viernes, 30 de septiembre de 2011

"Hachazos" domingo 18hs MALBA


HACHAZOS de Andrés Di Tella
MALBA
Figueroa Alcorta 3415
domingo 1 de octubre 18hs

¡Cierre de temporada en MALBA! ¡Ultima función!


jueves, 29 de septiembre de 2011

Hachazos (sin sangre)


Recibí correspondencia de la cineasta chilena Teresa Lugón, residente en Barcelona (publicada con su autorización).

Hola Andrés,

¿Cómo estás?, ¡tanto tiempo!

Te escribo porque quería contarte que estuve la semana pasada por Buenos Aires y vi tu última película y me gustó muchísimo. Me imagino que te lo han dicho mil veces ya, pero muchas felicidades por tan increíble película, fue un placer poder verla. Linda manera de retratar a otro cineasta.

La vi en el cine del INCAA que queda en Constitución. Cuando estaba a punto de entrar a la sala se me acerca una señora que trabaja ahí y me dice (transcribo nuestro diálogo):

Ella: ¿es una documental, sabías?
T: sí, gracias.
Ella: pero es que es un documental para gente que estudia cine, que le gusta el cine.
T: a mí me gusta mucho el cine, por eso vengo a verla.
Ella: ah, es que yo le digo a todos los que vienen.... les aviso, porque el otro día un chico (seguramente dijo "pibe") salió muy decepcionado de la sala porque pensaba que era una película donde había sangre, una de terror, por el título, él esperaba muertos y cosas así, entonces yo ahora me siento con el deber de avisar que es una documental y que no hay sangre.
T: Ah, muchas gracias...


miércoles, 28 de septiembre de 2011

Laboratorio de cine: muestra final

En esta muestra final se proyectará una selección de cortos de los 23 participantes:

Ivo Aichenbaum, Pablo Bagedelli, Geraldine Baron, Javier Barrio, Javier Bosch, Alvaro Cifuentes, Sebastián Elsinger, Natalia Garagiola, Chiara Ghio, Josefina Gill, Nicolás Gril, Juan Hendel, Cecilia Kang, Tomás Maglione, Lucía Manzano, David Maruchniak, Martina Matzkin, Luna Paiva, Guillermina Pico, Fabián Ramos, Andrew Sala, Dario Schvarzstein, Nicolás Zukerfeld.

El Laboratorio de Cine de la Universidad Torcuato Di Tella ofrece a sus participantes una experiencia intensiva de realización durante seis meses, bajo la mirada de Andrés Di Tella y Martín Rejtman. A fines de septiembre concluyó la primera edición del Laboratorio.

Más Información

Sábado 1 de octubre, de 17 a 21hs ,
Campus Alcorta: Sáenz Valiente 1010, Buenos Aires.


martes, 27 de septiembre de 2011

hachazos

Notas insuficientes sobre una película (deliberadamente) insuficiente (Parte 1)

por Gustavo Galuppo

1 - ¿Quién es Claudio Caldini?
Sobre todo en el comienzo, hay serenidad en la mirada que se posa para contemplar. Un tiempo de la imagen y del sonido. De la observación de los gestos cotidianos y de la atmósfera plácida del entorno suburbano. Lavar los platos. Reflejos en el agua. Apilar troncos. Un avión que cruza el cielo con un altavoz publicitario. Algún atardecer. Mirar la lluvia. La construcción de un tiempo que es un puro presente, pero que a su vez denota claramente que es un después. Un después de muchas cosas, victorias o derrotas, batallas perdidas, búsquedas obstinadas, viajes desatinados, soledad y desencuentros. Una especie de regreso. Mucho se puede intuir pero es poco lo que se sabrá ciertamente del pasado de ese puro presente ahora sereno. ¿Quién es o quién ha sido a fin de cuentas Claudio Caldini? Ahora ese hombre tranquilo que cuida una casa quinta ajena (y cuya pesadilla recurrente es la pérdida de ese espacio o el de la casa de la infancia), y que vuelve a filmar después de mucho años de inactividad, parece no habilitar del todo la posibilidad de dejar que se construya su historia. Ha vivido y se ha extraviado en la India. Ha habitado 36 lugares. Y ha sido y es, cabe aclarar, una de las figuras fundamentales del cine experimental argentino.

En uno de los más bellos y sensibles diálogos que mantienen, Andres Di Tella, director de Hachazos, le pregunta:
“¿Vos sos un tipo difícil?
Ríen, comentan, Caldini dice que sí y siguen el diálogo con cierta gracia; finalmente contesta:

En esta situación no hay dificultades, pero si estás diez años en una ciudad sin casa, sin trabajo, sin dinero, uno se vuelve un poco insoportable”.

El breve silencio posterior, con su mirada extraviada más allá de la lluvia, es uno de los momentos más bellos y elocuentes de Hachazos.

2 - Negociación asimétrica entre dos cineastas
Claudio Cladini, el retratado, objeta en varias ocasiones las decisiones narrativas de Andrés Di Tella (“Estas conversaciones no están bien organizadas… A vos te gustan, a mi no…”). Un par de veces también se niega a recrear momentos ficcionales; esa ficción no le pertenece, no es su historia, es la imagen de esa historia que se ha construido el mismo Di Tella, pero no la suya. La valija cargada de películas que el Di Tella pretende que él lleve en un tren no es “su” misma valija, o al menos no lo es en la medida en la que se pretende mostrar en la película. No hay pacto. La negociación no se produce. Sin embargo, sobre el final, veremos a Claudio Caldini en un tren cargando esa valija con sus filmes S8. La cuestión allí es que ese único encuadre no deja ver el rostro de Caldini. Es claro, podría ser cualquier persona participando de esa puesta en escena. Andrés Di Tella logró su “imagen” y la utilizó, pero esa victoria es también el sello de una derrota. Una imagen insuficiente que sólo representa la imposibilidad de lograr la que en realidad buscaba. En Hachazos, la interacción entre dos cineastas conscientes del juego en el que participan, evidencia esa asimetría, ese campo del dominio, ese territorio de la imposibilidad de llegar al otro de otro modo que no sea el de mostrarse uno y tergiversar, en cierta medida, la historia (el retrato en su interacción inevitable con el autorretrato). Así esa evidencia, ese rastro dejado en los diálogos, en las negativas y en las repetidas objeciones que Caldini le hace a Di Tella, son una cuestión de sinceridad y de respeto. La evidencia de una imposibilidad. De cualquier modo, como afirma Caldini en un pasaje de la película: “En el cine tratamos de mostrar con imágenes lo que las imágenes no pueden mostrar”. Maravillosa consciencia compartida de los límites del cine, de su fracaso permanente. Y de lo bello de ese gesto siempre desmesurado.

3 – Las películas invisibles
¿Quién ha visto las películas de Claudio Caldini? ¿Quién sabe de su obra? ¿Quién sabía de la existencia de Caldini y de los otros que han participado en los 70 en aquel Grupo Goethe? Hachazos (la película, porque también hay un libro homónimo del mismo Andrés Di Tella) no profundiza en la obra experimental de este realizador. Se la ve apenas. Y se habla poco de cine. Aún después de haber visto la película, sus obras y sus conceptos continúan siendo un misterio casi inaccesible. Insuficiencia y logro. Debilidad y fortaleza. Fracaso y victoria. Esta película construida a hachazos rinde cuentas insuficientes tanto de una vida como de una obra, pero en ese transcurso deja planteada esa misma cuestión fundamental que moviliza a Di Tella: “Las imágenes de Caldini me hacen pensar que el cine puede ser otra cosa”. Y eso se hace claro, las verdaderas expresiones están siempre en otro lado. Nunca nos son ofrecidas confortablemente para ser consumidas con comodidad y sin riesgo. Hay que buscarlas y encontrarlas allí, en los lugares menos pensados, en los territorios más ásperos, en esos rincones oscuros pero vitales en los que la vida y la obra se vuelven una misma cosa, tan bella como misteriosa. El cine, siempre, ha sido otra cosa.

Gustavo Galuppo
El Séptimo Continente
Cine Escrito

lunes, 26 de septiembre de 2011

El retrato que se muerde la cola


Por Quintín


En el festival de cine de Bariloche que terminó el domingo pasado, coincidieron en la competencia de largometrajes argentinos tres documentales muy distintos en su forma, pero dedicados a retratar artistas radicales, de vidas y obras extremas. Dos de ellos, el inclasificable performer Batato Barea y el prolífico escritor Andrés Caicedo murieron muy jóvenes tras una trayectoria incandescente. Los films dedicados a ellos, tanto La peli de Batato (de Peter Pank y Goyo Anchou) como Noche sin fortuna (de Francisco Forbes y Alvaro Cifuentes) recrean la fascinación que dos personajes tan trágicos y fulgurantes como Barea y Caicedo ejercieron sobre sus contemporáneos y vale la pena tanto dedicarles una mirada como mantener abierta la reflexión sobre sus obras.

La tercera película, en cambio, se ocupa de un personaje secreto, que no se destaca por su exuberancia sino por su laconismo. Claudio Caldini es un cineasta experimental nacido en 1952, cuya obra filmada en 8 y 16 mm se ha vuelto con el tiempo prácticamente inaccesible; en parte por la reticencia de su autor a mostrarla y hasta a continuar filmando. Sobre Caldini versa Hachazos, de Andrés Di Tella, que permite el acceso a la enigmática personalidad de Caldini, a su adusta dignidad walseriana, a su misticismo vanguardista, a una historia que llegó a bordear la pobreza absoluta y la locura pero, sobre todo, a la belleza de las imágenes creadas por el artista, acaso las más puras y más poderosas que haya dado el cine argentino.

Pero hay en Hachazos otra dimensión, que es la curiosa forma de la película. A diferencia de los retratos de Batato y Caicedo, Di Tella se presenta menos como un incondicional que como un colega y hasta un rival del protagonista. Ese antagonismo –que no excluye la admiración ni la amistad– produce una tensión que atraviesa la duración del film y tiene su epicentro en el rodaje de un plano que Di Tella le propone a Caldini y que éste, fiel a un sentido rotundo de la verdad, se niega en principio a aceptar. Se trata de una toma en la que Caldini viaja en tren con un viejo maletín de cuero que, según indica la voz en off de Di Tella, contiene todas sus películas. En un momento posterior, Caldini explica que nunca viajaría en tren con toda su obra y que ese plano le parece absurdo. Esa negativa es un manifiesto estético que choca contra una idea de guión seductora, la de condensar la fragilidad del cine de Caldini en ese pequeño maletín expuesto a los azares de un viaje por el Conurbano.

Sin embargo, el plano finalmente se filma y las últimas imágenes muestran a Caldini en un vagón del Sarmiento atestado, sosteniendo el maletín con las dos manos. Es un final muy curioso, que revela al mismo tiempo dos cuestiones contradictorias. Por un lado, que Di Tella ha logrado después de todo quebrar la voluntad de Caldini, que lo ha sometido a esa experiencia ingrata sólo para darle a la película la estructura planeada en un principio. Pero por otro lado, sabemos que ese plano es tan falso como inútil y que, a esa altura, obedece poco más que al capricho de Di Tella. Sin embargo, es Di Tella quien nos ha mostrado la reticencia de Caldini y expuesto su intención de quebrarla, lo que le da a ese plano el carácter de una autocrítica, intención que el realizador da a conocer escribiendo las palabras “mi próxima película será distinta”, inmediatamente después de que Caldini pronuncia una frase memorable: que el cine es un intento de mostrar en imágenes lo que las imágenes no pueden mostrar. Pero Di Tella, al menos por ahora, no ha hecho esa película distinta, caldiniana, aunque ha tenido la infrecuente honestidad de exhibirse como manipulador. Y ese es todo un logro en el cine argentino, tan ciego frente a sus propias contradicciones.


http://www.perfil.com/


domingo, 25 de septiembre de 2011

Hachazos en el MALBA - HOY 18hs



Cine Ojo presenta

HACHAZOS
una película de Andrés Di Tella

"Una gran película, de las que uno siente que han modificado al cineasta al hacerla y que modifican al espectador que la merezca".
-Edgardo Cozarinsky

MALBA
HOY domingo 25 de septiembre 18hs

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sábado, 24 de septiembre de 2011

Los pasos dobles



Los pasos dobles, de mi amigo Isaki Lacuesta, acaba de ganar la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián. ¡Albricias! (suena a felicitación peninsular...) Y a ver cuándo llega por estas playas...


Correspondencia José Luis Guerín - Jonas Mekas



La relación creativa entre Víctor Erice y Abbas Kiarostami con motivo de la exposición "Erice-Kiarostami. Correspondencias" impulsó un nuevo formato cinematográfico: el intercambio de ideas filmadas entre dos cineastas, donde se plantean afinidades y diferencias, el respeto mutuo y la simultaneidad de sus intereses. Hemos invitado a otros cineastas a indagar sobre este formato, estableciendo diversas variables de correspondencia visual, entendida como una reflexión en presente sobre todo aquello que les motiva en su entorno, a partir de espacios de libertad creativa. El proyecto "Todas las cartas. Correspondencias fílmicas" reúne estas obras de intercambio entre parejas de directores situados en territorios alejados, pero unidos por la voluntad de compartir preocupaciones y puntos de vista. Este es el caso de Víctor Erice y Abbas Kiarostami; Isaki Lacuesta y Naomi Kawase; Jaime Rosales y Wang Bing; Albert Serra y Lisandro Alonso; José Luis Guerin y Jonas Mekas; y Fernando Eimbcke y So Yong Kim. Tras la presentación de la primera correspondencia el 19 de septiembre, cada semana hasta el 30 de octubre se exhibirá una nueva en el Torreón 1. Además, recibiremos la visita de Isaki Lacuesta, So Yong Kim, Albert Serra, Lisandro Alonso, José Luis Guerin y Jonas Mekas, que participarán en un coloquio con el público.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Hachazos (blogs&docs)


Por | 18 Sep 11

El personaje de Claudio Caldini queda sutilmente definido desde la primera secuencia de la película mientras éste enumera, en un inglés imperfecto, un listado de elementos básicos que participaron en uno de sus viajes a la India. Viajes que este cineasta experiemental realizó en busca de una espiritualidad y también como exilio de un país, Argentina, en aquel entonces sumergido en la represión de una dictadura.

Pero no tan cerca de ahondar en la profundidad de la obra de Caldini, el realizadorAndrés Di Tella nos invita a participar en la autoreflexión sobre dos formas diferentes de hacer cine. Por un lado la suya propia que, además de estar en soporte digital, en este caso el montaje recoge un porcentaje muy pequeño de la cantidad de imágenes que se han capturado. Y por otro, la de un artesano que realiza piezas en Súper 8, donde el montaje se va completando casi mientras se filma, sin prácticamente deshechar material. El Súper 8, a pesar ser un soporte presente para cineastas experimentales, tiene los inconvenientes de haber quedado mayoritariamente relegado al ámbito amateur y de encontrarse lejos de ser proyectado en pantallas de exhibición ya no sólo comerciales, sino de cualquier forma que no sea en espacios destinados únicamente a la presentación de este tipo de películas. A estas limitaciones hay que añadir que en la etapa en la que Caldini trabajaba proyectos experimentales con el celuloide, éstos estaban considerados más como subversivos que puramente cinematográficos.

La evidencia de la película de Di Tella se remonta al año 1976, cuando el realizador tuvo el primer encuentro con la obra de su personaje. Este encuentro surgió del rodaje de una performance en la que la artista Marta Minujín era enterrada viva. Mientras Di Tella se encargaba de echar la tierra sobre su cuerpo, Caldini filmaba este acto tan simbólico en una época en la que en Argentina acontecían situaciones similares de forma real casi todos los días. En este año, Caldini, incapaz de soportar la represión política de su país, se exilió a la India, iniciando así un proceso de reconstrucción personal que a la vez se reflejó en a su propia obra. Al regresar a Argentina, no siendo ya él mismo, se consagró durante más de una década a la inestabilidad total, pasando por una treintena de domicilios diferentes hasta acabar trabajando de cuidador de una finca en la provincia de Buenos Aires.

Hay que decir que el desconocimiento de cineastas como Calidini responde a varios factores. Por un lado, pertenece a esa vanguardia que giraba entorno tanto a la experimentación formal y narrativa en las que las formas de exhibición, distribución y difusión contaban con tan pocos espectadores que estaban consideradas como actos rebeldes. Por otro lado, como suele pasar en momentos de represión política, en Argentina tuvieron más relevancia posterior otro tipo de artistas tales como Pino Solanas u Octavio Getino y todo el Grupo de Cine de Liberación, en los que el compromiso político se priorizaba como objeto de estudio. Destacando también la experimentación con la que jugaban sus contemporáneos, la obra de Caldini quedó en un segundo plano por carecer explícitamente de ciertos valores más privilegiados durante los ciclos represivos. Este tipo de situaciones hacen que los propios historiadores de cine favorezcan en muchos casos el interés del compromiso en la actividad creativa al tratamiento conceptual de las imágenes y el celuloide. Y es aquí donde Andrés Di Tella se impone, de forma voluntaria, la responsabilidad de rescatar la obra de estos artistas amateur que superponen el amor al arte y el juego con imágenes domésticas como cualidades de diferenciación tanto del cine político como el narrativo convencional.

Con Hachazos, Di Tella inicia un proceso en el que la poética del cine experimental se representa con tales dosis de introspección que el mismo realizador es consciente de cómo va a repercutir en su posterior manera de hacer cine. No sólo crea el retrato de un cineasta con sus desventuras, sus viajes a la India, y su inestable existencia, sino que a la vez crea un retrato personal, una fascinación y conversación con el personaje que está filmando, introducidos con subjetividad justa para que el espectador aprecie también el discurso emocional que se persigue. Como en muchas de sus anteriones obras –La Televisión y yo (2002) oFotografías (2007)-, Hachazos cuenta también con dosis autobiográficas y un “yo” subjetivo reivindicado con la presencia casi constante del propio Di Tella, para conformar la descripción de una realidad resuelta a la visión personal de los ojos que los miran.

Estrenada comercialmente el pasado mes de agosto en Buenos Aires, Hachazos se completa con un libro homónimo que constata las inquietudes del realizador no sólo con respecto a la forma de hacer cine de Claudio Caldini, sino con la forma de hacer cine en general. Este bello diálogo entre los dos cineastas reafirma el crecimiento de Andrés Di Tella, lográndolo en tal medida que probablemente, como él afima, su próxima película será desde luego diferente.

FICHA TÉCNICA Dirección: Andrés Di Tella Guión: Andrés Di Tella Asistente de dirección y guión: Darío Schvarzstein Dirección de fotografía: Guillermo Ueno Sonido: Pablo Demarco Montaje: Felipe Guerrero Diseño de sonido: Gino Gelsi, Jorge Gentile Producción Ejecutiva: Marcelo Céspedes Dirección de Producción: Paola Pernicone, producido con el apoyo del INCAA País y año de producción: Argentina, 2011

blogs&docs


domingo, 18 de septiembre de 2011

Vivir como se filma

por Eduardo D. Benítez

"¿Vos sos un tipo difícil?" El que interroga es el director Andrés Di Tella, y el que medita la respuesta es el incógnito realizador de vanguardia Claudio Caldini quien se convertirá en un personaje a develar en Hachazos, sueño documental del primero devenido retrato biográfico del segundo (aunque ambas definiciones podrían ser intercambiables). La pregunta, esbozada casi furtivamente durante una tarde amena en la quinta que Caldini cuida en los suburbios bonaerenses, podría ser el axioma que sobrevuele todo el metraje: ¿cómo sostener el juego de distancias que envuelve a una relación maestro/alumno cuando existe un proyecto cinematográfico de por medio, cuando se tiene que negociar con una dirección de actores (aunque sea mínima), cuando la sugerencia de ciertas conductas propicias para la cámara, deje librar un refunfuño? El film se encargará de despejar de su camino la figura de Caldini como "tipo difícil" e irá explorando bordes, balbuceos de algunas intimidades del personaje retratado, figurando los contornos de una vida inseparable de su obra e instalándose en el terreno de las grandes historias afectivas. Fundador del BAFICI, director de obras importantísimas como La televisión y yo (2002) y Fotografías (2007), Andrés Di Tella da un paso más como abanderado de cierto giro autobiográfico en el documental argentino y propone con Hachazos una especie de biografía a dos voces, que extrae del diálogo entre dos cineastas disímiles una auténtica alquimia de la imagen en movimiento.

Leer la nota completa en la revista Haciendo cine de septiembre.

sábado, 17 de septiembre de 2011

HACHAZOS en Rosario

conversaciones

// (con andrés di tella, realizador de hachazos)

Documentalista de fuste e investigador audaz de las posibilidades del relato fílmico, Andrés Di Tella tomó a uno de sus primeros maestros, el mítico cineasta experimental Claudio Caldini, para construir una historia de vida, que mucho tiene de la del propio realizador. “Hachazos” es un recorrido intenso por las experiencias creativas de Caldini para contar la forma que adopta este artista de vanguardia para situarse en el mundo, pero al mismo tiempo es el modo en que Di Tella los mira (al mundo y a Caldini) a través del lente de su cámara. A continuación, el crítico Fernando Varea conversa con Di Tella acerca de los recursos adoptados para dilucidar un poco el espíritu inquieto de Caldini.

—Según puede apreciarse en tu documental, tu acercamiento a Caldini parece respetuoso y cuidadoso, como si se tratara de alguien frágil, más allá de su fama de “difícil”. ¿Cómo lo viviste vos?
—Claudio Caldini es un artista extraordinario, nuestro gran “cineasta secreto”, y creo que tanto su personalidad, de sorprendente humildad, como su modo de vida, solitario y austero, tienen mucho que ver con esa grandeza. Como señalo hacia el final de la película: “Filmar como se vive, vivir como se filma”. Caldini tuvo la generosidad de aceptar que me metiera en su vida para “documentarla”, lo cual ya implica cierto grado de “invasión de su privacidad”. El respeto a quien se presta a ser filmado es parte irrenunciable, para mí, de cualquier proyecto documental. Tampoco se trataba de hacer una “hagiografía” o un “institucional”. En ese sentido, el retrato tiene sus luces y sombras. Me gustó lo que escribió Horacio Bernades, el crítico de Pagina 12: “Di Tella filma a Caldini con la clase de distancia afectuosa que se mantiene con alguien que se quiere, pero a quien se teme quebrar”.

Hachazos no se centra en su obra, sino en las alternativas de su vida. O, en todo caso, sugiere una profunda correspondencia entre ambas.
—Reivindicar y dar a conocer la obra de Caldini fue la principal motivación de este proyecto, que incluye un libro, también llamado Hachazos (editorial Caja Negra) y varias performances compartidas con Caldini donde se proyectó material viejo y nuevo de Caldini, ante un público que mayoritariamente no lo conocía. Si no me interesara su obra, ¿cómo iba a dedicar dos años de mi vida a este trabajo? Lo que cuenta, para mí, de la vida de Caldini es que su obra lo respalda. O viceversa. Por eso también escribí el libro, que explora en mayor detalle la obra de Caldini, así como otros aspectos de su biografía. De hecho el libro vino primero, con lo cual ya había mucho terreno cubierto, y eso me liberó bastante a la hora de hacer la película. Creo que le hubiera hecho una injusticia a la obra de Caldini si intentaba incluir más fragmentos en la película. Hasta llegué a pensar en no incluir nada, que el espectador se la imagine. Lo que hay está ahí para despertar interés, nada más.

—¿Por qué te interesó que las dudas durante el rodaje quedaran a la vista del espectador?
—Edgardo Cozarinsky, otro de mis maestros, lo supo ver, en una apreciación quizá demasiado generosa pero que tiene algo de cierto: “Una gran película, de las que uno siente que han modificado al cineasta al hacerla y que modifican al espectador que la merezca”.

—El corto mostrado al principio, rodado por Caldini en 1976, en el que Marta Minujin es enterrada, tiene probablemente más fuerza “testimonial” que todo el cine argentino filmado durante la dictadura. Sin embargo, el cine experimental fue siempre mal visto por los cineastas “comprometidos”.
—Me parece que todavía impera una lectura un tanto parcial de la producción artística de los años 70, donde se toman demasiado al pie de la letra, hasta ingenuamente, ciertos preceptos del “cine comprometido”, sin tomarse el trabajo de analizar las consecuencias concretas de esas ideas o los resultados artísticos. Hay toda una producción de esa época que escapa a ese criterio reduccionista, desde el rock, pasando por la literatura y el arte, hasta el cine experimental. Hay un poco de pereza por parte de la crítica en no querer verlo. El caso del cine experimental tiene la particularidad de que se filmó en buena parte en super-8 reversible, un formato que no permite copias (o sólo de un modo muy complicado). Por otra parte, los propios cineastas, como Caldini mismo, se acostumbraron a no ser tenidos en cuenta y siguieron su camino sin importarles la prensa, la crítica. Igual, las cosas cambian y, así como yo hice esta película y escribí este libro, otros también se han interesado en explorar este territorio.

—Tanto tus intervenciones en off como las confesiones de Caldini, además de ser pocas, parecen haber sido cuidadosamente seleccionadas. Cada palabra suena con fuerza, cada pensamiento en voz alta invita a reflexionar largamente. ¿Cómo trabajaste eso?
—Se podría decir que una diferencia posible entre ficción y documental está en que la ficción se escribe antes del rodaje y el documental se escribe después. Es una generalización, tal vez, pero el verdadero trabajo de escritura de un documental ocurre siempre en el montaje. En buena medida se trata de un trabajo de depuración, quitando elementos hasta dejar lo esencial.

—¿Por qué introdujiste esa suerte de separadores con la palabra “Reproducción”?
—El cuaderno que aparece con mis anotaciones refiere a que mi forma de encarar el trabajo en colaboración con Caldini fue el de hacer una especie de diario. Empezó en mi blog, continuó con el libro y las performances, y se expandió en la película. Era, también, una forma de anclar la voz en off, que se entienda que eran como anotaciones en mi diario o cuaderno de trabajo. La palabra que aparece repetida es “reconstrucción”. La idea era sugerir que cuando vemos a Caldini filmando no está filmando sus películas –a las que hace solo– sino que se trata de “reconstrucciones” de cómo hizo algunas de sus viejas películas. Seguramente hay detrás alguna reflexión acerca del estatuto del registro en el género documental. Por las respuestas y las interesantes discusiones que la película viene despertando, me da la impresión que algunos de estos disparadores funcionaron.

—En El país del diablo había una referencia relativa a la importancia de conservar los recuerdos de los maestros (“se muere un jefe de una tribu y se muere una cultura”). ¿Es lo que te motivó a rescatar la figura de Caldini?
—Sí, sin duda. Cuando me reencontré con Caldini, después de algunos años, tuve precisamente esa sensación. Formé parte del primer grupo de estudios que se armó en torno a Caldini, con Guillermo Ueno, Daniel Bohm, Bruno Steconni y otros. Mientras veía los materiales únicos que presentaba Caldini y oía sus comentarios, a la vez sencillos y profundos, resultado de una larga y meditada convivencia con esas imágenes, sentí que Caldini era como uno de aquellos viejos sabios de la tribu, que llevaba en la memoria algo así como una biblioteca entera, o mejor, el Archivo General de una nación olvidada. Pensé también en esa frase: “En África, cada vez que muere un viejo, es como si se incendiara una biblioteca”. Y caí en la cuenta del enorme privilegio que representaba estar ahí sentado, en esa habitación oscura de un departamento de Palermo, como si fuera el sótano de la calle Garay donde Julio Argentino Daneri le reveló a Jorge Luis Borges la existencia del Aleph.

Fernando Gabriel Varea

Hachazos de Andrés Di Tella
Sala Arteón, Sarmiento 778 (Planta Alta), Rosario.
Martes 20 de Septiembre – 21hs

El Séptimo Continente


miércoles, 14 de septiembre de 2011

Hachazos en Bariloche

por Roger Alan Koza

Hachazos / Andrés Di Tella, Argentina, 2011

La séptima película de Andrés Di Tella es muchas cosas: un retrato amoroso de un artista, una meditación sobre la contingencia de la identidad, una especulación sobre los efectos invisibles de la Historia en la intimidad de los hombres, un intento discreto pero efectivo de hacer justicia (y por lo tanto darle visibilidad) a la desconocida historia del cine experimental argentino. Sin embargo, esta película sobre Claudio Caldini, un cineasta mítico y figura central del fantasmal género experimental que tuvo su “apogeo” en la década del ’70, no es otra cosa que una película sobre la percepción, o cómo la cámara cinematográfica constituye una suerte de reinvención de la mirada o extensión mecánica del ojo humano que libera el lugar común de la mirada. Basta ver una película sobre margaritas que Caldini filmó tras su regreso de la India, tras una larga estadía (en parte en el ashram de Sri Aurobindo) o algunos planos relámpago sobre bosques, vías de trenes y fuegos, para corroborar el talento de Caldini como cineasta, con una sensibilidad extrema que lo llevó lejos del país cuando no pudo asimilar “el poder por la violencia”. Di Tella esboza una biografía, y para ello adopta un tono contemplativo y poco invasivo, coherente con el ascetismo ontológico de Caldini. Los planos fijos de Di Tella, las remakes dentro del film de algunos films de Caldini, la inserción de fragmentos de fotos y viejas películas de las que sólo existen las copias que viajan en la valija del cineasta son algunos de los materiales genuinos de este film emocionante. “Vivir como se filma, filmar como se vive” y, después de ver Hachazos, mirar como se vive.

Hachazos de Andrés Di Tella
Festival Río Negro Proyecta
Hotel Nevada, Bariloche
sábado 17 de septiembre, 22hs

ojosabiertos.wordpress.com

martes, 13 de septiembre de 2011

kigo


Una mañana de otoño de 1684, más precisamente “durante la octava luna de otoño”, Matsuo Basho decide lanzarse por los caminos de Japón. Acaba de cumplir los cuarenta. “No sé cuándo con exactitud, pero un día, de pronto, se despertó en mí este deseo irresistible de dejarme llevar por el viento como éste hace con las nubes”, escribe en De camino a Oku, uno de sus diarios de viaje, que acaba de ser publicado en una nueva traducción al español (otras traducciones llevan otros títulos). “Parecía haber sido poseído por el espíritu del viaje, que había penetrado en mí de tal manera que me era imposible concentrarme en ninguna otra cosa”. Me gusta que, a pesar de semejante impulso, no se guarde un sentimiento de incertidumbre, casi de arrepentimiento, al alejarse de su Ueno natal: “Al ver los cerezos en flor de Ueno y Yanaka, que no sabía cuándo podría volver a contemplar, tuve un instante de duda (…) Caminé durante todo el día, deseando regresar cada vez que venían a mi mente las duras pruebas que me aguardaban en mi camino hacia el frío norte lejano, lugar al que no me veía capaz de llegar”. Durante los diez años siguientes, sin embargo, hasta su temprana muerte a los cincuenta, se dedicó a recorrer el país, tras las huellas de otros poetas que hubieran dejado pistas de sus propias andanzas. En los bosques de la ladera del monte Nikko, por ejemplo, busca los restos de una choza donde habría vivido un viejo monje amigo, de nombre Butcho. Cuando encuentra la choza, semi derruida, ésta a su vez le recuerda otra choza, de otro poema. Escribe y deja colgado, en una de las vigas que sobresalen de la choza, un papelito con el siguiente poema “improvisado”:

Bosque en verano.
Pájaro carpintero,
Deja esta choza.

También busca “el sauce que homenajeó Saigyo en un poema, diciendo que su sombra caía sobre una corriente de agua cristalina”. Al encontrarlo, anota: “Hoy por fin he podido descansar bajo su sombra”.

Frente al “antiguo Monumento de Piedra de Tsubo, en el Castillo de Taga, en la aldea de Ichikawa” –todas las referencias geográficas son, para mí, absolutamente misteriosas- Basho reflexiona: “Los poetas llevan cientos de años cantando lugares que sólo se conservan en sus poemas: montañas que se han derrumbado, ríos que han cambiado su curso, caminos abandonados, piedras sepultadas, viejos árboles talados y sustituidos por otros recién plantados… Por eso me pareció una especie de milagro del tiempo ser testigo de cómo este monumento había resistido el paso de mil años. Sentí, de hecho, que me encontraba en presencia de esos antepasados remotos cuya memoria perduraba viva en la piedra. Una emoción que me hizo llorar, que me ayudó a olvidarme de los trabajos del viaje y, sobre todo, que hizo que me sintiera vivo, uno de los principales efectos que tiene ser un peregrino”.

Hay un riesgo en su rastreo de huellas. Basho le reconoce a otro poeta, después de cruzar el valle de Shirakawa, que “los paisajes me habían conmovido tanto y había estado tan ocupado rememorando los textos referidos a este lugar de los poetas de la antigüedad, que no había podido escribir ni un solo poema dedicado a él”. Es que los diarios consisten en someras descripciones de los paisajes recorridos, encuentros y pequeños incidentes del camino, salpicados con haikus propios o de algún amigo o discípulo. Las viñetas paisajísticas son sencillas pero, cada tanto, en medio de la llaneza descriptiva, casi indiferente, surge una imagen de extraño poder evocativo: “Me adentré solo en el corazón agreste de la región de Yoshino. Los picos de sus montañas estaban velados por las nubes y sus valles por la lluvia. Diminutas chozas de leñadores me salían constantemente al paso. El sonido que hacían las hachas en la ladera oeste era repetido por la ladera este, a lo que respondían las campanas de los templos cercanos. Todo esto me conmovía profundamente”. Es curioso cómo el paisaje cobra vida por la “imagen sonora”. Algo parecido sucede con este haiku, escrito en el Monte Koya:

Pienso en mis padres.
El grito de un faisán
me arranca lágrimas.

Basho siempre va de pie, de un lugar a otro, a veces solo, a veces acompañado por amigos, discípulos o, simplemente, alguien que se le suma en el camino. En cierto momento, alquila un caballo para cruzar el “Paso del Bastón”, pero “jinete inexperto como soy, una sacudida de la montura hizo que la silla y yo saliéramos despedidos”. Apenas recuperado de la caída, improvisa un poema humorístico.

De haber cruzado
el Paso del Bastón con un bastón
no me hubiera caído del caballo.

Pero al releer su propio poema, Basho se da cuenta que le faltaba el kigo, traducido como “la palabra estacional”. Se trata de una palabra obligatoria en la composición de un haiku ya que gracias a ella puede saberse a qué época del año se refiere (momento de floración de determinadas flores, arbustos y árboles, festivales, costumbres, incluso temperaturas a ciertas horas del día).

La lectura del libro de Basho tiene que ver con una investigación (es una palabra un poco grande) en torno al género diario, por un próximo proyecto cinematográfico que, casualmente, también tiene que ver con la caminata. El olvido de Basho –al omitir el kigo- me hizo recordar una observación de Roland Barthes, que en unos apuntes asocia, inesperadamente, el diario íntimo con el haiku. Ambos, dice, son géneros que tratan con el presente. De camino a Oku resume diario y haiku y echa una iluminación inesperada sobre las dos cosas. Entiendo que el diario ofrece el equivalente a la "palabra estacional" y que el haiku es como la entrada de un diario. También se me ocurre que el "efecto diario" que, según Horacio Bernades, siempre está en mis películas, tiene que ver con el kigo, en otras palabras, la sensación de que "esto está pasando, ahora, en este momento". ¡Y qué ganas de echarme a andar por los caminos... de Japón del Siglo XVII!

-Andrés Di Tella


sábado, 10 de septiembre de 2011

domingo 18hs

Cine Ojo presenta

HACHAZOS
una película de Andrés Di Tella

"Más que una película, un cuerpo que respira, que piensa en voz alta. Un organismo vivo".
-Horacio Bernades, Página 12 (Calificación: 9 puntos sobre 10)

"Una gran película, de las que uno siente que han modificado al cineasta al hacerla y que modifican al espectador que la merezca".
-Edgardo Cozarinsky

MALBA
domingo 11 de septiembre 18hs

viernes, 9 de septiembre de 2011

El devenir de Caldini

Caldini en el rodaje de Hachazos.

Por Daniel Gigena | LA NACION

Claudio Caldini (Buenos Aires, 1952) es un director de cine experimental casi secreto. La mayoría de sus trabajos fueron filmados en súper 8, formato que no admite copias, y a las escasas proyecciones que se hicieron de su obra asistió poca gente. Junto con Narcisa Hirsch, Marie Louise Alemann y Omar Chabán, entre otros, integró en los años 70 un grupo de cine experimental, más deplorado que visto. Luego del golpe del 76, se recluyó y dejó de filmar. Vivió en un ashram en la India y estuvo internado en un manicomio. Los últimos años los pasó, filmando poco con poco, como cuidador de una quinta en General Rodríguez. Sin embargo, conocedores de su trabajo mantuvieron vivo su nombre: fotógrafos, diseñadores, artistas, escritores y directores de cine. En Hachazos , su nueva película (exhibida en Arte Cinema y en Malba, los domingos a las 18), Andrés Di Tella filma un ensayo biográfico sobre y con Claudio Caldini. Amable, taciturno, incómodo, preciso, el director de El devenir de las piedras y el increíble himno visual Lux Taal rectifica, corrige, "encuadra" el trabajo de Di Tella. Producida por Cine Ojo, con la colaboración en el guión de Cecilia Szperling y Darío Schvarstein, una canción de Javier Martínez que reverbera con la eclosión floral, vegetal y aérea de Caldini, y las imágenes de Guillermo Ueno -especie de Thomas Gainsborough en el conurbano, con sus escenas de inminencia-, Hachazos merece ser vista por la discusión que abre acerca de los riesgos de filmar de un modo diferente y también por el aporte a la reflexión sobre lo que la sociedad argentina hace con sus artistas.

Revista ADN, viernes 9 de septiembre 2011




jueves, 8 de septiembre de 2011

Cine alucinado

"Por eso, Di Tella deja que Caldini sea oscuridad y claridad, que deje ver lo impenetrable (sus sueños, sus locuras) y que se oculte tras lo pedestre (sus tareas domésticas, sus testimonios). Ambos cineastas, con sigilo, ponen sus vidas en espejo para formar un espejismo, porque Hachazos elige ubicarse en el vértice de la alucinación, que es parte central del cine y de la vida de Caldini. La revelación y el misterio son fundamentos de toda alucinación, que es una imagen que se percibe como real aunque es invento de la mente, que deja ver afuera lo que es pura interioridad cuando los ojos proyectan en la realidad lo que es imaginación pura. Imaginar es pensar con imágenes, hacer cine es alucinar con pensamientos. Y hacer poesía cinematográfica es eso mismo, sumado el compromiso de que sea un viaje sin escalas donde la alucinación coincida, en tiempo y espacio, con la intensidad de la belleza indefinible, impronunciable, móvil."
-Diego Trerotola (El Amante, Septiembre 2011)

martes, 6 de septiembre de 2011

El arte puede ser otra cosa


Cine experimental y lo que nace de la representación

por Juan Batalla

Todo arte se ha transformado en una interrogación acerca del arte. Se trata de reconocer un estigma, la marca sacralizadora que llega a través de amplios o, más importante, calificados consensos. Estos ungen a los psicopompos del ritual. Pero algo se elude, o escapa a la atención. La reproducción del gesto, la imitación fragmentaria, la copia, van enterrando las pistas, las migas de Pulgarcito, y aún así debemos intentar seguir abordando la reflexión sobre la libertad del hombre y de la naturaleza para transformarse; la capacidad de la creación de huir de determinismos. Las coartadas para pensar estos problemas las brinda esta vez el cine, desde distintas películas estrenadas en este mes en Buenos Aires, que coinciden en plantear la pertinencia del gesto artístico, de construir sentido para nuestra crucial relación con él.

Claudio Caldini es un artista enorme. Y "Hachazos", de Andrés Di Tella, es un film encargado de evidenciarlo. Mientras que el registro del director es documentativo, bien acorde a lenguajes al uso, aquello sobre lo que posa la mirada es un ser, Caldini, en movimiento fluctuante, sin dirección definida; fronterizo, que huye de un sentimiento de huida; de la fragmentación completa y de un sueño en el que su casa ya no es de él.

Autor de cine experimental reconocido solo en círculos de iniciados, Caldini filma como un salvaje, revoleando la cámara atada a una soga, para producir uno de sus cortos en súper 8. La biografía nos entrega datos de su producción artística inicial: una colaboración con Marta Minujín ya lo reunió con Di Tella, allá por los 70´; se trataba de un fingido enterramiento de Marta, en el que la van cubriendo con paladas de tierra. Sus films son circulares. Loops. "No sé contar historias", dice Caldini. Y su cine es poesía, claro. No hay épica posible, pero sí reflejos, luces, espumas, una pileta alquímica. Porque Caldini habita una quinta como casero. La imagen es completamente despojada, zen. La quinta no es de esas que sus dueños visitarán con niños o cantidad de amigos, por lo que vemos. Todo se mantiene en la aceptación de la naturaleza. Nunca vemos comida entre los elementos que hacen a la vida allí. Extrasexual. Acaso sugiriendo un sentido inmaterial a esta existencia.

"Un tipo difícil", dice de sí mismo. En los 70´ se sintió discriminado por no querer participar de la lucha armada, planteo que asumían muchos de los cineastas de entonces. Tiempos canónicos del cine de compromiso, lo de Caldini era inentendible, en parte por alejarse del cliché de lo que pasó en esa época y otro tanto por su obra en sí misma. Y lo sigue siendo, para una crítica cinematográfica que decidió ignorarlos, a él y a otros creadores dedicados al cine experimental, ahora rescatado por algunos curadores de artes visuales y puesto a jugar en ese circuito de exhibición. El cine experimental es orgasmo expandido, sin solución de continuidad. Fatigoso, áureo. Y la historia del arte debe abarcar esta experiencia que aún no se ha estudiado a fondo.

Caldini viajó a la India, se quebró, y juntó sus partes en un jardín, que representan las margaritas filmadas en uno de sus cortos más reconocibles. En atardeceres peligrosos. En los que el sol engullido por la línea del horizonte es la grieta entre dos mundos. Di Tella buscó un relato. Y aceptó no encontrarlo, y allí radica la grandeza del film, en ese contrapunto. Y en la pertinencia de la fotografía de Guillermo Ueno. En un momento, el director quiere llevar a Caldini a viajar en tren con la valija que carga sus originales. Y él se niega, le avisa que lo va a poner de mal humor. No quiere fakes, mentiras. Pero sospechamos que acaso miente ahora, ya que al principio del film había aceptado la validez del relato sobre su valija cargada de películas. Construido como "artista crudo" o outsider, también pensamos en la realidad dándose cita con la necesidad narrativa. El final, los restos quemados, acaso sean una concesión a esa épica ditelliana, al autor del film. Y de un libro, ya que "Hachazos" se continúa mediante una edición de Caja Negra.

Di Tella fue fundador y primer director del BAFICI, y ha realizado varias películas, además de instalaciones de artes visuales exhibidas en sitios como Telefónica. La música de Manal, "Porque hoy nací", es la banda sonora perfecta para "Hachazos". "Hoy, recién hoy el sol me quemó". Y toda la obra de Caldini es una reflexión sobre la luz y el fuego que purifica y arrasa. Nos dice que "nunca hay dos proyecciones iguales". Aunque el film sea el mismo. Es que no vuelve a proyectar sobre el mismo soporte. Y la mirada se corre, y expande. Lo posiblemente único.

Y allí vale detenerse y confrontar con otra película gigante: "Copia certificada", de Abbas Kiarostami. En el juego que se establece entre un investigador de arte renacentista y una anticuaria, apenas comenzado el film nos es enunciado el problema que enfrentaremos: la creación es una copia enloquecida, extrañada. Irreconocible. Un error, como la obra de Caldini. Los fakes no existen. La copia crea la realidad. Acaso somos hijos de la copia, apenas imagen y sensibilidad, en nuestra versión más real.

Pero, siguiendo a Jean-Claude Lemagny, "¿Puede hablarse de reproducción de una imagen, cuando una imagen, en su materialidad, también forma parte de lo real?" Y concluimos pensando a su par, que el original es lo que el artista elige como tal, con exclusión de toda etapa, ensayo o copia imperfectos a su modo de ver. Somos increíblemente libres. De copiar y fallar. De eso trata la experimentación artística y existencial.

En "Copia certificada" se juega con las lenguas, con lo que gatillan llamando, cada una, a un tono y a un estado mental oscilante y distintivo. A la representación de roles en los que los protagonistas fingen desconocerse; o simulan un pasado para transformar, para ejercer arte, por el gusto de maniobrar desde un punto inconcebible. Siempre hay señales, para no hundirnos en la abstracción apenas camuflada por la tranquilidad del paisaje toscano. Sí, es un film sobre humanos vastos, que se encuentran y, como sucede siempre en tales casos, solo admiten que seamos espectadores de esa magia. Pero, además de estos personajes a los que auscultamos, es una construcción en torno al arte. Si la creación es una falla, los humanos venimos del arte y acaso ese sea el pecado original, aquel que nos ata a la propia naturaleza del arte sin dejarnos trascender su oleaje. El genio que surge con el arte es el que irriga toda la creación de variables de la realidad, las especies. Las musas, fermento del universo, poseen a los seres y los rediseñan, cambian sus códigos erotizándolos a todos los niveles.

Y reconectando con los films en súper 8 de Caldini… ¡"Súper 8"! Maravilla de J.J.Adams, donde otra vez el tema es el arte. Toda la adrenalina de una edad irresuelta o irresoluble, replicada en la película donde aparece dirigida a un concurso que un grupo de chicos se ha lanzado a producir.

La búsqueda artística atrapa hasta un monstruo feroz y con dobleces, ambivalente. Y ellos, los artistas, son los autoiniciados que logran devolverlo a un plano distinto, en el que se libera de las ataduras de la física terráquea. El arte es el monstruo. El gran alien entre nosotros. Cuando el film cierra, lo hace necesariamente devolviéndonos la obra que filmaron estos chicos, distinta a lo que pensábamos. En el futuro, esa traducción será el real. Y la maravillosa acción acontecida, solo representación.

www.revistasauna.com.ar

domingo, 4 de septiembre de 2011

Homeless Movies

Hachazos

Andrés Di Tella, Argentina, 2011

Por Pablo Castriota

Cartel de la película HachazosEl mejor secreto del cine experimental argentino se llama Claudio Caldini, y es mérito absoluto de Andrés Di Tella el haber intentado aproximarse con pudor e inteligencia hacia este misterio. Y más allá de la figura de Caldini, que justificaría la existencia de cualquier película que lo mencionara, lo mejor de Hachazos pasa por su intento de poner en evidencia la imposibilidad del lenguaje como medio de expresión, del arte como manifestación tentativa -y fallida- por compensar esa imposibilidad. Hablar de una cosa, para en realidad terminar aludiendo a otra. El cine de Di Tella (Fotografías,Montoneros, una historia) siempre se define desde la inquietud, sobre el medio cinematográfico en primera instancia, para terminar extendiéndose hacia la vida en general.

Di Tella parte de una experiencia de su juventud, en tiempos de la última dictadura militar (1976-1983), cuando participó en la filmación de un cortometraje donde se encargó de echar tierra sobre el cuerpo de la artista plástica Marta Minujín, experiencia que le permitió conocer a Claudio Caldini, quien filmó aquella escena. Como el mismo realizador sostiene en sus notas de producción sobre esta película, los tres involucrados representaron desde la clandestinidad una escena frecuente en la realidad política del país de aquellos años. Fotograma de Hachazos, la películaMuchas décadas después, el ensayista argentino decidió volver sobre la figura de Caldini, quien en todos los años que siguieron a esta experiencia iniciática se escapó de la dictadura militar, exiliándose en la India. Caldini regresó al país, cambió de domicilio tantas veces como le fue posible y llevó una vida errática, nómade, de una inestabilidad absoluta, para terminar como cuidador de una residencia en General Rodríguez, donde pasa la mayor parte de su tiempo en la más absoluta soledad, llevando a cuestas su bolso con la totalidad de su obra en rollos de Súper 8, único formato en el que el realizador acepta trabajar, detalle que Di Tella persigue con más insistencia de la que Caldini está dispuesto a tolerar.

Crítica de la película HachazosHachazos comienza con la enumeración de todos los objetos que Caldini llevaba encima en su bolso en el momento del exilio, mencionados en voz alta por el mismo cineasta, en inglés, sin la más mínima preocupación por cualquier traducción (evidenciando que sus pocas pertenencias parecieran renegar del lenguaje, o en todo caso someterse a las de la lengua de la circunstancia). Luego se lo observa en sus pequeñas labores cotidianas en la quinta de General Rodríguez, tareas que se alternan con su trabajo como docente en un taller de realización experimental que lleva adelante para unos pocos alumnos. Y, por supuesto, Hachazos captura la magia del retorno, brindando magnitudes discretamente épicas a las nuevas incursiones de Caldini en el cine, haciéndonos partícipes de sus emocionantes vueltas al ruedo, tal como se evidencia cuando Caldini se decide a tomar su cámara sujetando el dispositivo a una soga o atándolo a una bicicleta. La proyección privada de sus películas previas ante la presencia de Di Tella (a sala vacía, como no podía ser de otra manera) genera una carga de emotividad enorme porque hablan de la condición de cine del presente inherente a su propia obra, la cual se exhibe en contadas ocasiones y solo cuando su realizador lo decide. Di Tella intenta comprender el cine y sus posibilidades observando a Caldini. Las formas de Hachazos se mimetizan con las del objeto de su deseo, y nos dificultan deliberadamente la contemplación de esa obra plena de misterio, corroborando que sería una incoherencia poder acceder a ella desde la comodidadHachazos, film argentino de nuestro rol de espectadores. El deseo por ver la última realización de Caldini en proyección triple no se ve consumado, en una de las grandes decisiones formales de Di Tella, porque es el mismo Caldini el que se interpone físicamente delante de la pantalla para que no podamos apreciar el centro de la proyección. Esta suerte de egoísmo poético de la película enaltece el gesto intransigente de un cineasta que vive en el silencio y que, por solo 80 minutos, pareció dispuesto a romperlo.


www.elespectadorimaginario.com

viernes, 2 de septiembre de 2011

Atención: este domingo no hay función en el MALBA


Cine Ojo presenta

HACHAZOS
una película de Andrés Di Tella

"Una gran película, de las que uno siente que han modificado al cineasta
al hacerla y que modifican al espectador que la merezca".
-Edgardo Cozarinsky

ATENCION: ESTE DOMINGO (4 DE SEPTIEMBRE) NO HAY FUNCION

MALBA
Av Figueroa Alcorta 3415
Las funciones continúan el domingo 11 de septiembre 18hs