lunes, 31 de diciembre de 2012
2012: Archivo Andrés Caicedo
Mayo 2012, Bogotá. Imágenes iPhone de la muestra del archivo de Andrés Caicedo, Morir y dejar obra, curada por Luis Ospina, en la Biblioteca Luis Angel Arango de Bogotá. ¡El paraíso del lector fetichista! (En Bogotá para dictar taller de guión documental, convocado por Proimágenes Colombia).
2012: los diarios de Frederic Amat
Barcelona, mayo 2012. Visita al taller de Frederic Amat. En ocasión de la presencia de Andrés Di Tella en Barcelona para dar un seminario en el Master de Documental de Creación de la Universidad Pompeu Fabra y para presentar Hachazos en la Filmoteca de Catalunya.
2012: rodaje en México
México, DF, agosto y septiembre 2012. Rodaje de Máquina de sueños (working title), co-realización con Darío Schvarzstein (foto 1). Foto 2: Calle Ideal, sede de la "máquina de sueños" de Carlos Amorales. Foto 3: Coffee & News.
2012: Stony Brook Univeristy
The Films of Andrés Di Tella at Stony Brook University. Di Tella (right) with professors Lena Burgos and Paul Firbas. October, 2012.
2012: ¡Volveremos a las montañas!
Festival de Mar del Plata: “Volveremos a las montañas!”, de Andrés Di Tella
Posteado por Peacock en Cineel Nov 29th, 2012 | 0 comentarios
No vi tanto cine argentino en esta edición del Festival de Mar del Plata. Un motivo fue la falta de tiempo (estuve sólo cinco días) y, otro, el hecho de que muchas ya las había visto antes. Pensándolo ahora, se me ocurre un tercer factor que me hizo no verlas y que considero potencialmente más preocupante: me estoy agotando un poco del cine nacional. Tal vez esta andanada de estrenos de los últimos meses (van 130 en el año de los cuales ¡46! se estrenaron en los últimos tres meses, a razón de 3,5 por semana) me haya hecho empezar a perder la paciencia, a convencerme cada vez más que muchas películas se hacen sólo por el negocio que implica hacerlas, y que cada vez hay menos creatividad, originalidad e interés en ella. Si a uno, que se dedica a esto y que ha venido siguiendo casi película a película la evolución del cine nacional en los últimos 20 años le pasa ésto, ni quiero imaginar lo que le sucede al espectador común.
Pero sí, había visto algunas antes, otras comenté en las entradas previas (bah, solo una, FANGO, de José Campusano) y me perdí muchas de las que me hablaron bastante bien. Una tarde, sin embargo, por curiosidad, me fui a ver VOLVEREMOS A LAS MONTAÑAS!, un documental de poco más de 50 minutos dirigido por Andrés Di Tella que estaba medio escondido en la programación: fuera de competencia alguna, como función especial de la sección autores. Es un documental, entiendo, que se emitirá en breve por el canal Encuentro, y tal vez el realizador de FOTOGRAFIAS no lo considera dentro del “cuadro principal” de su obra.
Sin embargo, fue para mí una de las joyitas del festival (decir “revelación” no tiene sentido, Andrés es ya un viejo conocido del cine nacional), un documental que narra lo que fue la experiencia del Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales del Instituto Di Tella, conocido como CLAEM, laboratorio de experimentación musical que estuvo activo durante los años ’60 para cerrar en 1971, y por el que pasaron profesores (fijos o invitados) como Aaron Copland, Olivier Messiaen, Bruno Maderna, Iannis Xenakis, Umberto Eco. Entre lo encargados locales de la institución estaban Alberto Ginastera, Gerardo Gandini y Pola Suárez Uturbey, entre otros.
Pero el filme no cuenta la historia de manera convencional, sino que Di Tella arma una reunión de ex alumnos en los que ellos vuelven a Buenos Aires (son de toda América Latina), recuerdan anécdotas del Centro, pasean por la ciudad y recorren lo que fue el lugar (que hoy ya no existe) y, además, colaboran con la presentación de obras experimentales suyas que hace un grupo de jóvenes músicos, cuyo climax será la presentación de la pieza que da título al filme, que fue censurada en su momento, en 1968.
El documental logra humanizar la experiencia, y a través de eso, ponernos en contacto con lo que fue ese mundo, fuera del registro del documental clásico. Di Tella, que aparece un poco como investigador de ese pasado familiar (la breve charla con Torcuato, su padre, termina con una frase desopilante) va llevando a los personajes a compartir emociones y experiencias, de manera si se quiere desorganizada, pero muy íntima y personal. De esa manera, no sólo transmite lo que fue el lugar en cuanto a centro de experimentación y vanguardia sino que permite ponernos en la piel de los que pasaron por ahí y que hoy lo recuerdan con emoción, nostalgia y cariño.
Tal vez, para Di Tella, VOLVEREMOS A LAS MONTAÑAS! sea un filme menor, menos ambicioso que otros suyos, pero esa pequeñez y discreción es la que lo ennoblece aún más. Tal ve sea una historia chiquita contada de manera chiquita, pero sus repercusiones terminan siendo enormes, al punto que uno no puede evitar preguntarse si, de alguna manera, “volveremos a las montañas”, si existe la posibilidad a futuro de pensar la cultura de esa manera tan radical y vanguardista. Una hermosa película.
-Diego Lerer
http://micropsia.otroscines.com/2012/11/festival-de-mar-del-plata-volveremos-a-las-montanas-de-andres-di-tella/
-Diego Lerer
http://micropsia.otroscines.com/2012/11/festival-de-mar-del-plata-volveremos-a-las-montanas-de-andres-di-tella/
2012: The Cinema of Me
Ayer en el correo: The Cinema of Me - The Self and Subjectivity in First-Person Documentary, editado por Alisa Lebow. Incluye ensayo de un servidor, "The Curious Incident of the Dog in the Nighttime". Y reflexión de Lebow sobre Fotografías, "The Camera as Peripatetic Migration Machine".
www.amazon.com
publicado: 15 de agosto 2012
2012: Sao Paulo
Cinemateca Brasileira, Sao Paulo, abril 2012. Festival E tudo verdade. Retrospectiva internacional: Andrés Di Tella. Fotos: 1 y 2. Roteiro de Deus e o Diabo na terra do sol de Glauber Rocha. Foto 3: Michael Renov y el pasado del cine. Foto 4: ¿Cine o cielo?
2012: Laboratorio de cine
Martín Rejtman y Andrés Di Tella. Cena de fin de año, Laboratorio de cine, UTDT. Noviembre 2012. Fotografía: Sebastián Goldberg.
La palabra "documental"
Por Andrés Di Tella *
No me gusta la palabra documental. Es como el club de Groucho: “No deseo pertenecer a un club que acepta entre sus socios a alguien como yo”. El vocablo documentalista trae a la mente un auxiliar administrativo que revisa expedientes en una dependencia municipal. O, en el mejor de los casos, una especie de cazador filantrópico que avista ballenas (o indígenas) con un teleobjetivo. En algún sentido, el documental parece ubicarse en un polo opuesto al del cine. “Cine” evoca toda una sucesión de palabras que empiezan con f de ficción: fantasía, fábula, fascinación, frenesí, fantasma, felicidad, film. "Documental", en cambio, trae otra serie de asociaciones, términos que empiezan con t de testimonio: tema, trabajo, tesis, teoría, tarea, tristeza... tedio.
Sin embargo, ay, hago documentales. Pero creo que el documental, sin perder la fuerza de lo real, también puede aspirar a esa dimensión cinematográfica propia de la ficción. Es decir, me gusta pensar que hago películas. De hecho, en este momento se han desdibujado bastante las fronteras entre documental y ficción. A la vez, podría argumentarse que cierto tipo de procedimiento documental está a la vanguardia del cine (incluso, del arte) contemporáneo.
Se ha dicho que en la ficción se escribe antes de filmar (el guión) mientras que en el documental se escribe después de filmar (el montaje). Se trata sin duda de una simplificación. Yo creo, más bien, que cualquier distinción remitiría a las diferentes tradiciones, o “familias”, de películas. Esa caracterización ayuda, de todos modos, a explicar la potencia actual de la corriente documental dentro del cine argentino.
La ficción depende demasiado de la imaginación del que escribe el guión, de sus limitaciones, de sus prejuicios, incluso de los estereotipos genéricos de un argumento. La escritura de un documental, del buen cine documental, refleja la experiencia, siempre singular, siempre imprevisible, de una investigación, de un rodaje, de un encuentro con el mundo. El resultado, si no ha de traicionar el proceso, no puede ser otra cosa que único. En el documental están las historias que un guionista difícilmente pudo imaginar.
En estos últimos años se está produciendo una mudanza cultural que ha transformado la manera de concebir el documental, tanto por parte de los espectadores como de los hacedores, cambiando acaso el signo de la palabra maldita. Gracias, también, al apoyo decidido del Instituto de Cine –que simplemente dejó de ignorarlo– han florecido mil flores. Para dar una idea de la vitalidad del género en la actualidad, basta pensar que en toda la década del ’80 apenas asomaba un esporádico Juan, como si nada hubiera sucedido (Carlos Echeverría, 1987) y no sé si alguna otra cosa de interés. Ahora, para limitarse sólo a la programación del último Bafici, explotan en un mismo año todas juntas: Papirosen de Gastón Solnicki, El etnógrafo de Ulises Rosell, La casa de Gustavo Fontán, Dioramas de Gonzalo Castro, La chica del sur de José Luis García, Escuela normal de Celina Murga...
Y estas películas de los colegas de ADN que no he visto, pero que no tengo dudas se sumarán a lo que ya constituye uno de los fenómenos más importantes de los años 2000.
* Cineasta, fundador del Bafici.
Página 12, jueves 28 de junio
sábado, 29 de diciembre de 2012
Malcolm McLaren
Me entero por casualidad que hace dos años murió Malcolm McLaren, creador de los Sex Pistols y de la moda punk, entre muchas otras cosas. Nunca olvidaré el impacto de los Sex Pistols, que descubrí en 1977 cuando llegué a Inglaterra, en mi primer pogo, en una fiesta increíble en las habitaciones de unos compañeros de universidad. Acababa de salir esa misma semana el primer LP, Never Mind the Bollocks, Here´s The Sex Pistols. Pocos meses antes se había prohibido la exhibición pública del single God Save The Queen, que ya era un himno, con su famoso final gritado hasta el hartazgo: No future, No future, No future. Jamás imaginé que bailar podía ser tan divertido, como estar en una hinchada de fútbol pero sexy. La fiesta concluyó, digno final punk, con una ventana rota y la presencia de la policía. La primera noticia que me había llegado de los Sex Pistols era que eran nazis. Eso había leído en mi revista de cabecera psicobolche The New Statesman donde escribían Martin Amis y Christopher Hitchens, futuros derechistas, pero el pogo cambió mi opinión. Los punks usaban swastikas como simple provocación anti-establishment, una de las peores en Inglaterra, sumada a los insultos a la reina, pero pronto muchos punks se sumaron a la Anti-Nazi League liderada por, entre otros, Ian Dury, que en esos mismos meses publicó también en single su gran éxito, otro himno perdurable, Sex and Drugs and Rock and Roll. Recuerdo una fanzine punk de esa época, mimeografiada, cuya tapa ponía el dibujo de tres acordes de guitarra y el titular, una definición sucinta de la estética/ética DIY (Hacelo vos mismo): Ya sabés tres acordes. Ahora hacé una banda. Poco tiempo después, menos de un año, los Sex Pistols se desintegraron tras una gira escandalosa y fracasada por Estados Unidos y su manager, McLaren, sacaba de inmediato una película deliberadamente oportunista, hecha en cuestión de semanas, llamada La gran estafa del rocanrol, que "denunciaba" cómo todo el fenómeno de los Pistols había sido un montaje publicitario hecho simplemente para sacarle dinero a un público y un periodismo incauto. Semejante auto-denuncia me hizo llamar la atención sobre McLaren y darme cuenta que había algo todavía más interesante detrás de los Pistols. Una revista underground estudiantil de esos tiempos, Vague, que consistía casi íntegramente de artículos o arte fotocopiados de otras revistas, con gráfica y anotaciones encima, hacía la conexión de los Pistols con la Internacional Situacionsita creada por Guy Debord en París en los años 50, que fuera inspiración de los rebeldes más aggiornados del mayo 68. Diez años después -son los tiempos de la crítica- aparecía el libro de Greil Marcus, Lipstick Traces: The Secret History of the Twentieth Century, que postulaba al movimiento punk como la culminación de toda una tradición vanguardista desde el grito primigenio del Dadá. Antes de ser manager de rock, McLaren fue estudiante de arte y diseñador de ropa y no ignoraba esa historia. Pero su lectura de la historia siempre fue lateral. De Jean-Luc Godard, por ejemplo, rescata su sorpresivo elogio de Roger Vadim, director de soft porn sesentista, como un gran "amateur", definición que McLaren dice lo inspiró más que nada en toda la obra de Godard. Recuerdo que casi sin terminar de leerlo, le regalé el libro de Greil Marcus a Daniel Link, la única persona en Buenos Aires que creí capaz de hacer algo con lo que toda esa historia significaba, aun para nosotros, en la por entonces lejana periferia, cuando la globalización ni siquiera era una palabra. Quiero creer que sus legendarias clases de Siglo Veinte en Puán de los 90 algo le deben a ese libro y a nuestras charlas de entonces, ay, ahora tan escasas. Ahora, Cecilia acaba de adquirir Musical Paintings, una especie de mini-catálogo en el que Malcolm McLaren reunió, para una muestra en una galería de Berlín en el año 2007, fotogramas de una instalación, tomando frames de películas pornográficas, sumadas a una banda sonora sampleada de "desechos de la cultura pop de los últimos 50 años" (que los lectores del libro ignoramos y sólo podemos añorar). De ahí, extraigo la frase con que concluye esta entrada, una posible consigna para nuestro trabajo por venir.
-Andrés Di Tella
Hoy existen dos palabras que definen la cultura: una es "autenticidad"; y la otra... "¡karaoke!" Muchos artistas se pasan la vida tratando de hacer auténtica, hacer verdad, una cultura de karaoke, pero tienes que ser un mago para hacer que eso suceda.
-Andrés Di Tella
-Malcolm McLaren
miércoles, 26 de diciembre de 2012
cine de trasnoche
Anoche volví a ver, después de tantos años que son como una era geológica, la mítica road movie de Monte Hellman, Two-Lane Blacktop, que aqui se estrenó con el título Carrera sin fin (la traducción literal sería "carretera de doble mano" o algo así). Si no me falla la memoria, la vi en un ciclo alucinante de trasnoche que daban en el legendario Auditorio Kraft de la calle Florida, donde también vi tocar cierta vez a Astor Piazzola y donde asistí, casi de niño, algunos sábados por la mañana a un ciclo de cine programado por el Dr. Arnaldo Rascovsky, cuyo eje temático era el "filicidio", es decir, la violencia contra los niños. Yo en rigor sólo iba a ver películas "prohibidas para menores" y no me quedaba para el cine-debate posterior (sólo recuerdo haberme quedado una vez, seguramente la primera). Yo accedía al ciclo por la amistad de mi madre, psicóloga, con el Dr Rascovsy. Entre las películas que vi ahí estaba Soplo al corazón de Louis Malle, sobre el incesto entre una madre y su hijo, nada menos. Blame it on Dr. Freud.
El ciclo de trasnoche era los viernes. El plato fuerte era un recital de rock de alguna banda under, seguido de una película "rockera" o perteneciente al universo de la "contracultura". En una época, íbamos con un amigo casi todos los viernes. Yo tendría 14-15 años, más o menos la misma edad de mi hijo, y me asombra pensar que andaba suelto por la ciudad toda la noche... ¡y sin celular! Alguna vez terminamos pasando la noche en una comisaría. También andaban sueltos por la misma ciudad los escuadrones de la muerte de la Triple A. En algunos meses más se vendría la noche oscura de la dictadura militar. Pero nosotros respirábamos un extraño aire de libertad y ausencia de todo temor que nunca volví a sentir. ¡La inocencia de la edad!
Nosotros en realidad íbamos al Kraft por las bandas, aún sin conocerlas siquiera de nombre. Recuerdo una, cuyo nombre esotérico rimaba con el clima psicoanalítico del lugar y la época: Ideas del yo. En aquella época no había internet, por supuesto, y tampoco era fácil para una banda editar un disco o siquiera grabar. Las escasas fuentes de información eran las revistas Pelo o Expreso Imaginario, algún dato escuchado en el Tren Fantasma, insólito programa de Radio Rivadavia que iba todas las noches a la medianoche (años después me enteré que el creador del programa, Daniel Morano, era hijo de uno de los dueños de la radio, lo cual explicaba la anomalía). Nada de rock en los diarios, por cierto, salvo alguna columna perdida de Miguel Grinberg que recuerdo haber encontrado, como un oasis en el desierto, en La opinión de Jacobo Timerman (que leían mis padres). Pero la principal fuente de data era, por supuesto, lo que se hablaba en la cola: rumores, por ejemplo, de una banda que tocaría la semana siguiente y que "viene a nivel zeppelin". Yo tenía un grabador portátil de cassettes y a veces grababa los recitales, simplemente para volver a escuchar (malamente) un tema porque eran casi todas bandas inéditas. ¡Dónde estarán esas cintas!
Me viene el recuerdo ahora de otra cola legendaria de aquellos tiempos, la que se armaba en el desaparecido cine Rex de la Avenida Cabildo para las funciones de trasnoche de Woodstock, que duraron años. La función largaba a la una de la mañana pero había que estar ahí una hora antes para asegurarse el lugar. La cola misma, ahora me doy cuenta, era parte esencial del programa. Igual que en el Kraft, tengo recuerdos más vivos de estar esperando la función que de la función misma. La copia se hallaba en condiciones bastante deplorables y al cabo del tiempo fue perdiendo trozos. El público se expresaba con gritos y abucheos ante los cortes más notorios. También se abucheaba a alguna de las bandas en la pantalla, como los Sha Na Na, un conjunto no suficientemente roquero por lo visto. Yo habré asistido al Rex tres o cuatro veces. En alguna ocasión llegué tarde, me dio tanta bronca no poder entrar y ya no tener nada que hacer esa noche que no volví más. Pero en la cola se hablaba con reverencia de ciertos individuos que no faltaban nunca. ¡Oh, aquellos destinos!
Two-Lane Blacktop pertenecía a una serie de road movies que vimos por esos días (o noches) que incluía Reto a muerte (aka Duel), la primera película de Steven Spielberg, y Carrera contra el destino (aka Vanishing Point), con guión de Guillermo Cabrera Infante, las tres devenidas títulos clásicos del género y, curiosamente, hechas el mismo año, 1971. He vuelto a ver Duel y Vanishing Point. Ambas comparten con Two-Lane Blacktop la misma dimensión metafísica, del absurdo sin explicaciones, de una amenaza misteriosa que pesa sobre los protagonistas, que uno ahora puede identificar como un mismo clima de época. Pero la película de Monte Hellman tiene algo mágico en su relato, una manera de resolver situaciones aparentemente anodinas con un dejo de suspense, permitiendo que se anude una trama donde sólo parece haber una deriva.
No viene a cuento dar aqui mayores detalles de la historia, salvo decir que se trata de dos muchachos tuercas que se lanzan por las rutas de América con su viejo Chevy tuneado, ganándose unos pesos en picadas por rutas secundarias o en las pistas abandonadas de un aerodromo. En un diner de la ruta se les acerca un joven pueblerino que les pregunta, con tono amenazante: ¿No serán ustedes hippies, no? La película termina en una última picada, donde se intuye que algo malo va a pasar, tal vez la muerte, pero tal vez nada, justamente, como comprobación de un vacío que nunca se va a colmar. La imagen pierde el sonido, se ralentiza hasta llegar casi al cuadro a cuadro. De pronto, en silencio, la imagen se detiene, como si se hubiera trabado el viejo proyector del cine Rex. El fotograma, inesperadamente, se quema (imágenes arriba). Un final extraordinario, una expresión de terror inédito, que sólo recordé anoche en el instante de estar viendo nuevamente la película. Two-Lane Blacktop evoca algo de la misma atmósfera de alienación y libertad de una novela de Kerouac. También la famosa serie fotográfica de Robert Frank, The Americans, donde se percibe la misma mirada de sospecha y hostilidad sobre el forastero que saca fotos de aquella América profunda. También me trajo, se ha visto, el recuerdo de aquellas trasnoches perdidas del Auditorio Kraft. Y un tufillo de aquellos aires de aventura nocturna y descubrimiento en Buenos Aires, con su propio trasfondo de nubarrones. Tal vez no sea más que la emoción de ese momento en que las cosas recién empiezan.
-Andrés Di Tella
Publicado originalmente el 4 de enero de 2012
Departamento de Arte UTDT 2012
Santiago Sierra con los participantes del Laboratorio de Cine y el Programa de Artistas. Foto: Rosana Schoijett
Visita a la exposición "Bye bye American Pie", Malba, junto al curador Philip Larrat Smith. Foto: Rosana Schoijett
"Demolición. En pos de una fotografía ¿argentina?", con los artistas Marcos López, Alberto Goldenstein y Ataúlfo Pérez Aznar. Idea y selección: Guillermo Ueno. Sala de exposiciones de la Universidad Torcuato Di Tella.
Curso "Mapas críticos", a cargo de Inés Katzenstein. Programa de Artistas 2012. Foto: Nicolás Mastracchio
Eduardo Cadava. Coloquio "Los lenguajes itinerantes de la fotografía",
co-organizado con Princeton University. Foto: Sebastián Elsinger
Luis Príamo y Verónica Tell. Coloquio "Los lenguajes itinerantes de la fotografía", co-organizado con Princeton University. Foto: Sebastián Elsinger
Taller "La presencia del artista", a cargo de Alan Pauls, Programa de Artistas 2012.
Programa de Artistas 2012. Profesores: Mónica Giron y Osías Yanov. Foto: Rosana Schoijett
Valeria González y Graciela Speranza. Coloquio "Los Lenguajes itinerantes de la fotografía", co-organizado con la Universidad de Princeton. Foto: Sebastián Elsinger
miércoles, 5 de diciembre de 2012
martes, 4 de diciembre de 2012
cajas
Revolver las cajas con pruebas, meterse en esa intimidad de los procesos, devuelve a estos tres grandes al lugar de exploradores, de laburantes, de buscas... Y lo mismo corre para el curador y la muestra. Ueno equipara a estos tres capos, y a sí mismo, con otros fotógrafos, con cualquiera, con cualquier observador sensible, cazador de epifanías, perseguidor de formas... Las fotos, así manipuladas, regresan al terreno de la práctica, al territorio de lo perfectible, de lo debatible, lo decidible, del criterio y el gusto, del capricho.
Otro ejemplo para ilustrar una idea que se desprende: en una de las vitrinas hay un paquetito de copias mini, una pila (una bocha) de fotos, sostenidas por una banda elástica. Vemos la cara superior, una que se asoma, tres desplegadas en la base. Y queda en evidencia que sólo vemos la punta del iceberg, que detrás de cada imagen hay tantas otras, registradas y no, acaso con defectos técnicos, hallazgos emotivos.
Podemos pensar que cada fotografía es una caja, que contiene montones de fotos, que cada impresión sobre la superficie sensible tiene, además de la profundidad de la imagen, el volumen de los intentos que dan densidad a los aciertos. Y la muestra cobra algo de puesta en abismo.
-Fernando Aíta.
Demolición: en pos de una fotografía ¿argentina?
Alberto Goldenstein / Marcos López / Ataúlfo Pérez Aznar
curaduría: Guillermo Ueno
http://www.utdt.edu/
Leer texto entero aquí.
fotografía: Alberto Goldenstein
Suscribirse a:
Entradas (Atom)