viernes, 16 de enero de 2009

El filósofo, el pintor y el profesor de montaje


por Manel Barriere Figueroa

Discutí con mi profesor de montaje. Nos enzarzamos en un cara a cara: el avid frente a la moviola. Yo había trabajado con ambos artefactos. Mi profesor no. Sus argumentos para defender la vieja mesa de montaje con copión están muy gastados hoy en día, sin que por eso dejen de resultar pertinentes (quien sienta interés puede leer el maravilloso libro de Walter Murch, En el momento del parpadeo). Cuando montó su segundo cortometraje, en avid, mi profesor se convenció: no hay nada como darse de bruces con una dosis de praxis de la buena.
 
Ha llovido mucho desde entonces. El debate sobre los artefactos es una constante en la modernidad. Eficiencia o artesanía, rapidez o reflexión, democracia o tradición, arte o rentabilidad. Debates que a veces discurren paralelos a la realidad, sin tocarse siquiera. El documental cinematográfico tal vez se encuentra hoy en día en esa misma encrucijada. Entre la televisión y el cine, entre el cine y el museo. Pero, ¿es una película esto que estás montando? ¿O es un documental? Las preguntas de los allegados que no forman parte de este mundo de la cinefilia y la cinefagia, ponen en evidencia un imaginario colectivo ajeno a nuestras tertulias de corrillo frente a la filmoteca. Mi suegra sabe muy bien qué es una película y qué no lo es. Por eso Nadar, el documental de Carla Subirana que monté antes del verano pasado, le gusta, pero le choca su ritmo reflexivo y aquellas secuencias que la alejan del documento televisivo.
 
Ahora estoy en pleno proceso de montaje de un documental titulado La mano azul, de Floreal Peleato. Me enfrento otra vez a la principal labor del montador, a lo ineludible: el orden. Ordenar el material, distribuir en carpetas, crear un sistema lógico y práctico que te ayude a entender mejor, a visualizar mejor, a acceder mejor a los momentos clave que emergen de entre horas y horas de material rodado. Del orden nacerá el significado, la narración, el discurso. El orden es para el montador lo que la estructura para el guionista, si es que hay alguna diferencia entre un montador y un guionista.
 
Tal vez exista una cierta relación dialéctica entre ordenar y encontrar, entre buscar y dejarse arrastrar por el incontenible flujo de la realidad filmada. Con Nadar trabajamos sobre un corcho en el cual pegamos fichas de colores, cada una de las cuales representaba una secuencia de la película. Era como intentar elaborar un discurso coherente directamente del caos de los recuerdos, de la desintegración de la memoria, del paso inexorable del Angelus Novus (cuadro de Klee alrededor del cual Walter Benjamin articula su IXª tesis sobre el concepto de historia), esa tempestad llamada progreso. En su VIª tesis, Benjamin describe muy bien lo que pretendimos con Nadar: “Articular históricamente el pasado no significa conocerlo tal como fue en concreto, sino más bien adueñarse de un recuerdo semejante al que brilla en un instante de peligro.”
 
La mano azul es diferente, aunque deberé esperar a terminarla para empezar a comprenderla. Intuyo que nos movemos en otro terreno, donde el orden emana de un proceso documentado, pintar un cuadro: del lienzo blanco a la firma, y nuestro trabajo consiste en dejarnos llevar, descubrir, encontrar a medida que la imagen se nos revela como la resurrección de un instante preciso, precioso. El gesto y la mirada contienen en sí mismas el germen de la inmortalidad. Eso es lo que le ha enseñado un pintor a un montador.


Manel Barriere Figueora es cineasta. Vive en Madrid.

fotos: 1. Nadar de Carla Subirana, editada por Manel (en lo alto); 2. Manel Barriere Figueroa (arriba).

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