Ayer tuvimos un día a pleno de experimentación con mi hijo Rocco, que acaba de cumplir 11 años. Lo arrastré hasta el MALBA, a la jornada de cine experimental que prometía el gimmick --experimento dentro del experimento-- de pasar algunas piezas históricas del cine experimental argentino en su formato original, es decir, super 8 y 16mm. Tenía especial interés en ver los trabajos de Narcisa Hirsch y de Claudio Caldini, los dos grandes popes del cine experimental vernáculo de los años 70. La otra noche, justamente, me crucé con Narcisa, que vino a ver mi documental sobre Macedonio Fernández. Me dijo que no iba a estar en la jornada del MALBA porque viajaba pero que estaba temblando de miedo por el capricho fetichista del programador, un americano de Colorado llamado Christopher May, de querer pasar los originales, cuando él mismo sabe que justamente en este formato --el super-8 reversible-- no hay copias, sólo originales. Es como que en una biblioteca le den a cada lector que quiere leer una novela el manuscrito original, dijo Narcisa.
De hecho, las películas seguramente se habrían visto mejor en proyección digital, con mayor definición y luminancia y mejores colores, pero bueno, todos somos un poco fetichistas y confieso que el murmullo amigable del proyector de super-8, y la misma fragilidad de los materiales expuestos, le daba a la función un clima enrarecido, especial, de experiencia única. El mismo legendario Claudio Caldini, del que creo que volveré a hablar pronto en estas páginas, estaba a cargo del proyector, como capitán del navío Experiment junto al timón. En algún momento, la proyección de una de las películas empezó a trastabillar y Caldini tuvo que detener la máquina, rebobinar y largar otra vez da capo, lo que provocó la expresión de incredulidad espontánea de Rocco "¡Oh, no!" y las risas de algunos espectadores vecinos. Pero Rocco se la bancó como un joven mártir del arte, qué le va a hacer, es lo que le tocó. Al salir nos cruzamos con Guillermo Kuitca, que venía con los cachetes inflamados a lo Quico por la extracción de una muela de juicio (¡A esta edad, te parece! dijo él mismo). Le conté que veníamos de la función de cine experimental y, ante la cara de circunstancias de Rocco, Kuitca le dijo: "¡Ahora no te van a parecer tan malas las películas de Papá!"
En tren de mezclar chistes y verdades, a modo de explicación de lo que estábamos viendo, le dije a Rocco que esto era como pasar los discos de vinilo al revés para escuchar mensajes satánicos. Me quedé pensando que tal vez no fuera una mala definición de lo que es el cine experimental, una manera de ver el cine al revés, para ver qué mensajes inesperados se pueden escuchar. Para seguir con el arte, pero para compensar un poco el extremismo puro y duro del super-8 del MALBA, camino a casa pasamos por una galería donde están expuestos unos originales del historietista Liniers, de quien Rocco es fanático. El dueño de la galería, que me conocía, nos hizo una visita guiada de la muestra, dirigiéndose a Rocco principalmente, como si fuera un connaisseur, lo cual me sorprendió un poco, pero claro, de hecho lo era. Le pregunté a Rocco si le gustaría que compráramos un cuadro de Liniers para colgar en la pared, pensando para mí si después me animaría a comprarlo, pero Rocco por suerte prefirió una remera y me ahorró el conflicto.
De la galería de Liniers fuimos al remozado Teatro 25 de Mayo de Villa Urquiza, cerca de casa, donde presentaba un concierto de música experimental Martín Matalón, un amigo que vive en Francia hace muchos años y con quien me volví a encontrar de casualidad este año en Barcelona. Yo mismo estaba un poco cansado después de un largo día, y con Ceci todavía teníamos por delante una obra de teatro más tarde, pero me pareció que valía la pena hacer el esfuerzo para que Rocco viera lo que hacían los amigos de Papá. Y la verdad, aunque no soy fan de la llamada música contemporánea o experimental, cada vez que me animo a ir a un concierto la paso muy bien, o sea que me debe gustar más de lo que yo mismo me doy cuenta. El auditorio estaba lleno, con mucha gente de pie, pero justo había unos asientos libres en la primera fila, casi junto a los músicos. Había algo (emocionante) de día de graduación de escuelita, porque era el concierto de cierre de un taller de experimentación musical dictado por Matalón. Salvando las distancias, Rocco mismo ha participado de situaciones similares en el show de fin de año que hace con su maestra de piano. Durante el concierto, que consistía en la interpretación de varias piezas cortas con breves interrupciones en la que los músicos cambiaban constantemente de formación, lo espiaba a Rocco a ver si se estaba enganchando. Pero en un momento me pareció que se estaba aburriendo, incluso durmiendo. Al salir le pregunté, con cierta aprensión, si le había gustado. Para mi sorpresa, me contestó, como si fuera obvio:
-Sí.
-¿En serio?
-¡Sí!
Y nos fuimos, padre e hijo, caminando por la Avenida Trinuvirato rumbo a la casa del primo, donde Rocco pasaría la noche jugando sus videogames, cada uno con su propio motivo para estar contento.
La foto es de la película "Heliografía" de Claudio Caldini.