existen películas buenas o malas, sólo directores buenos o malos". Sarris publicó en 1969 un libro, The American Cinema, que clasificaba la historia del cine norteamericano en distintas categorías de directores. En su Pantheon figuraban Ford, Hitchcock, Hawks. En la triste última categoría de Less Than Meets The Eye ("menos de lo que parece") quedaron humillados John Huston, William Wyler, Fred Zinneman y otros grandes valores de la "industria" hollywoodense.  Kael defendía una visión, en el fondo, más americana. Al tiempo que promocionaba con excesivo celo ciertos directores como Brian De Palma o Arthur Penn, Kael resaltaba la importancia de los actores, los productores, los guionistas, incluso los géneros. Algunas de sus reseñas, como marca de estilo, ni siquiera mencionaban al director. Llegó a escribir un libro reivindicando al guionista de El ciudadano, Herman Mankiewicz, en detrimento del director Orson Welles. En todo caso, explicaba el éxito artístico de la película por la interacción de sus distintos colaboradores -guionista, productor, director, actores, etc- en una constelación que nunca se repitió, de ahí que Welles no llegó a equiparar en su carrera posterior lo conseguido en su opera prima. Si a Sarris una película le parecía importante, Kael inmediatamente la tachaba de pretensiosa. Y viceversa. Años después, en un gesto de reconciliación, Sarris la invitó a su boda, con otra crítica, Molly Haskell. Kael respondió: "Gracias pero prefiero esperar la próxima boda de Molly". Kael probablemente fuera más interesante, como escritora, en tanto ensayista salvaje que pensaba sin amparo de nadie. Sus observaciones, de tinte marcadamente subjetivo y hedonista, captaban una cualidad escurridiza del cine, cuya magia muchas veces tiene que ver con la fotogenia de una actriz, un momento de tensión dramática, la gracia de un diálogo y no una idea directriz. Pero Sarris fue, para mí, mucho más útil y confiable como guía, a la hora de decidir qué ver del cine americano, ese continente inabarcable. Fue sin duda a través suyo, paradójicamente, que descubrí the genius of the system, es decir, la genialidad del sistema de los estudios y cómo cada director lidiaba con él, con mayor o menor personalidad, con más o menos recursos propios, complaciendo a sus jefes o dando pelea.

Tuve la suerte de asistir, durante una temporada a principio de los 80, a dos cursos de Sarris en la Columbia University de Nueva York, donde a la sazón mi padre estaba dando clases. Yo participaba activamente de un seminario de posgrado en literatura latinoamericana a cargo de la legendaria profesora Jean Franco, donde también veíamos películas. Para mí era una novedad eso de ver películas en clase pero se ve que en Estados Unidos era pan de cada día. En la clase de Franco vi por primera vez Los traidores de Raymundo Gleyzer y El Chacal de Nahueltoro de Miguel Littin, que veíamos mientras leíamos a Foucault. Esas eran las cosas serias para mí en ese momento. Los cursos de Sarris los tomaba más ligeramente, como simple oyente. Uno era Film 101 o algo así, especie de introducción al cine para estudiantes primerizos, un auditorio gigantesco donde se proyectaban películas con una breve introducción de Sarris, que a modo de stand-up professor, siempre provocaba mucha hilaridad en la platea. El principal recuerdo que guardo de esas clases es que en la primera fila se sentaba siempre un estudiante negro que era como su fan incondicional y que se reía cada vez que Sarris hacía la más mínima mueca. Recuerdo que Sarris se interrumpía, lo miraba y decía con absoluta cara de poquer: "No te rías todavía, el chiste todavía no llegó". Aunque muy gracioso, había algo amargo en su expresión, como si realmente hubiese preferido que no se rían antes de tiempo. En la relación con el estudiante negro asomaba alguna tensión racial, el peso de lo políticamente correcto que le impedía burlarse de él tal vez. De hecho, hacía poca gala de ese tipo de corrección, para los cánones de la época y para un tipo que escribía en el estandarte progresista de Nueva York. Se quejaba de los excesos del "garantismo" y la por entonces novedosa psicología de la víctima: "¡No le hagan daño al criminal, pobrecito, puede traumarse!" Se me confunden las películas que vi en su curso con las que estaba viendo en los increíbles cines de repertorio de Manhattan de esos tiempos, ay, desparecidos. Por algún motivo recuerdo Les bonnes femmes de Claude Chabrol y la observación de Sarris: "En ninguna tienda van a encontrar empleadas tan bonitas como estas tres actrices, pero así es el cine, si no sería difícil estar encerrado en una tienda durante una hora y media". Creo que también pasó Belle de jour de Buñuel, The Magnificent Ambersons de Orson Welles (para demostrar que Pauline Kael estaba equivocada) y Madame de... o Carta de una desconocida de Max Ophuls. Pero la Gran Revelación fue para mi el otro curso de Sarris al que asistí, un seminario para graduados sobre The American Cinema en el que asomaba un Sarris más sobrio, que hablaba en voz baja, como si hubiese ingresado a una iglesia. Allí recuerdo haber descubierto, en copias 16mm proyectadas en un aula pequeña, títulos inolvidables: A Place in The Sun de George Stevens, The Man Who Shot Liberty Valence de John Ford, Sunset Boulevard de Billy Wilder, Cat People de Jacques Tourner, Notorious de Hitchcock y East of Eden de Elia Kazan. Han pasado 30 años y mi memoria me puede estar fallando, pero estas siguen siendo algunas de mis películas favoritas de todos los tiempos. Es verdad que algunas no las he vuelto a ver pero, desde entonces, tuve la sensación de saber de qué se hablaba cuando se hablaba de Hollywood. En todo caso, un buen canon para iniciarse... Se lo debo a Andrew Sarris. En algún lugar estará el cuaderno de notas de ese seminario. Lo voy a buscar.
continuará...
-Andrés Di Tella





1 comentario:

JL Cancio dijo...

¡Encontrá ese cuadreno! Vale oro.