Cartucho usado de gas lacrimógeno, Made in USA, que trajo Erica, una de las asistentes al taller que di en Cali, titulado “el documental y yo”. Le propuse a los estudiantes, como ejercicio, el registro documental de un recorrido que tuviera algún sentido especial para ellos, ya sea porque lo hacen todos los días o porque lo hacen por primera vez, etc. Erica trajo una serie de fotos que mostraban los rastros que quedan después de un “tropel”, es decir, una manifestación estudiantil seguida de represión policial, acontecimiento cotidiano si los hay en Colombia. Una foto muy bella, muy bien compuesta, de un charco de agua donde se reflejaban los edificios y las palmeras de la universidad, por ejemplo, no era otra cosa que el rastro de la acción de los cañones hidrantes de la policía. También presentó objetos que levantó en su recorrido. Tener en las manos y examinar de cerca el cartucho de 37/38 mm de
riot smoke, fabricado por Combined Tactical Systems de Jamestown, Pennsylvania (dirección, página web y teléfono incluido), nos recuerda de una forma muy concreta que, detrás de las típicas imágenes de revueltas estudiantiles y gases que vemos por TV, hay toda una industria.
Erica también trajo unas canicas, la munición que usan los estudiantes con gomeras y que la policía también ha incorporado a su arsenal, ante la inconveniencia política de disparar balas de verdad. Para Erica, crítica pero escéptica, las canicas que recogió en su recorrido también hablan de que el “tropel” se ha convertido, para ciertos estudiantes radicalizados, así como para la policía, en un “juego de niños”, sin consecuencias. Para terminar leyó un instructivo irónico para transeúntes sobre cómo enfrentar un tropel, como si se tratara de un volante levantado del piso de la facultad. Un elegante moño
fake para concluir un trabajo documental ejemplar -hecho en una tarde- que, con gran economía de recursos, me hizo reflexionar sobre toda la complejidad de una situación. Como última vuelta de tuerca, cuando le conté el ejercicio a Luis Ospina, a modo de ejemplo de cómo había resultado el taller, él observó que adentro de la canica de la foto se veía un ojo.
-¡Cómo un ojo! Debe ser mi cámara.
-No, es un ojo –insistió Ospina.
Ampliamos la foto y, ante mi sorpresa, se distinguía claramente un ojo (hacer clic en la imagen para ampliar).
-¡Ojo al cine! –remató Ospina, evocando el título de un
libro qué el mismo recopiló con los escritos de su amigo Andrés Caicedo.
Como posdata, no quiero dejar sin mencionar el hecho biográfico de que Erica es descendiente directa de Manuel Quintín Lame ("es mi tío-bisabuelo"), el legendario líder indigena. Quintín Lame dirigió un histórico levantamiento de los indios del valle del río Cauca a principios del siglo veinte, inicio de una larga "guerra racial" que lo hizo pasar muchos años en prisión y sobrevivir, casi mágicamente, numerosos intentos de asesinato. De hecho, siempre se dio por sentado que Quintín Lame, que finalmente murió de viejo en 1967, tenía poderes sobrenaturales, como el don de la ubicuidad o la capacidad de transformarse en un animal. Erica, que se considera una "indígena occidentalizada" por haber vivido en Cali y estar asistiendo a la universidad, nos contó de su proyecto documental, basado en los contradictorios cuentos familiares en torno a Quintín Lame, donde es difícil distinguir el hecho de la fabulación. Ya habló extensamente con una abuela que vive en el pueblito del valle del Cauca de donde ella es oriunda. Y está buscando a un primo que no ve hace años y que, según ella cree, pertenece en la actualidad a Los Nietos de Quintín Lame, una organización indigenista radicalizada que toma tierras y recurre a la lucha armada. ¡Otra que el documental y yo!