jueves, 12 de enero de 2012

Las paredes de Núñez

Esta mañana, a metros del Monumental, homenaje a Solano López.

fotografía: Andrés Di Tella (iPhone) Hacer clic en la imagen para ampliar.

martes, 10 de enero de 2012

¿eres tintinólogo?


Tengo un amigo que es capaz no sólo de identificar cualquier viñeta de Tintín, de qué álbum proviene y cuál es el contexto, sino que te puede describir, sin mirar, la viñeta precedente y la subsiguiente. Yo estoy lejos de ostentar calificaciones comparables de tintinología pero sí leí repetidamente todos los libros de Tintín en distintas épocas de mi vida: cuando era chico, cuando era grande, por mi cuenta y, después, por lo menos dos o tres veces, con mis hijos. La última bolilla del currículum la estoy desarrollando en la actualidad con mi hija de 6, a quien le estoy leyendo en este momento Objetivo: la luna. Ella me pide que se lo lea todas las noches, con desesperación, pero a la página se me queda dormida, con lo que avanzamos a paso de tortuga-hija-de-caracol. Había olvidado, por cierto, que se trata de uno de los episodios más aburridos de la serie, repleto como está de explicaciones técnicas que despliegan la minuciosa pesquisa de anticipación que se mandó Hergé (notable, si se piensa que el original fue publicado en 1953). Con su hermano mayor, R., llegamos al límite del fanatismo. Una vez que se nos acabaron los libros de la colección, incluido el inconcluso Tintín y el Arte-Alfa, pasamos al paratexto: ¿Eres Tintinólogo? Su lectura nos demostró que, aunque nos creyéramos expertos, nos faltaba bastante para recibirnos de tales. Después, el síndrome de abstinencia nos llevó a descubrir Blake y Mortimer, de Edgar P. Jacobs, antiguo colaborador de Hergé. Al copiar con fidelidad el estilo de Tintín, Jacobs demuestra, por todo lo que le falta, la grandeza del maestro. (Nuestros estudios avanzados nos permitieron captar la broma maliciosa que le gastó Hergé a su fiel colaborador, al retratarlo dentro de un sarcófago en la portada de Los cigarros del Faraón). Justamente, en algo de lo mismo falla Steven Spielberg con la versión cinematográfica tan esperada.


La espectacular secuencia inicial de títulos -una bella y simpática animación del característico dibujo de línea clara- generó tal vez una expectativa desmedida en este tintinófilo (que no -ólogo). Pero la película que sigue está hecha con la técnica de animación por motion capture, generada a partir de la filmación de actores en acción, convertidos posteriormente en dibujos animados. El efecto es de un universo extraño, entre la animación y un realismo bizarro, como si se tratara de una maqueta hiperrealista. Spielberg era sin duda uno de los pocos directores que podían llegar a estar a la altura del desafío de pasar a imágenes en movimiento este clásico inoxidable de la historieta. Pauline Kael lo definió alguna vez como máximo representante de la primera generación de cineastas que no tuvo nunca en cuenta el proscenio -es decir, la mirada del espectador de teatro- sino que siempre tuvo como único criterio compositivo el visor de la cámara. Pero liberado, por la animación, de cualquier atadura a las posibilidades reales de movimiento de una cámara en el espacio, el típico despliegue visual spielberguiano toma visos de montaña rusa alocada (y eso que no la vi en 3D... pero me puedo imaginar). Y pierde de vista, de ese modo, una de las claves del arte de Hergé, que consiste en combinar con asombroso equilibrio -en su obra maestra Tintín en el Tibet, por ejemplo- la contemplación de composiciones perfectas con la dinámica irresistible de la narrativa. La película de Spielberg está repleta de imágenes fantásticas y detalles extraordinarios. Sería mezquino no reconocer toda la serie de transiciones sublimes entre pasado y presente, como cuando el Capitán Haddock narra la historia de su antepasado Sir Francis Haddock. De hecho, cada secuencia comienza con un prodigio de transición equivalente, como cuando aparecen por ejemplo dos camellos caminando sobre una mano que resulta ser las dunas del desierto. También hay varias situaciones bien resueltas de humor "físico", a la Buster Keaton. Pero la acción permanente, sin descanso, y la repetición obsesiva de escenas de persecución -ese lugar común infaltable en cualquier película infantil- terminan por aburrir un poco, casi tanto por cierto como las explicaciones pseudo-científicas de Hergé en Objetivo: la luna. No seré tintinólogo pero seguramente el recuerdo demasiado fresco de la historieta -y la sensación de oportunidad perdida- no nos permitió disfrutar a pleno de una película que imagino sumamente disfrutable para espectadores desprovistos de tal lastre.
-Andrés Di Tella





lunes, 9 de enero de 2012

¿Habremos hecho bien?


A menudo resulta difícil pensar de manera crítica una experiencia que fue tan traumática para nuestra sociedad, siendo que los militantes dieron su vida por sus ideales. Consideramos que el gran acierto de esta película es de poder dar cuenta de una mirada profundamente reflexiva sin caer de ninguna manera en una condena de la militancia. Cuando uno no formó parte de dicho movimiento debe ser cuidadoso pues cualquier crítica puede ser considerada como una condena. Pero ¿qué mejor que esta práctica reflexiva para poder pensar una transmisión constructiva a las generaciones venideras?
-Victoria Alvarez

Victoria Alvarez, "¿Habremos hecho bien? Una aproximanción a las zonas grises en Montoneros, una historia". (Revista Cine Documental no. 5, 2012)

Leer el artículo completo en:
http://revista.cinedocumental.com.ar/5/articulos_05.html

imagen: Montoneros, una historia de Andrés Di Tella

miércoles, 4 de enero de 2012

cine de trasnoche





Anoche volví a ver, después de tantos años que son como una era geológica, la mítica road movie de Monte Hellman, Two-Lane Blacktop, que aqui se estrenó con el título Carrera sin fin (la traducción literal sería "carretera de doble mano" o algo así). Si no me falla la memoria, la vi en un ciclo alucinante de trasnoche que daban en el legendario Auditorio Kraft de la calle Florida, donde también vi tocar cierta vez a Astor Piazzola y donde asistí, casi de niño, algunos sábados por la mañana a un ciclo de cine programado por el Dr. Arnaldo Rascovsky, cuyo eje temático era el "filicidio", es decir, la violencia contra los niños. Yo en rigor sólo iba a ver películas "prohibidas para menores" y no me quedaba para el cine-debate posterior (sólo recuerdo haberme quedado una vez, seguramente la primera). Yo accedía al ciclo por la amistad de mi madre, psicóloga, con el Dr Rascovsy. Entre las películas que vi ahí estaba Soplo al corazón de Louis Malle, sobre el incesto entre una madre y su hijo, nada menos. Blame it on Dr. Freud.

El ciclo de trasnoche era los viernes. El plato fuerte era un recital de rock de alguna banda under, seguido de una película "rockera" o perteneciente al universo de la "contracultura". En una época, íbamos con un amigo casi todos los viernes. Yo tendría 14-15 años, más o menos la misma edad de mi hijo, y me asombra pensar que andaba suelto por la ciudad toda la noche... ¡y sin celular! Alguna vez terminamos pasando la noche en una comisaría. También andaban sueltos por la misma ciudad los escuadrones de la muerte de la Triple A. En algunos meses más se vendría la noche oscura de la dictadura militar. Pero nosotros respirábamos un extraño aire de libertad y ausencia de todo temor que nunca volví a sentir. ¡La inocencia de la edad!

Nosotros en realidad íbamos al Kraft por las bandas, aún sin conocerlas siquiera de nombre. Recuerdo una, cuyo nombre esotérico rimaba con el clima psicoanalítico del lugar y la época: Ideas del yo. En aquella época no había internet, por supuesto, y tampoco era fácil para una banda editar un disco o siquiera grabar. Las escasas fuentes de información eran las revistas Pelo o Expreso Imaginario, algún dato escuchado en el Tren Fantasma, insólito programa de Radio Rivadavia que iba todas las noches a la medianoche (años después me enteré que el creador del programa, Daniel Morano, era hijo de uno de los dueños de la radio, lo cual explicaba la anomalía). Nada de rock en los diarios, por cierto, salvo alguna columna perdida de Miguel Grinberg que recuerdo haber encontrado, como un oasis en el desierto, en La opinión de Jacobo Timerman (que leían mis padres). Pero la principal fuente de data era, por supuesto, lo que se hablaba en la cola: rumores, por ejemplo, de una banda que tocaría la semana siguiente y que "viene a nivel zeppelin". Yo tenía un grabador portátil de cassettes y a veces grababa los recitales, simplemente para volver a escuchar (malamente) un tema porque eran casi todas bandas inéditas. ¡Dónde estarán esas cintas!

Me viene el recuerdo ahora de otra cola legendaria de aquellos tiempos, la que se armaba en el desaparecido cine Rex de la Avenida Cabildo para las funciones de trasnoche de Woodstock, que duraron años. La función largaba a la una de la mañana pero había que estar ahí una hora antes para asegurarse el lugar. La cola misma, ahora me doy cuenta, era parte esencial del programa. Igual que en el Kraft, tengo recuerdos más vivos de estar esperando la función que de la función misma. La copia se hallaba en condiciones bastante deplorables y al cabo del tiempo fue perdiendo trozos. El público se expresaba con gritos y abucheos ante los cortes más notorios. También se abucheaba a alguna de las bandas en la pantalla, como los Sha Na Na, un conjunto no suficientemente roquero por lo visto. Yo habré asistido al Rex tres o cuatro veces. En alguna ocasión llegué tarde, me dio tanta bronca no poder entrar y ya no tener nada que hacer esa noche que no volví más. Pero en la cola se hablaba con reverencia de ciertos individuos que no faltaban nunca. ¡Oh, aquellos destinos!

Two-Lane Blacktop pertenecía a una serie de road movies que vimos por esos días (o noches) que incluía Reto a muerte (aka Duel), la primera película de Steven Spielberg, y Carrera contra el destino (aka Vanishing Point), con guión de Guillermo Cabrera Infante, las tres devenidas títulos clásicos del género y, curiosamente, hechas el mismo año, 1971. He vuelto a ver Duel y Vanishing Point. Ambas comparten con Two-Lane Blacktop la misma dimensión metafísica, del absurdo sin explicaciones, de una amenaza misteriosa que pesa sobre los protagonistas, que uno ahora puede identificar como un mismo clima de época. Pero la película de Monte Hellman tiene algo mágico en su relato, una manera de resolver situaciones aparentemente anodinas con un dejo de suspense, permitiendo que se anude una trama donde sólo parece haber una deriva.

No viene a cuento dar aqui mayores detalles de la historia, salvo decir que se trata de dos muchachos tuercas que se lanzan por las rutas de América con su viejo Chevy tuneado, ganándose unos pesos en picadas por rutas secundarias o en las pistas abandonadas de un aerodromo. En un diner de la ruta se les acerca un joven pueblerino que les pregunta, con tono amenazante: ¿No serán ustedes hippies, no? La película termina en una última picada, donde se intuye que algo malo va a pasar, tal vez la muerte, pero tal vez nada, justamente, como comprobación de un vacío que nunca se va a colmar. La imagen pierde el sonido, se ralentiza hasta llegar casi al cuadro a cuadro. De pronto, en silencio, la imagen se detiene, como si se hubiera trabado el viejo proyector del cine Rex. El fotograma, inesperadamente, se quema (imágenes arriba). Un final extraordinario, una expresión de terror inédito, que sólo recordé anoche en el instante de estar viendo nuevamente la película. Two-Lane Blacktop evoca algo de la misma atmósfera de alienación y libertad de una novela de Kerouac. También la famosa serie fotográfica de Robert Frank, The Americans, donde se percibe la misma mirada de sospecha y hostilidad sobre el forastero que saca fotos de aquella América profunda. También me trajo, se ha visto, el recuerdo de aquellas trasnoches perdidas del Auditorio Kraft. Y un tufillo de aquellos aires de aventura nocturna y descubrimiento en Buenos Aires, con su propio trasfondo de nubarrones. Tal vez no sea más que la emoción de ese momento en que las cosas recién empiezan.

-Andrés Di Tella