martes, 10 de enero de 2012

¿eres tintinólogo?


Tengo un amigo que es capaz no sólo de identificar cualquier viñeta de Tintín, de qué álbum proviene y cuál es el contexto, sino que te puede describir, sin mirar, la viñeta precedente y la subsiguiente. Yo estoy lejos de ostentar calificaciones comparables de tintinología pero sí leí repetidamente todos los libros de Tintín en distintas épocas de mi vida: cuando era chico, cuando era grande, por mi cuenta y, después, por lo menos dos o tres veces, con mis hijos. La última bolilla del currículum la estoy desarrollando en la actualidad con mi hija de 6, a quien le estoy leyendo en este momento Objetivo: la luna. Ella me pide que se lo lea todas las noches, con desesperación, pero a la página se me queda dormida, con lo que avanzamos a paso de tortuga-hija-de-caracol. Había olvidado, por cierto, que se trata de uno de los episodios más aburridos de la serie, repleto como está de explicaciones técnicas que despliegan la minuciosa pesquisa de anticipación que se mandó Hergé (notable, si se piensa que el original fue publicado en 1953). Con su hermano mayor, R., llegamos al límite del fanatismo. Una vez que se nos acabaron los libros de la colección, incluido el inconcluso Tintín y el Arte-Alfa, pasamos al paratexto: ¿Eres Tintinólogo? Su lectura nos demostró que, aunque nos creyéramos expertos, nos faltaba bastante para recibirnos de tales. Después, el síndrome de abstinencia nos llevó a descubrir Blake y Mortimer, de Edgar P. Jacobs, antiguo colaborador de Hergé. Al copiar con fidelidad el estilo de Tintín, Jacobs demuestra, por todo lo que le falta, la grandeza del maestro. (Nuestros estudios avanzados nos permitieron captar la broma maliciosa que le gastó Hergé a su fiel colaborador, al retratarlo dentro de un sarcófago en la portada de Los cigarros del Faraón). Justamente, en algo de lo mismo falla Steven Spielberg con la versión cinematográfica tan esperada.


La espectacular secuencia inicial de títulos -una bella y simpática animación del característico dibujo de línea clara- generó tal vez una expectativa desmedida en este tintinófilo (que no -ólogo). Pero la película que sigue está hecha con la técnica de animación por motion capture, generada a partir de la filmación de actores en acción, convertidos posteriormente en dibujos animados. El efecto es de un universo extraño, entre la animación y un realismo bizarro, como si se tratara de una maqueta hiperrealista. Spielberg era sin duda uno de los pocos directores que podían llegar a estar a la altura del desafío de pasar a imágenes en movimiento este clásico inoxidable de la historieta. Pauline Kael lo definió alguna vez como máximo representante de la primera generación de cineastas que no tuvo nunca en cuenta el proscenio -es decir, la mirada del espectador de teatro- sino que siempre tuvo como único criterio compositivo el visor de la cámara. Pero liberado, por la animación, de cualquier atadura a las posibilidades reales de movimiento de una cámara en el espacio, el típico despliegue visual spielberguiano toma visos de montaña rusa alocada (y eso que no la vi en 3D... pero me puedo imaginar). Y pierde de vista, de ese modo, una de las claves del arte de Hergé, que consiste en combinar con asombroso equilibrio -en su obra maestra Tintín en el Tibet, por ejemplo- la contemplación de composiciones perfectas con la dinámica irresistible de la narrativa. La película de Spielberg está repleta de imágenes fantásticas y detalles extraordinarios. Sería mezquino no reconocer toda la serie de transiciones sublimes entre pasado y presente, como cuando el Capitán Haddock narra la historia de su antepasado Sir Francis Haddock. De hecho, cada secuencia comienza con un prodigio de transición equivalente, como cuando aparecen por ejemplo dos camellos caminando sobre una mano que resulta ser las dunas del desierto. También hay varias situaciones bien resueltas de humor "físico", a la Buster Keaton. Pero la acción permanente, sin descanso, y la repetición obsesiva de escenas de persecución -ese lugar común infaltable en cualquier película infantil- terminan por aburrir un poco, casi tanto por cierto como las explicaciones pseudo-científicas de Hergé en Objetivo: la luna. No seré tintinólogo pero seguramente el recuerdo demasiado fresco de la historieta -y la sensación de oportunidad perdida- no nos permitió disfrutar a pleno de una película que imagino sumamente disfrutable para espectadores desprovistos de tal lastre.
-Andrés Di Tella





1 comentario:

JLO dijo...

había leído de los títulos "más hermosos de la historia del cine" pero me parecía exagerado ja...

nunca leí un tomo de Tintín, no sé por qué... era más de Ásterix en todo caso...

salu2