La Filmoteca de Catalunya presenta ‘Hachazos’ de Andrés Di Tella, un retrato personal con otro cineasta olvidado, Claudio Caldini
Los dos cineastas tensan el hilo juntos, compartiendo el pacto entre quien filma y quien es filmado
MARTA ANDREU
Valija de Claudio Caldini, donde guarda los originales únicos de sus películas, todas en super-8
Una mano escribe en una libreta de notas “Vivir como se filma. Filmar como se vive”. La mano es de Andrés Di Tella. Y el plano es de su última película Hachazos.
Este cineasta argentino afirmó una vez que busca hacer películas que le transformen. Hoy, la transformación ya no se limita a cómo lo que se puede descubrir delmundo haciendo películas puede hacernos cuestionar la forma de habitarlo. Hoy, esta transformación también habla del preguntarse cómo seguir mirando.
Hachazos parte del retrato de Claudio Caldini, cineasta experimental argentino, cuyo trabajo se desarrolla especialmente en los setenta. En el documental se cuenta la vida de Caldini, se nos aproxima a su cine y a lo que significó para él. Pero también lo que significa para Di Tella. En ese momento se abre inevitablemente una brecha que construye la imagen de una época y un lugar, la de los setenta en Argentina, dando a ver aquello que quedó escondido detrás del cliché, eclipsado por la imagen oficial. Esa imagen oficial que todos conocemos en todos los lugares y que es la que define la historia (oficial) de las cosas. Caldini formó parte de una serie de cineastas que trabajaban en ese espacio que queda en la espalda de lo que comúnmente se mira y queda fijado como un auto de fe, siempre parcial e interesado, de lo ocurrido. Estos cineastas fueron hasta hoy oficialmente desconocidos.
Mirar ahora ese lugar secreto, darle un espacio en la luz es asumir una doble responsabilidad, la de ocupar un lugar en el mundo y la de hablar de él. Para ello no es suficiente dibujar un retrato del personaje que hay delante de la cámara, de sus gestos de hoy y de las películas de ayer. Di Tella tiene que formar parte de ello dejando que lo que está tocando le toque, le atraviese y efectivamente le transforme. Para ello hay que dar imagen al aprendizaje que representa.
Caldini es cineasta como él y al devolverle la mirada le reenvía las cuestiones que atraviesan el acto de creación, tanto el propio como el ajeno. Para construir ese espacio que se extiende entre el uno y el otro Di Tella se desplaza hacia su personaje, entra en su terreno evidenciando el lugar de la relación, inevitablemente entrando en escena, exponiéndose, necesitando construirse también a símismo. La transmisión sólo ocurre cuando toma forma de un encuentro. Y para filmar lo que hay en medio hay que mostrar los límites que lo bordean. Entre ellos se establecen entonces una suerte de correspondencias, gestos que van del uno al otro, voces que se cuestionan. Cuando mirar es mirarse mirando, relatar el tiempo compartido se transforma en una suerte de diario de lo vivido en primera persona. La voz de Di Tella, elemento esencial de su caligrafía, no se encierra en sí misma y como siempre se dirige a ese espectador imaginario, al que se le invita a mirar pero también a escuchar, relatando con paciencia, vocalizando, con un objetivo claro, aprehender lo vivido, escuchado, visto y pensado para comunicarlo. Esa voz que nos cuenta lo que sabe y lo que descubre es también la voz que nos habla de uno mismo y de su empeño.
Di Tella sabe que filmar la realidad implica e incluye su propia imposibilidad. Pretender atrapar y encerrar en una imagen el instante de una existencia real viene a ser una osadía destinada al fracaso. Poseer la realidad no será posible en su totalidad. Esto está reservado a la grandeza de los dioses. La nuestra reside en permanecer en ese intento y habitar esos momentos en los que nos parecerá conseguirlo. Caldini también lo sabe y se da a la resistencia, mostrándose desconfiado ante aquello que a pesar de todo finalmente consentirá y ofrecerá. El cine de lo real no se construye o no debería construirse "sobre" las cosas sino "con" ellas. Los dos cineastas tensan el hilo juntos, compartiendo abiertamente el pacto que puede llegar a establecerse entre quien filma y quien es filmado, permitiéndonos asistir a una confrontación de dos formas de hacer cine. Ese cine que se construye con la colaboración de un equipo y que, tal y como nos dice el sistema que hemos construido, necesita fondos para poder ser real. Y ese otro cine, el solitario, sin un peso que no sea el de su propia existencia, que emerge cuando la necesidad se pliega ante al deseo. Ese enfrentamiento cómplice asiente que el cine puede ser otra cosa. Y ahí entendemos, junto con Di Tella, que finalmente las reglas del cine son como las de la vida. El ver la realidad de otra manera que transmite Caldini no se refiere sólo a la realidad que filmamos, también a la realidad de las imágenes que construimos.
“Cuando mejor filmo es cuando no pienso” dice Caldini. Esa es otra de las lecciones transformadoras a las que apuntaría Di Tella. Pensar te lleva a andar el camino conocido, el que ya ha sido pisado con paso seguro. Pero si conseguimos no pensar quizás estaremos dandola oportunidad a que aparezca lo inesperado, a que algo distinto ocurra. Hay cineastas que muestran el mundo tal y como lo conocen. Y hay cineastas que miran el mundo para descubrirlo. Andrés Di Tella está entre estos dos cineastas o es los dos al mismo tiempo. En Barcelona muestra Hachazos y habla con estudiantes de cine documental. Sí, otro cine es posible. Y ése es el que pasa, entre lo conocido y lo que está por conocer, de unos a otros. Y se queda. |
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